Todos los involucrados, con poder de decisión en la
materia, desde el Poder Ejecutivo hasta el Legislativo, están de acuerdo, ¡No a
la privatización de PEMEX!, razón por la cual la reforma que resulte, si es que
resulta alguna (al momento de escribir estas líneas me entero que Ruth Zavaleta, presidenta de la Cámara de Diputados, considera
que ya es tarde para presentar la propuesta de reforma, ¡ya que el tema polarizó
a la sociedad!, y que la modernización de la paraestatal petrolera puede
hacerse a través de la Ley de Ingresos de la Federación), implicará solamente
cambios accidentales, no sustanciales, por lo cual la esencia de la industria
petrolera nacional seguirá siendo la misma, sintetizando lo peor de tres
mundos: el mundo del monopolio; el mundo del monopolio gubernamental; el mundo
del monopolio gubernamental en sectores estratégicos de la actividad económica,
todo ello en contra de los intereses de los consumidores, que son los que deben
tomarse en cuenta a la hora de decidir políticas económicas, reformas
estructurales y cambios institucionales, dicho lo cual la pregunta inevitable
es: de todos los involucrados, con poder de decisión, ¿cuántos están pensando,
en primer lugar, en los consumidores y en lo que más les conviene en materia de
oferta de energéticos?
El hecho es que todos los involucrados, con poder de
decisión, están en contra de la privatización de PEMEX, al menos en el sentido
estricto del término, entendida como la venta de la paraestatal a los
particulares, lo cual, así lo indica la lógica, parte del supuesto de que el
gobierno es capaz de ofrecer petróleo y derivados de mejor manera de lo que son capaces los particulares, razón por la cual
la industria petrolera nacional debe permanecer como monopolio del gobierno.
Solamente partiendo de este supuesto se entiende la negativa de privatizar
PEMEX, supuesto que no pasa de ser, pese a que la lógica lo descalifica, y a
que los hechos lo refutan, una petición de principio.
La lógica descalifica la afirmación de que un
monopolio gubernamental, en cualquier sector estratégico de la actividad
económica, es mejor que la oferta de esa mercancía por medio de empresas
privadas que compiten entre sí para ganarse el favor de los consumidores. Todo
ello, insisto, por lógica, que en todos los casos se ve reforzada por los
hechos, y a las pruebas me remito: ¿cuántas veces nos quejamos de la oferta de
bienes y servicios que realiza el gobierno, y cuántas de la que llevan a cabo
empresas privadas, sobre todo si están sujetas a la competencia y, por lo tano, los consumidores tenemos opciones entre las que
elegir? No que las empresas privadas no fallen, pero de que lo hacen en menor
proporción de lo que lo hace el gobierno no queda la menor duda, sin olvidar
que, en la gran mayoría de los casos, cuando una empresa privada falla, la
falla, ¡sobre todo cuando afecta al consumidor!, se debe a alguna intervención
indebida del gobierno.
La oposición a la privatización de PEMEX parte de
suponer que los burócratas gubernamentales son mejores que los empresarios
privados a la hora de ofrecer petróleo y sus derivados, suponiendo que, al
contrario que estos últimos, movidos por motivos egoístas, como lo es el afán
de ganancia (quien tales cosas afirme no tiene la más remota idea de la función
que las ganancias desempeñan en el logro de mejores resultados económicos),
aquellos se moverán únicamente por el bien común, en defensa del patrimonio de
todos los mexicanos y, ¡faltaba más!, de la soberanía nacional, debiendo
afirmar que, quienes tales cosas afirmen, no tiene la más remota idea de lo que
realmente mueve a los burócratas (para darse una idea acérquense a la obra de
James Buchanan – Premio Nobel de Economía en 1986 -,
y Gordon Tullock,
fundadores de la Escuela de la Opción Pública).