Ha provocado revuelo en EU el editorial del presidente de Rusia Vladimir Putin en el New York Times donde afirmó, en refiriéndose al discurso de Barack Obama sobre Siria en el que alega que su país es único, que “es extraordinariamente peligroso alentar a la gente a verse a sí misma como excepcional.”
Hay una enraizada tradición en ciertos sectores de pensamiento en EU, sobre todo ultra conservadores, que reclaman la excepcionalidad de su país por encima de todos los demás, en función de sus orígenes como nación independiente y de la forma de gobierno que adoptó: republicana, democrática y federal.
Según quienes han elaborado el Credo Estadounidense hay cinco características que distinguen al país de los demás: libertad, igualitarismo, individualismo, populismo y laissez-faire. Estos valores reflejan la ausencia de estructuras feudales, monárquicas y aristocráticas. La nueva nación careció de un ordenamiento social clasista.
En su obra maestra de 1830 Democracia en América, el pensador francés Alexis de Tocqueville describe la posición de los habitantes de EU como excepcional por “su origen estrictamente puritano, sus hábitos exclusivamente comerciales e inclusive por el territorio en el que habitan.”
La excepcionalidad de EU está íntimamente imbricada con una fuerte dosis de hipocresía en tesis como la del Destino Manifiesto mediante la cual el país reclama ser el escogido de Dios para extender su suelo de un océano al otro, evitando siempre referirse a la conquista de territorios extranjeros.
A partir del Presidente Andrew Jackson (1829-1837), desde la ciudad de Washington se empiezan a fraguar las acciones que llevarán, primero, a la independencia de Texas, a la subsecuente anexión con EU, a lo provocación de la guerra con México y a la consiguiente invasión de nuestro país y a la “cesión” de los territorios de Nuevo México, Arizona, California, Nevada, Utah, Colorado y parte de Wyoming.
La excepcionalidad estadounidense en este caso consiste en que ellos, a diferencia de las decadentes e imperialistas naciones europeas, no inician guerras de agresión con fines de conquista territorial sino que acatan las instrucciones divinas consistentes en su destino de expansión continental.
El mito nacional de la excepcionalidad de EU se transformó en su filosofía de acción externa cuando el Presidente Woodrow Wilson afirmó que él creía que Dios lo había escogido para conducir a EU “en mostrar el camino que las naciones de la tierra deberán andar en los senderos de la libertad.”
El rotundo fracaso de la agenda pacificadora de Wilson que culminó con la firma del Tratado de Versalles que puso fin a la Gran Guerra y generó las condiciones económicas y políticas que condujeron a la Segunda Guerra Mundial, y de la Liga de las Naciones que nunca se consolidó, culminaron en el repliegue de EU del mundo.
Pero la excepcionalidad estadounidense como gozne de su política internacional, regresó con vigor con la victoria aliada en 1945, en el diseño institucional que virtualmente impuso creando la Organización de Naciones Unidas y las instituciones económicas multilaterales que habrían de asegurar la prosperidad de la postguerra.
Esa excepcionalidad se extendió al ámbito monetario con EU siendo el único país que cubre sus déficit comerciales con su propia moneda, lo que los franceses calificaron desde los tiempos del General Charles de Gaulle como un “privilegio exorbitante,” y en su rechazo a participar en organismos globales como la Corte Internacional de Justicia, salvaguardando así a sus ciudadanos de ser enjuiciados por ella.
Su exaltada condición excepcional toma nuevo impulso con EU como la nación providencial que lo mismo defiende al “mundo libre” de las amenazas del imperio soviético, que emprende guerras como la de Kosovo para evitar conflictos étnicos, o en Irak y Afganistán para extender la democracia y combatir a un terrorismo que pretende imponer un nuevo y opresivo califato musulmán a nivel global.
La excepcionalidad de EU ha tenido una trayectoria serpenteante, por decir lo menos, en los cinco años de Obama, desde la declaración cuando afirmó que “él creía que su país era excepcional al igual que los ingleses y los griegos creen que los suyos lo son también,” hasta su alusión al concepto la semana anterior defendiendo una eventual intervención en Siria para evitar la masacre de niños indefensos.
En cualquier caso, hay que tener presente las sabias palabras del senador William Fullbright: “La actitud que por encima de cualquier otra estoy seguro que ya no es válida, es la arrogancia del poder, la tendencia de grandes naciones a equiparar el poder con la virtud y responsabilidades mayores con una misión universal.”