A la medianoche entre lunes y martes pasados clausuró sus puertas el gobierno federal de los Estados Unidos al no ponerse de acuerdo en el presupuesto el Senado, controlado por los miembros del partido demócrata del Presidente Barack Obama, con la Cámara de Representantes, dominada por sus adversarios republicanos.
Esta es la primera vez en más de 17 años que el gobierno federal se ve obligado a suspender sus labores. En aquella ocasión lo hizo por 28 días en dos lapsos distintos entre noviembre de 1995 y enero de 1996 y la razón fue, igual que hoy, desacuerdos entre republicanos y demócratas sobre el nivel de gasto del gobierno.
La clausura del gobierno federal de EU se limita a los servicios calificados como “no esenciales,” lo que no incluye todo lo relacionado directamente con la seguridad nacional, incluyendo la conducción de relaciones exteriores; pagar las prestaciones de la seguridad social y cobertura médica y las obligaciones contractuales con proveedores; y la protección de la vida y propiedades de los estadounidenses.
Cada una de los cientos de agencias del gobierno federal de EU que emplea a más de dos millones de personas, deberá decidir qué proporción de sus trabajadores debe presentarse a laborar en lo que necesariamente son juicios subjetivos, pero la prensa especula que 800,000 personas se ausentarán de su trabajo sin recibir paga.
Como discutí en esta columna hace ochos días, los principales arquitectos del actual enfrentamiento y consecuente cierre del gobierno, son extremistas republicanos, los integrantes del grupo llamado Tea Party en recuerdo de los primeros habitantes de las colonias americanas que se rebelaron contra los ingleses por intentar cobrarles impuestos, que ahora quieren imponer su voluntad de desfondar Obamacare.
El cierre de parte del gobierno federal tiene posibles implicaciones económicas y políticas de magnitud importante. Por lo pronto, los mercados financieros han reaccionado con apatía y sin caídas catastróficas que muchos temían. La economía local del área metropolitana de Washington resentirá una caída en la demanda agregada de 200 millones de dólares diarios de burócratas que se quedará en casa.
Las ramificaciones políticas son más complicadas de predecir. En el cierre de hace 17 años los votantes culparon a los republicanos, lo que llevó a la contundente reelección del Presidente Bill Clinton y que su poder en el Congreso empezara a venirse al suelo, a pesar de que mantuvieron el control en la Cámara de Diputados.
La narrativa que los rebeldes republicanos quieren darle al cerrojazo del gobierno hoy, es la opuesta. Creen que evitar la consumación de Obamacare, que el martes previo abrió sus puertas para empezar a reclutar clientes, es de la mayor importancia pues de otra forma los estadounidenses se volverán adictos a un nuevo programa de subsidios gubernamentales que harán imposible su ulterior cancelación.
Esta posición es totalmente contradictoria con lo que ellos mismos sustentan: que es un programa mal concebido, lleno de errores en su diseño y aplicación, que generará el rechazo primero de los médicos cuyos honorarios se fijan por orden burocrática, y eventualmente por los usuarios, que quieren seguir con sus médicos de cabecera.
Según sus detractores, Obamacare es un desvarío burocrático que conlleva una burocracia inmanejable que hará que el sector de atención a la salud, que ya representa casi la quinta parte de la economía de EU, se socialice y se convierta en un elemento más del Estado Benefactor que rechazan con vigor.
Si esto último fuera cierto, lo más prudente sería adoptar la recomendación de un querido y viejo amigo que recomendaba, en una metáfora aeropuertuaria, que “…a los pen… hay que darles pista pues siempre se estrellan al final.”
Está por verse qué pasará con este tema en estos días, pero en sólo dos semanas más se presentará el próximo obstáculo mayúsculo: demandar que el Congreso apruebe el aumento al tope del límite de la deuda de EU. Los republicanos radicales, una vez más, están usando la fecha del 17 de octubre como un parteaguas para doblegar a Obama y parecen estar preparados a forzar a EU a dejar de servir su deuda pública.
Poner en peligro la credibilidad del único signo monetario universalmente aceptado hoy en día, el dólar de los EU, es una locura, pues las ventajas que le da a ese país, como pagar sus importaciones en su propia moneda –¡que ellos mismos imprimen!-, son absolutamente excepcionales. Sería equivalente no a dar darse un tiro en el pie, que al fin de cuentas puede sanar, sino en partes más sensible de su anatomía.
¿Lo harán? Ya veremos…