10/30/2013
Un garbanzo para nuestros vapuleados, auténticos derechos
Fernando Amerlinck

Pueden impunemente unos “trabajadores” de la educación (energúmenos a quienes algunos aún llaman maestros, profesores, educadores o mentores) golpear a policías y granaderos, insultarlos, incendiarlos, patearlos, aventarles metal o casi matarlos: no defenderán su integridad moral y, si se atreven a defender su propia vida y repeler levemente ataques mortales, los acusarán de salvajes por violar los derechos humanos de los gorilas. Los de la CNTE tienen derecho constitucional a la libre manifestación de las ideas aunque manifiesten lo que no tienen —ideas—, cometan delitos y perpetren actos antisociales por ser grupos “sociales”. Si policías y granaderos no tienen derecho a la legítima defensa, mucho menos a un premio por su aguante o una indemnización por dejar que los humillen o manden al hospital, si no es que (hasta hoy todavía no) al panteón. Los protegen las leyes modificadas a modo por la Asamblea y no vetadas por Mancera, al execrable costo de deshonrar a la policía. ¿Pero a quién le afligen los derechos de los despreciables granaderos-carne-de-cañón, o de sus familias? Los únicos derechos humanos son los de sus intocables agresores.

Bien o mal ganada, justa o injusta, fundada o infundada, es mala la fama de los defensores de los derechos humanos (protectores de delincuentes, eslabones en las cadenas de la impunidad, favorecedores de los enemigos de nuestros derechos como seres humanos). Creo que este es el tema más importante si queremos que la política sea más que la lucha tremenda por el poder y por los negocios que de él emanan. El cabal respeto a los derechos humanos individuales es casi lo único que puede construir una civilización libre.

Hablo de respeto a nuestra vida, integridad legal y física, libertad, derecho a poseer y transmitir libremente propiedad privada, a conservar y heredar el fruto de nuestro trabajo. Esos derechos —anteriores a toda legislación— pertenecen sin excepción a la persona, al individuo, al ser humano; no a colectividad alguna.

¿Qué hacer? Entre millones de cosas, hay una inmediata. Por estos días toca cambio de presidente en la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal.

Un ombudsman requiere un perfil extraordinario. Es difícil categorizar las cualidades para tal cargo pero haré un intento. Veo cuatro requisitos esenciales:

Uno es la inteligencia; parte de ella es el amplio criterio y el sentido común. También se necesita que a la inteligencia se añada la cultura: tener a la mano el conocimiento de por qué y cómo han sido articulados esos derechos por pensadores y políticos, y su perspectiva en la historia, no sólo la de este país. Por el contrario, la ignorancia casi obliga a actuar superficialmente en algo tan grave como eso a lo que, por ser individuos, tenemos derecho.

En tercer lugar, un ombudsman debe de ser práctico, hábil, negociador, equilibrado y conocedor de políticos e instituciones. Al mismo tiempo, enérgico. Todo negociador reconoce límites y sabe cuáles se pueden franquear y cuáles no, especialmente según la cuarta cualidad: una integridad a toda prueba. De criterio independiente, sin ataduras a ideologías o intereses partidistas que siempre serán menores que la naturaleza humana; que sus únicas ataduras sean a la verdad de los hechos y a la dignidad del otro. Decente, ético e incorruptible.

Esas cualidades (todas igualmente importantes) son difíciles en una sola persona. Abundan tanto los ignorantes decentes como los pillos expertos. Sobran bien intencionados que no saben actuar, ideólogos fundamentalistas y maniqueos, estúpidos en cargos públicos, o sabios sin experiencia ni criterio práctico. Son dificilísimos de conseguir políticos que reúnan las cualidades ideales para tal encargo según Platón o Santo Tomás. Vaya ilusión: tendría que ser gente así la que ocupara los puestos públicos si la política ha de ser más que la lucha tremenda por el poder y por los negocios que de él emanan. Un cabal entendimiento, y capacidad de practicar los derechos humanos, es indispensable para construir una civilización libre.

Los garbanzos de a libra existen pero a veces no son visibles o son poco conocidos o no apreciados. O su modestia y dedicación son tales, que no han llegado a destacar como lo merecen. Conozco a uno idóneo para el nobilísimo servicio público que puede abanderar.

Se llama Salvador Abascal Carranza.

Es de los políticos más completos que he conocido en mi vida. Reúne todas las condiciones referidas (y las rebasa: no es esencial pero sí agradecible que sea simpático). Tiene experiencia larga en esa materia al haber presidido la Comisión de Derechos Humanos de la Asamblea Legislativa del DF, de la que fue constituyente. Concibió y fundó la Comisión Mexicana de Derechos Humanos (la primera que hubo en México) y sigue allí. Es doctor en filosofía (y hasta contador público), historiador, maestro de varias generaciones, conferenciante y político triunfador por votos en diputaciones del DF, federales y locales.

Sería un error y una injusticia achacarle falta de criterio y suponerle motivaciones partidistas por ser miembro del Partido Acción Nacional. Hay la miopía de pretender “pureza” e independencia sólo en el político que no está en un partido. Me pregunto entonces quién será tan “puro” y que además conozca su oficio. Me consta que Salvador ve al PAN como instrumento para lo que ha defendido toda su vida (precisamente, los derechos y dignidad de cada persona) y nunca por fines propios. No conozco a otro político más competente para relacionarse constructivamente con adversarios y oponentes: con un espíritu de respeto al derecho supremo que les confiere su compartida pertenencia a la humanidad, cosa que va mucho antes que los gustos, preferencias, pertenencias o tendencias. Si hay alguien capacitado para fijarse en eso —los derechos del otro— sin anteojeras ideológicas, ataduras partidistas o intereses ilegítimos, y con un espíritu de justicia de dar a cada quien lo suyo, es precisamente Salvador Abascal.

Hace poco me enteré de que figuraba Salvador entre los aspirantes a ombudsman de esta capital. En las décadas que llevo como amigo suyo siempre me han entusiasmado sus posibilidades de servicio público pero ésta es especial. Nuestra atribulada ciudad merece que nuestros derechos estén protegidos por un garbanzo de a tonelada como él.



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