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“La evolucin de las tecnologas de comunicacin tender a revolucionar nuestros mtodos de generacin de contenidos. Quizs deberemos emprender la formulacin general de un liberalismo con aceptabilidad pblica. Por ahora, dados los riesgos que impone la atraccin pblica hacia la vanidad de redencin absoluta, en la defensa de la crtica y la conversacin debemos contemplar todo aquello que permita avanzar los fines de la libertad.”
Roberto Salinas Len
JUEVES, 30 DE JUNIO DE 2011
Comments El presente texto forma parte de la coleccin "Facetas Liberales: Ensayos en honor de Manuel F. Ayau", editado en 2011 por la Universidad Francisco Marroqun y coordinado por Alberto Benegas Lynch (h) y Giancarlo Ibargen. Asuntos Capitales reproduce este ensayo con autorizacin tanto del autor como de los coordinadores de la obra. Modern civilization will not perish unless it does so by its own act of self-destruction. Only inner enemies can threaten it. It can come to an end only if the ideas of liberalism are supplanted by an anti-liberal ideology hostile to social cooperation. Ludwig von Mises Introduccin Los grandes avances tecnolgicos en el mundo de las comunicaciones han generado una explosin de nuevos contenidos y medios ms sofisticados para transmitir ideas. En este sentido, el futuro de la informacin conlleva una gama de nuevas tecnologas que facilitarn enormemente la produccin y, sobre todo, la difusin de contenidos y conocimientos. Ciertamente, la causa de consolidar una sociedad abierta, junto con la de articular una defensa efectiva de la libertad y de los principios del liberalismo clsico, tambin disfrutar de una mayor disponibilidad de tecnologas de comunicacin, sin los costos de transaccin -como la distancia, el tiempo o las fronteras nacionales, por ejemplo- que tradicionalmente han estado asociados a esta labor. Sin embargo, an no existe un mecanismo ideal, una camisa de fuerza dorada, que limite la naturaleza de contenidos potencialmente transmisibles.[1] Las ideas tienen consecuencias; buenas o malas, liberales o anti-liberales, radicales o en el centro. El reto permanente de defender una sociedad abierta, de exponer de manera convincente los argumentos del liberalismo clsico, sigue siendo una tarea de mxima relevancia para el futuro de la libertad y la conversacin civilizada. El espritu de la libertad ha recorrido grandes pasos en la direccin deseada durante los ltimos treinta aos. La cada del Muro de Berln, el crecimiento exponencial del comercio internacional, el drstico cambio en la geografa econmica mundial, son algunas muestras palpables del avance de las ideas del liberalismo clsico alrededor del mundo. La revolucin en las comunicaciones conlleva un contrapeso espontneo sobre informacin e ideas, en la forma de un acceso inmediato para ventilar una crtica, o defender una propuesta, o continuar una conversacin; todo sin supervisin editorial o previa autorizacin por parte del proceso poltico. Decisiones personales sobre lo que decimos o divulgamos ya no son objeto de control por parte de un prncipe iluminado que profesa un acceso privilegiado a los mapas de la sociedad y a los caminos que sta debe transitar. Sin embargo, tal como lo han subrayado los lderes en la causa de la libertad -como nuestro cono latinoamericano, Manuel Ayau-, los liberales del presente, precisamente en esta era de informacin, deben permanecer cautelosos, sospechando siempre de las fuerzas que procuran intervenir en nuestras vidas, en nuestro porvenir. Nuestra labor, sobre todo como comunicadores, debe ser combatir la complacencia de un optimismo panglosiano sobre el futuro de la libertad. En esa medida, debemos ser capaces de identificar todo aquello que signifique una nueva amenaza para la construccin y preservacin de una sociedad abierta; de comprender cmo van mutando los intentos por controlar la vida de los dems. Pero, adems, debemos explotar al mximo nuestra creatividad, aprovechar lo mejor posible la llegada de las nuevas tecnologas, para encontrar nuevos medios y nuevas formas para denunciar tales amenazas a la libertad, y refutar aquellos intentos por controlar nuestros proyectos de vida. Por ello, y con ello, en nuestra poca contempornea observamos marcadas dicotomas en la evolucin de la libertad: Por un lado, cae el Muro de Berln, pero por el otro, surgen apoyos para erigir un muro similar en la frontera que divide el Ro Bravo; el comercio exterior explota sobre una creciente gama de fronteras geogrficas, pero el proteccionismo sigue en ascenso, encontrando formas ms sofisticadas (ecolgicas, culturales, ahora climatolgicas) para bloquear el intercambio voluntario de bienes; mercados emergentes, por fin, consideran importante reformar sus sistemas de derechos de propiedad, pero a la vez el populismo sigue su marcha, con versiones mesinicas, ms peligrosas que expresiones anteriores. Si bien existen argumentos para celebrar el avance liberal, existen otros argumentos, quizs ms contundentes, para suponer que la batalla contra las fuerzas de opresin jams terminar. Por ello, es esencial, para el punto de vista liberal, ubicar un sitio bien definido en el mundo de las comunicaciones, as como determinar las estrategias para difundir el conocimiento respecto de la cultura de una sociedad abierta. Este imperativo intelectual, sin embargo, envuelve una tensin inherente entre la actividad intelectual que se pueda ejercer en un universo acadmico de docencia y dilogo (literalmente, una universidad), y los mensajes que se puedan transmitir en el foro comn de los medios cotidianos. James Buchanan, a propsito de esta reflexin, ha expresado la necesidad de salvar el alma del liberalismo clsico.[2] Nos advierte as:
El problema fundamental, segn esta argumentacin, consiste en la presentacin del ideal. En el criterio de Buchanan, hemos fracasado en la formulacin de una visin liberal que consiga amplia aceptacin en el universo de la comunicacin pblica; particularmente en virtud de la expansin observada en las tecnologas de la informacin. Sin embargo, el proyecto de formular una visin bien entendida de la filosofa liberal, con aceptabilidad general, podra resultar injustificadamente ambicioso, si no un tipo de herosmo inalcanzable. Las actividades de criticar y conversar, con suerte y con trabajo, podrn neutralizar, o por lo menos identificar, proposiciones que busquen imponer, o controlar, o cerrar. El alma del liberalismo, si existe, conlleva un ingrediente elemental de humildad epistemolgica, una visin desde abajo que no es congruente con las dimensiones normativas de ingeniera del diseo, del constructivismo que profesa distribuir derechos de todo para todos. En consecuencia, el llamado de salvacin en la cita anterior implica un dilema crucial para la defensa del liberalismo clsico, que se podra resumir de la siguiente forma: O canalizamos esfuerzos para fortalecer la argumentacin y racionalidad de nuestras propuestas; o, enfrentamos a polticos y populistas en su propio territorio, empleando la irona, recopilando ancdotas relevantes, desenmascarando intereses especiales que motivan posiciones particulares, incluso, si es necesario, evidenciando historias que dramaticen las consecuencias no intencionadas de buenas intenciones.[3] El modelo, quiz, debe ubicarse en otro contexto. El espritu del liberalismo clsico est en peligro. En sentido estricto, siempre lo ha estado, siempre lo estar. La obligacin, como agentes de comunicacin, es defender las ideas, repetir los casos, una y otra vez, descifrar y desenmascarar, en forma particular, de abajo hacia arriba, con una metodologa flexible de conjetura y refutacin. Qua comunicadores de ideas de libertad, los principales instrumentos de labor cotidiana son la crtica, la conversacin y la creatividad en la presentacin de los casos, dramas, principios, hechos de la vida real. De otro modo, mediante un esfuerzo ms general, de arriba hacia abajo, el liberalismo corre el riesgo de nunca encontrar aceptacin popular y generalizada; aceptacin que, como ya se explic, debe ser la fuente permanente de preocupacin para quienes procuran una sociedad abierta. La Vanidad de la Redencin Instantnea La nocin de libertad de eleccin individual en la sociedad civil forma parte esencial de la tradicin liberal clsica. En una sociedad civil, las elecciones son individuales, no colectivas; responden a un proyecto de vida personal, no a un diseo preconcebido de la estructura social. Esta distincin bsica nos permite evaluar, por ejemplo, desde iniciativas de poltica pblica o agendas electorales particulares, hasta el desarrollo institucional de una comunidad. Es decir, el principio general informa las percepciones particulares, las opiniones de los liberales, sobre los tpicos de actualidad. El principio liberal, as visto, es un arma de conocimiento muy poderosa, sobre todo en la medida que destaca los lmites del conocimiento. El principio fundamental del liberalismo clsico, as entendido, puede ser identificado con una concepcin de la sociedad donde las visiones de cmo vivir la vida son secundarias a la norma de libertad de eleccin. Jan Narveson ha desarrollado una caracterizacin filosfica del liberalismo clsico que captura, en forma general, los aspectos tradicionales de esta posicin intelectual: las decisiones polticas y normativas en una sociedad deben ser tomadas en una forma que sea independiente de una concepcin particular, y previa, de cmo se debera vivir la vida.[4] Este escepticismo sobre las pretensiones del conocimiento, as como el sentido de humildad que caracteriza al pensamiento liberal, surgen como consecuencias naturales a partir de esta formulacin del liberalismo bsico. As, usamos esta "definicin" instrumental para informar tesis concretas en el entorno cotidiano, como un mecanismo intelectual que informa aquellos argumentos que nos permitan comprender y comunicar temas concretos; por ejemplo, la necesidad de contar con leyes sencillas para un mundo complicado, o el beneficio de la estabilidad de precios, o de asegurar competencia en todos los sectores econmicos, o la importancia de los derechos de propiedad en la bsqueda de una cultura de crecimiento. Ntese, sin embargo, que esta definicin (ms bien, "formulacin") ni es objeto de comunicacin inmediata, ni es necesariamente popular. Es un principio elaborado, instrumental para guiar la formacin de ideas sobre casos concretos consistentes con el marco liberal. En cierta medida, es una expresin de la dialctica que ha predominado en el debate filosfico desde el conflicto entre el idealismo de Platn y el realismo de Aristteles. Buchanan insiste, sin embargo, que una visin clsica de la libertad debe procurar satisfacer ese deseo generalizado del ser humano por un ideal supra-existente:
Esta comparacin parece errar en la representacin del conflicto entre los paradigmas socialista y liberal. La visin comprehensiva del socialismo es reducible a la promesa de redencin instantnea, la "esperanza" de cambiar la naturaleza de la realidad para acomodar las necesidades de una utopa social constituida ex nihilo, de la noche a la maana. Por necesidad, esta promesa tender a generar mayor aceptabilidad pblica que la humildad, cultivada por complicadas curvas de aprendizaje, de un proceso permanente de ensayo y error, que caracterizan la definicin filosfica del liberalismo. La versin clsica de la libertad nos dice que la eleccin de un camino particular es consecuencia de los individuos que deciden en forma voluntaria, en la medida que los derechos de terceros no se vean minados en el proceso. Si la disputa fundamental se trata de una competencia entre "ideales supra-existentes", parecera que la patologa de la gratificacin inmediata, sin considerar los efectos en la sociedad, tender, ceteris paribus, a ganar mayor aprobacin pblica que el ideal de dejar ser. El ideal socialista tiene, por supuesto, diversas variantes, algunas sencillas, otras de mayor complejidad. Pero el tema subyacente es el mismo: la vanidad de redencin instantnea. Karl Marx apel no meramente a una interpretacin de la historia, sino a un cambio de la misma.[5] John Rawls nos invita a imaginar una posicin original donde todos los bienes y las libertades se reparten en forma equitativa entre la comunidad, detrs de un velo de ignorancia, independientemente de mrito o de tradicin, o del orden espontneo del mercado.[6] El "globalifbico" moderno ataca la expansin de la apertura comercial global, con fervor religioso, sin considerar los hechos y los derechos, a pesar de la masiva evidencia emprica que demuestra la relacin causal entre el libre comercio y el bienestar social. El populismo latinoamericano, mediante mesianismos tropicales que profesan conquistar la verdad, explotan con gran xito el sueo popular de la restitucin social contra las fuerzas del egosmo capitalista.[7] La promesa socialista ofrece una oportunidad equiparable a tabula rasa; el fin de la historia, el comienzo de un camino totalmente nuevo, la transformacin extendida de la realidad. La tasa de rentabilidad de la inversin en una unidad socialista parecera ser (mucho) ms redituable, ms atractiva, que la tasa de retorno sobre la inversin en la unidad liberal. La vanidad de la redencin instantnea es, y ser siempre, un ideal falso, lleno de arrogancia fatal. Es, sin duda, un romance significativamente ms atractivo que el humilde realismo del criterio liberal. Por lo tanto, no se puede estar de acuerdo con Buchanan cuando sugiere que los liberales modernos prefieren quedarse cortos en su bsqueda del romance poltico:
Empero, ganar la aceptacin pblica a favor del liberalismo no es funcin de un sistema general, de un esquema conceptual alternativo. Por hiptesis, la definicin filosfica del liberalismo admite -de hecho alienta- los procesos de crtica basados en ensayo y error. Estos procesos buscan un enfoque no general, sino de caso por caso, que procura la confutacin de aquellas formas constructivistas que anuncian el fin de la historia, el cierre de la conversacin civilizada, o la redencin por parte de protagonistas sociales con supuesto acceso privilegiado a la verdad. La vanidad de redencin humana, si bien atractiva ante un vox populi comn, poco iluminado, ha sobrevivido a diversas demostraciones en contra, tanto racionales como empricas, que buscan demostrar los beneficios de una sociedad abierta. Ello es producto de varios factores, de una desafortunada trinidad de inocencia, ignorancia e intereses especiales. Este problema se debe atacar con rigor intelectual, con investigacin, con escrutinio detallado; vaya, con los instrumentos que han caracterizado la contribucin de la sabidura liberal. Sin embargo, es improbable que esta sabidura pueda (o deba) generar un punto de vista liberal que sea objeto de elogio popular, que encarne romance sobre consistencia dentro del amplio discurso popular al cual Buchanan nos invita a considerar. Es decir, un estudio escrupuloso de los detalles del mercado, del orden espontneo, de la naturaleza de la sociedad abierta, no debe ser determinado por la bsqueda universal del alma del liberalismo clsico. Las causas y consecuencias de las interpretaciones equivocadas sobre la libertad y el orden extendido del mercado han sido un tema prevaleciente entre nuestra comunidad intelectual. La tarea de explicar una versin coherente de la filosofa liberal en Amrica Latina ha enfrentado una gama de confusiones, algunas semnticas, otras de sustancia, sobre los principios del liberalismo. No hay consenso bsico sobre la definicin de estos principios, menos aun sobre su viabilidad. El problema va ms all de su asociacin con terminologa satanizada, como sucede con neo-liberalismo o globalizacin. Varios pases en el hemisferio latinoamericano carecen de historia liberal, de una tradicin que informe del dilogo del presente. Otros, como Mxico, donde s existen estas races, han enfrentado una confusin moderna al pretender conciliar objetivos encontrados. Los orgenes conceptuales del liberalismo moderno en Amrica Latina, por lo menos en versiones ejemplares, representan un antecedente importante en la reflexin sobre el porvenir de la prosperidad en la regin. Las contradicciones abundan. En el caso mexicano, por ejemplo, en su versin moderna, existe el proyecto de justificar hbridos como liberalismo social, lo cual convierte la raz de la doctrina mexicana en un caso con aspecto excepcional, una mezcla poco creble entre derechos individuales (basados en la libertad) y derechos sociales (que exigen un fuerte activismo por parte del aparato estatal). Este hbrido, aterrizado a la realidad econmica, encuentra una manifestacin actual en la indecisin por parte de los gobernantes en turno sobre si dejar a las personas trabajar, hacer, ahorrar o invertir, o continuar con la gran vanidad de querer solucionar todos los problemas de la sociedad civil. El entorno actual nos invita a participar en el crecimiento, pero nos limita en las condiciones requeridas para poder salir adelante. Las garantas constitucionales, siendo otorgables, son tambin des-otorgables, y ello es (o suele ser) funcin de los intereses prevalecientes del momento. La tradicin moderna del llamado liberalismo triunfante mexicano conlleva un oficialismo que sirvi los intereses del rgimen, pero que agot su coherencia. Una lectura neutral del liberalismo mexicano deja entrever la fuerte tensin entre la igualdad y la libertad, entre la representacin poltica y la soberana popular. Por tanto, esta es una tradicin repleta en el uso y abuso de adjetivos: liberalismo social, igualitarismo liberal, derechos sociales, democracia popular. El hecho es que el proyecto liberal mexicano, como otras de sus contrapartes latinoamericanas, es constructivista: La construccin total, ex nihilo, sin historia o tradicin, de algo nuevo, de una nueva sociedad, de un nuevo rgimen, de algo que borre el pasado y legitime el futuro. En este mismo orden, la figura mtica de Nacin-Estado construye todo, de arriba hacia abajo, sea esto un rgimen de libertades o de austeridad fiscal o de intervencionismo iluminado. En esta versin centralista, el gobierno nos obliga, literalmente, a la libertad. La tensin entre dejar ser y deber ser, de acuerdo a un modelo preconcebido, es patente. La falta de derechos de propiedad bien definidos es consecuencia de la tensin entre estos dos ideales; una ausencia que se manifiesta en un orden jurdico que le da al representante popular el formidable poder de otorgar garantas individuales. El liberalismo "caudillista" latinoamericano, en su versin moderna, es una versin heroica, inocente, peligrosamente romntica ms que triunfante. El concepto de liberalismo social ha sido un eufemismo de mercados monoplicos, realpolitik corporativista y discriminacin jurdica. La orga de cambios que han sufrido los textos constitucionales latinoamericanos, llenos de toda clase de derechos positivos complicadsimos, es producto de esta misin imposible; el intento de reconciliar las tesis caractersticas del liberalismo clsico (respeto al derecho ajeno, dejar hacer, imperio de la ley, entre otros) con una intervencin activa del Estado en la sociedad civil.[8] Estas contradicciones, si bien objetos fascinantes de investigacin, han contaminado nuestra habilidad de comunicar una concepcin popular del liberalismo clsico que cumpla con el objetivo que plantea Buchanan. En particular, la esperanza de desarrollar una conversacin constructiva sobre la gama de contenidos que se transmiten en los medios de comunicacin se ha visto daada, no por la ausencia de una concepcin general del liberalismo, sino ms bien por los efectos de una ola desenfrenada de sensacionalismo, junto con el fenmeno de desinformacin deliberada. La culpabilidad por mera asociacin ha cultivado una imagen del orden de mercado como un proceso desalmado de fuerzas al servicio de los de arriba; lo que realmente conocemos ms por corporativismo o, su sinnimo tradicional, mercantilismo. Los debates se encuentran llenos de distorsiones en el manejo de los conceptos bsicos, de falacias sostenidas especficamente para engaar a incautos, de interpretaciones caprichosas de datos. La prioridad es emitir un mensaje que est de moda, sin cuestionar su veracidad, considerar su alcance o analizar sus posibles consecuencias para la sobrevivencia de una sociedad abierta. Mi sugerencia para la causa liberal clsica no es, obviamente, que nos apartemos del debate pblico. En la comunidad acadmica liberal, de hecho, hay intelectuales que abogan por abandonar el discurso pblico cotidiano, bajo la premisa de que el tiempo destinado a la investigacin sistemtica de temas fundamentales (digamos, en el estudio de la ley, o la ciencia econmica, o teora poltica) representa una inversin bastante ms rentable, con menores costos de oportunidad, que el tiempo dedicado a desarrollar una estrategia mercadolgica popular a favor de la perspectiva liberal. Bajo este criterio, la tarea vulgar es insostenible, simplemente no vale la pena. Esta postura, si bien coherente, conlleva un grave problema alrededor del silencio, o ms bien, alrededor de la distancia que busca el modelo acadmico puro de enfrentar el debate pblico sobre los temas de actualidad en materia poltica o econmica. As, la universidad no es la esfera para elaborar una aceptacin pblica de tesis liberales. El universo adecuado para cumplir con esta tarea es el de los medios de comunicacin. Y, en materia de comunicacin, se ha observado un progreso importante para enfrentar estos desafos, en traducir los asuntos ms complejos de reflexin liberal (nuevamente, por ejemplo, temas tan amplios como el imperio de la ley, o los derechos de propiedad, o la disciplina fiscal); y este progreso, en la medida que es real, coadyuva hacia la aceptacin de los principios generales de la sociedad abierta, como el principio de libertad antes analizado. Ntese, sin embargo, que los contenidos o los casos que se buscan comunicar son particulares, informados por principios generales, sin duda, pero basados en casos individuales, que buscan un argumento a la vez, una solucin a la vez. Por ejemplo, los ndices de libertad econmica (o incluso reportes ms aceptados en la comunidad burocrtica, como Doing Business in the World) han contribuido a crear una mayor conciencia sobre la imperiosa necesidad que tienen las sociedades de contar con un marco legal suficientemente sencillo para no limitar la expansin de la productividad.[9] Asimismo, los contenidos editoriales en peridicos o medios electrnicos han resultado ser valiosos, no como un ingrediente de metodologa prefabricada, sino como casos particulares que, literalmente, ilustran o iluminan causas especficas. La irona que caracteriza a los comunicadores ms sobresalientes de la tradicin liberal moderna, desde Bastiat hasta Stossel, pasando, desde luego, por Hazlitt; o especficamente del liberalismo latino, desde Alberdi hasta Manuel Ayau, pasando por Mario Vargas Llosa, ha sido imprescindible en la defensa de una sociedad ms libre, ms abierta. Pero los casos que se abarcan, con contadas excepciones, tienden a ser particulares: el activista despistado que ataca la apertura comercial, o el populista bolivariano que pretende reinventar un proyecto alternativo de nacin, o el empresario corrupto que cabildea sin cansancio la obtencin de protecciones y privilegios ante un clima de competencia. Esta breve lista de ejemplos implica dos consideraciones: Por un lado, el reto de combatir las manifestaciones de redencin instantnea en el campo de comunicacin pblica es repetitivo y permanente. El proyecto exige una creatividad constante en el proceso de traduccin en vocabulario cotidiano, sobre todo ante la inexorable desesperacin de tener que repetir el mismo mensaje, una vez, otra vez, y otra vez ms, en forma recurrente. Este proyecto no tiene fin, no persigue un propsito ms all que el de velar por la apertura intelectual, asegurar que la conversacin no se cierre. Por otro lado, si bien se deben reconocer avances en el desarrollo de las estrategias de comunicacin, o en la creatividad de los contenidos, estos mismos han evolucionado sobre un proceso de ensayo y error, en forma gradual, con aclaraciones donde stas sean necesarias, con explicaciones donde el asunto exija un argumento ms detallado. La estrategia, as concebida, es explcitamente reactiva, de abajo hacia arriba. Empero, resulta esencial para mantener una sociedad abierta. En ningn momento, sin embargo, vemos una apelacin a una concepcin general que logre salvar el alma de las ideas liberales. El soldado liberal, en el campo de batalla de la comunicacin popular, siempre debe suponer que la probabilidad de que existan futuros enemigos de la sociedad abierta, prometiendo nuevas formas de redencin instantnea, nuevas soluciones a los problemas de la humanidad basadas en un diseo preconcebido, es equivalente a uno. A la luz de esta suposicin, seguimos enfocados en el objetivo de explicar fenmenos reales, como el orden del mercado o la cultura de la libertad, bajo una metodologa flexible, con ejemplos, con casos, con imaginacin, donde el impacto mercadolgico tiene relativa prioridad sobre el formalismo lgico de los argumentos, donde la contra-demagogia no requiere, como una condicin necesaria, congruencia ex ante con el criterio intelectual. Esta proposicin alterna a la visin de Buchanan arroja un dilema central para la defensa de una sociedad abierta: En ausencia de una visin global de la libertad, la independencia acadmica de requerimientos de aceptabilidad pblica podra poner en riesgo la defensa de valores liberales, por medio del surgimiento del silencio. El dilema, en esta versin, es controvertido: el precio del rigor intelectual, divorciado de debates cotidianos vulgares, implica que la tarea de investigacin, las conclusiones de reflexin acadmica, son independientes de los consensos en el folklor popular; y ello implica, a su vez, renunciar los requerimientos de apologa popular en favor del proyecto de investigacin pura (deducir, inducir, inferir) en una esfera universitaria. El silencio, entendido no como la poca o nula reflexin acadmica sino como un vaco de voces en el plano popular, se convierte as en una potencial semilla para el tirano, que explota una cultura de resentimiento, y que moviliza a las masas con la promesa de una redencin inmediata. El silencio del intelectual puro, en medio de un contexto dominado por despotismo, se convierte as en un factor al servicio del poder poltico iliberal. Empero, en otra versin del mismo dilema, el proyecto de difundir nuevos contenidos a audiencias generales, tanto dentro como fuera del crculo universitario, tender a exigir consideraciones extra-lgicas (drama, sarcasmo, y hasta usos ocasionales del ad hominem). De esta suerte, ganaremos un hbil patrocinador de ideas, a costa de renunciar temporalmente a la funcin intelectual. Existe solucin para este dilema? Es, acaso, un dilema autntico? Parecera que satisfacer el alma del liberalismo representa una aspiracin excesivamente ambiciosa. Por principio liberal, las propuestas de salvacin son siempre vistas con escepticismo. Se requiere, ms bien, de un enfoque de sentido comn por parte de aquellas voces culturales cuya presuncin pro-libertad nace de un sentido de humildad, de una consciencia inquieta. En palabras de Bill Emmott:
En este maravilloso texto, Emmott captura un aspecto fundamental de la postura defensiva (reactiva) de la prctica de mantener la conversacin abierta, la cacera de farsantes (hunt for humbugs) que emiten falsos llamados a conquistar la verdad de las cosas. Esta dimensin conversacional define el espritu no confrontacional del oficio liberal, tanto de la extrema cautela de cuidar que no se renan las condiciones polticas para que los agentes del autoritarismo iluminado obtengan acceso al poder, como de mantener la prioridad que merece la crtica constructiva para fundamentar el ejercicio de esta cautela en la vida pblica. Es este espritu el que permite resistir las tentaciones de redencin instantnea, de esa vanidad omnipresente que busca terminar el proceso de dilogo entre nosotros y otros, entre pasado y presente, con la historia de las ideas. Las Enseanzas Liberales: Casos y Paradigmas El concepto de conversacin ha adquirido un lugar prominente en el vocabulario liberal, en virtud de las contribuciones del gran anti-racionalista, Michael Oakeshott.[11] En la tradicin oral de la conversacin civilizada, no existen voces con una autoridad predeterminada en el intercambio de ideas. El objetivo de la conversacin no es cientfico, ni epistemolgico (en el sentido de descubrir la verdad absoluta de las cosas). La finalidad de conversar es, valga la redundancia, conversar. Los polticos que anuncian, con pompa y circunstancia, que ellos hablan con la verdad resultan ser las criaturas ms peligrosas en una sociedad abierta, toda vez que suponen, precisamente, que disfrutan de un acceso privilegiado a la realidad, o de tener conocimientos sobre la sociedad que los separan del resto. Por ello, los profetas de la verdad tienden tambin a perfeccionar el arte de la guillotina, como mecanismo efectivo preferido para anular diferencias de opinin. En el esquema conceptual liberal, siempre habr diferencias, incluso, diferencias que motivan fuertes disgustos. Sin embargo, respetamos esos desacuerdos, y aprendemos a vivir con ellos en forma civilizada, apegados a los valores de libertad y responsabilidad. Esta perspectiva conlleva un ingrediente de conservadurismo filosfico que podra resultar potencialmente inquietante para liberales hayekianos (incluso para el mismo Buchanan) que atacan el conservadurismo poltico moderno. En un texto extraordinario, Oakeshott caracteriza el temperamento conservador en la siguiente forma:
Un individuo que exhiba esta disposicin es crtico y cuidadoso con respecto a propuestas de un cambio radical en la sociedad. Un bien conocido merece siempre el beneficio de la duda sobre uno desconocido. Los protectores de la conversacin abierta poseen esta disposicin. Cuando una voz o un vocabulario se proclamen como autoridad dominante, la historia tender a reproducir los horrores de Robespierre o Stalin. La tarea de comunicacin liberal es ayudar a los miembros de la comunidad a ver ms all de la falsa promesa de transformacin inmediata. Esto es, incluso, congruente con los avances de la tecnologa moderna. Las tecnologas de la comunicacin son otro recurso ms en la conversacin; aunque, sin duda, imprescindible para el futuro de la prosperidad humana. La tentacin de imponer un esquema conceptual determinado, ese llamado de salvacin basado en la premisa de que uno sabe ms sobre la realidad que todos los dems, constituye el comn denominador entre el terrorista religioso, el mesas tropical, el tecncrata moderno, y otras especies que buscan limitar la libertad, que procuran cerrar las puertas del dilogo. Buchanan sugiere que aquellos que ensean liberalismo deben concentrar sus esfuerzos en la visin o constitucin de la libertad, no en el anlisis utilitario que demuestra la superioridad del ideal en la produccin de resultados cuantificables. Esta es una reflexin importante. La interrogante, de todas formas, sigue siendo si el espritu de la enseanza liberal debe ser funcin de la formulacin de un sistema general, o de un enfoque concreto, de caso por caso, basado en los conocimientos cotidianos, cultivados por explicaciones filosficas a la Nozick.[13] Cul, entonces, debe ser nuestro paradigma de virtud intelectual, de enseanza liberal? El modelo conversacional desempea un papel estratgico para el defensor de la libertad, en la medida en que ste se convierte en el agente que busca formar, y fomentar, las condiciones de la conversacin civilizada; asegurando, ante todo, que esas condiciones no se vean amenazadas por promesas, siempre presentes, de redencin general. El agente cientfico o intelectual busca concluir una conversacin con un argumento, con una demostracin; mientras que el poltico que presume representar la soberana popular busca terminar la conversacin empleando la confrontacin. El dilogo, por definicin, requiere civilidad, un contrato tcito de enseanza mutua, paz entre los individuos que buscan un intercambio civilizado de ideas (de hecho, un intercambio dialctico). La desconfianza permanente sobre el diseo de un gran esquema sobre los proyectos de arquitectura social, junto con una apreciacin de los ideales liberales como normas de humildad dentro del quehacer pblico, implican un rol determinante para el pluralismo y la tolerancia en una cultura de libertad. Considrese, por ejemplo, el legado intelectual de Octavio Paz. En la esfera universitaria, su contribucin puede considerarse arrogante, con un estilo denso, lleno de confusiones bsicas a lo largo de varios textos clsicos. Pero la libertad, para Paz, es un producto de la autonoma, en particular, de la crtica y del dilogo abierto de ideas. Las ideas, qua ideas, son cruciales no slo en funcin de sus contenidos explicativos que buscan confutar las fuerzas de opresin. El acto mismo de criticar, de cuestionar, es un acto de libertad en s. Por ello, la crtica hacia el poder, hacia las instituciones donde subyacen las formas autoritarias de organizacin poltica (el patrimonialismo y el presidencialismo que caracterizaron la vida poltica en la era de Paz) es, en s, un acto contra la autoridad, un acto de libertad. Paz buscaba desenmascarar los rituales, refutar y exhibir construcciones polticas, las formas y formalidades del patrimonialismo. Su antropologa se basaba en des-cubrir la realidad cotidiana. Y, si bien este ejercicio en fenomenologa poltica ha sido criticado por su interpretacin generosa de los hechos, o por la ausencia de una metodologa formal, estas articulaciones sobre los supuestos errores de Paz pasan por alto el mensaje central de su narrativa: la de-construccin permanente de construcciones, de falsos paradigmas, de iconos culturales y de otras imposiciones y mitos geniales. Paz representa una figura importante, un modelo que podemos emular, en la elaboracin de una crtica al statu quo. Su crtica al patrimonialismo implica la evaluacin de sociedades donde un prncipe (gobierno contemporneo) concibe la infraestructura del poder poltico, y la tesorera de la nacin, como patrimonio personal. Esta crtica no es solamente una reflexin a favor de la libertad; es a su vez un acto de libertad, una "pintura del escenario" poltico que busca generar duda sobre la legitimidad del orden prevaleciente. La proposicin no nace como una conclusin derivada de un argumento vlido, formulado con premisas especficas del racionalismo poltico. No es proactiva, no busca construir. La motivacin nace, ms bien, de un profundo sentimiento anti-centralista que se limita a criticar, que cuestiona posturas y posiciones como un ejercicio similar a la falseabilidad Popperiana, con el fin de cultivar la libertad, ms que defender una posicin doctrinaria o un liberalismo con pronunciada carga ideolgica. As debemos apreciar frases maravillosas como los que pretenden erigir la casa de la felicidad, nos acaban condenando a la crcel del presente.[14] El papel de la crtica en este proceso es determinante: Criticar no es equiparable a denunciar; es un acto dialctico de cuestionamiento, una curva de aprendizaje cuya principal enseanza es no bajar la guardia en nuestro sistema de creencias populares, ya sea en el centro o en la periferia. As se logra asegurar un mayor grado de libertad. No hay proposiciones sagradas ni verdades en todos los mundos posibles. Los blancos naturales del crtico cultural son los dolos, los conos, los paradigmas, aquellas creencias que tendemos a no cuestionar en la vida cotidiana. Por consiguiente, la actividad de criticar se convierte en un instrumento fundamental de liberalizacin gradual, un mecanismo que permite un cambio permanente en los paradigmas de nuestro tiempo. En este sentido, Paz concibe la crtica como un desafo literario. El arte de criticar, ya sea en una pgina de peridico, o en un debate, o en alguna novela, es iluminar (con poesa, en el caso de Paz, con imaginacin, con oratoria, con letras libres). La tica de reforma (re-formar, o formar de nuevo) se puede cultivar con crtica en este significado, sin confrontacin, sin control, sin la necesidad de buscar el cambio por medio de la violencia revolucionaria. El gobierno debe proteger al ciudadano, dice la teora; pero acaba, casi siempre, actuando como opresor, un ogro filantrpico que tiende a controlar, segn el humor del prncipe y el capricho de la hora. La crtica, as vista (vaya, as de irnica), es una actividad fundamental para el desarrollo de una cultura de libertad. Esta caracterizacin del crtico liberal moderno como catedrtico de poesa, como liberador ms que experto, representa un modelo conceptual importante para explorar los diferentes roles que comunicadores liberales puedan desempear, tanto en la defensa de ideas independientes (digamos, el orden extendido del mercado), como y ms importante an- en la tarea de desafiar lo que venga, cuestionar lo que ms valga, en la medida en que se pueda mantener activo el dilogo entre gobernante y gobernado, buscando siempre evitar la imposicin de un diseo preconcebido de vida. La tica de un buen ciudadano no es congruente con esta especie de liberal crtico. Ntese, nuevamente, que estos roles son independientes de los argumentos que se puedan elaborar en una academia, en momentos que exijan seria reflexin cognitiva. Las historias de los comunicadores crticos son, tambin, independientes de una concepcin general sobre el liberalismo clsico que logre amplia aceptacin popular; as sea en la medida que siga la conversacin del ser humano con la civilizacin, o en la misma medida que surjan otras voces u otras ideas en la narrativa del dilogo intelectual. Una objecin epistemolgica a esta forma de concebir el desafo de comunicacin liberal es que no existe un medio convincente para trazar lneas entre la razn y el relativismo. En la academia, la aceptabilidad de un contenido depende de la existencia de evidencia emprica verificable, junto con un aceptado sistema de argumentacin lgica. Sin embargo, una mente liberal crtica es a la vez una mente que juega con las posibilidades, incluyendo las extra-lgicas o las extra-empricas. La norma no es razn, sino razonabilidad. La razn gua nuestro esfuerzo detrs de una muralla universitaria, mientras que la razonabilidad es un estndar por excelencia en el proceso de edificacin, de crtica, en el reino del debate pblico.[15] El mtodo cientfico puede generar conclusiones contra-intuitivas, o hiptesis que requieren un nivel de conocimiento poco accesible, de extraordinaria sofisticacin. As sucede en el ramo de la alta matemtica y las ciencias naturales. Pero as sucede tambin en la ciencia econmica o en la teora poltica. Sin embargo, tal como Buchanan ha subrayado, el primer caso no requiere un paradigma con aceptacin pblica, mientras que el segundo caso s exige cierta comprensin en el lenguaje ordinario. El crtico liberal, como comunicador, procura garantizar las condiciones mnimas para permitir que los individuos puedan maximizar su libertad de elegir entre diferentes proyectos de vida. As visto, el comunicador liberal no cumple con los lineamientos que Buchanan nos invita a considerar. Se puede decir que tiene, ms bien, una visin ms modesta de la esperanza liberal, en la medida que ofrece un antdoto (ms no el antdoto) contra los enemigos de una sociedad abierta, contra esa fatal arrogancia que pretende determinar la manera de cmo debemos vivir la vida. Sin duda, el debate pblico no es una esfera donde todo se vale. Se deben presentar elementos (y evidencias) que permitan distinguir entre posiciones razonables y no razonables, en el espacio lgico de razones.[16] Uno de los ejemplos ms contundentes de la problemtica liberal, donde los argumentos, pese a su evidencia contundente, no han logrado conseguir una aceptacin pblica universal, es el caso del libre comercio; concretamente la experiencia basada en teoras de la ventaja comparativa y los principios de costos comparados. En este contexto, la mitologa popular sobre el comercio como un juego de suma negativa, en el que una parte gana slo si la otra pierde, ha sido la base para la elaboracin de leyes proteccionistas, que en sus versiones ms recientes adquieren una sofisticacin importante, sobre todo en materia de reglamentos ecolgicos o normas sanitarias, as como un sinnmero de barreras no arancelarias. En el fondo, la incomprensin generalizada de la ley de costos comparados, como un axioma fundamental de las ciencias sociales (lo ms cercano a una verdad universal de sustancia en el ramo de investigaciones sociales, similar a lo que Kant hubiese denominado sinttico a priori), es el factor responsable de la falta de consensos populares alrededor del intercambio comercial, as como de la variedad de falacias populares que dominan los debates sobre el comercio exterior.[17] En palabras de Manuel Ayau:
Esto es un buen ejemplo de la labor del comunicador liberal que busca redescubrir, escarbar, cuestionar, casi como interlocutor socrtico en un dilogo sobre los temas fundamentales de la vida real. El tema que trata Ayau, en el fondo, es la prosperidad del ser humano, su familia y su entorno; prosperidad que se basa en el intercambio voluntario, como un juego que no suma cero (en su versin ms convincente, el intercambio de un derecho legtimo de propiedad beneficia a una parte si y slo si la otra parte tambin se beneficia). El dilogo socrtico es una tarea permanente: repetir la misma tesis en diferentes versiones y cuantas veces sea necesario, ante la incredulidad estructural de la opinin pblica no especializada. El camino (la crtica) que toma Ayau, como comunicador liberal, para analizar el problema planteado conduce, por ejemplo, a la conclusin de que los costos comparados son la esencia del homo economicus, y en tanto la teora general del intercambio siga difundindose en forma equivocada, divorciada de los derechos de propiedad, su comprensin difcilmente se diseminar en el mundo poltico. Por ello -porque falta el ingrediente principal-, es que resulta tan complicado explicar asuntos que de otra forma deberan ser nada ms que tautologas o proposiciones de sentido comn del intercambio bien entendido (por ejemplo, el hecho de que la nica razn de ser de las exportaciones son las importaciones, o que la finalidad del dinero es deshacerse del mismo, o que buscar un supervit comercial equivale a buscar menor inversin, o que boicotear los productos extranjeros como medida de represalia no es ms que un injusto castigo al consumidor local, o que la balanza comercial es una agregado numrico basado en la falacia de que los pases son los que intercambian bienes y servicios, etc.). Una tesis asociada a la teora general del intercambio es el principio de destruccin creativa, fenmeno que representa un elemento clave del crecimiento en una economa abierta. En nuestra era de avance en sistemas de comunicacin, este fenmeno ha adquirido una dimensin omnipresente. Su accionar se ve en todo momento, en todo lugar. Economistas tan cautelosos, y tan respetados, como Arnold Harberger o Jagdhish Bagwhati, han mostrado con datos, anlisis, incluso ancdotas, cmo la apertura comercial global y la destruccin creativa han producido beneficios socioeconmicos cuantificables, tanto en elevar el nivel de vida, como en mitigar la pobreza, as como en mejorar las condiciones de mortalidad, educacin e inversin. Estos economistas, junto con Ayau y varios ms, se plantean la paradoja de por qu, a pesar de tantos datos y tantos hechos, existe una oposicin popular tan marcada, a veces violenta, a la globalizacin. Esta es una pregunta capital, ya que la posibilidad de razonar, de llevar a cabo una conversacin al respecto, choca con la brutalidad ideolgica e intransigencia dogmtica de las posturas anti-intercambio, sean stas post-marxistas, ultra-relativistas (Derrida, Foucalt), ecologistas (Greenpeace), o nativistas (radicales de la ultra-derecha estadounidense), que aborrecen la innovacin, o que simplemente disfrutan de los reflectores populares (como Lou Dobbs o Joseph Stiglitz, entre otros). El problema, identificado originalmente por Bastiat, es que los beneficios de la destruccin creativa tienden a ser menos visibles que el ajuste constante en plazas de trabajo, y de inversiones, que el proceso conlleva. La competencia de fuerzas como China conlleva un beneficio importante de reduccin de precios y costos para consumidores globales, pero tambin un perjuicio visible para productores competidores en la rama relevante (manufactura, por ejemplo), en la medida en que stos enfrentan costos de produccin ms altos. Sera un error, desde luego, no reconocer que se generan contingencias en el proceso de la destruccin creativa; contingencias que, por lo tanto, parecen contrarias a la idea de una sociedad abierta, y que favorecen la bsqueda de subsidios, exenciones fiscales y otro tipo de protecciones por parte de los agentes afectados. El gran reto de los abogados del comercio abierto es, pues, un reto perpetuo, que por la misma naturaleza de la destruccin creativa nunca acabar: reiterar -en todos los momentos posibles, todos los das, una y otra vez- el mismo argumento de que el libre comercio es un juego que no suma cero, que el crecimiento depende de la innovacin, de la productividad, de la reduccin de costos, de la necesidad de desplazar lo viejo por lo nuevo, de las bondades de la destruccin creativa. Ntese cmo, bajo esta premisa, el reto alrededor de la destruccin creativa no es defender la apertura en s, sino evitar que el impulso del proteccionismo gane fuerza y logre materializarse en ley, en un decreto, en una forma econmica. Nuevamente, el liberal comunicador surge ms como crtico de fuerzas ajenas, y menos como constructor de una concepcin general de ideas liberales. En su trayectoria intelectual, Manuel Ayau ser recordado como padre fundador de esa gran institucin, Universidad Francisco Marroqun, como orador privilegiado que siempre cautiv a su audiencia (desde la ms sofisticada hasta la ms cotidiana) con una combinacin ejemplar de rigor, sentido del humor, conocimiento histrico, irona y aceptacin. Su legado principal, al final del da, es la formulacin de los costos comparados como una faceta universal de la vida econmica, y por lo tanto de la vida humana, tan bsica para sobrevivir y para salir adelante como la procreacin, la nutricin y el hbitat general. Este legado, quiz, no busca la salvacin del alma del liberalismo, o algn fin similarmente pico. En mi personal interpretacin, el ejercicio dialctico de cuestionar dogmas populares alrededor del intercambio, de reducir al absurdo las falacias escondidas dentro de la mentalidad proteccionista, de mostrar las confusiones que nutren las vsceras del corporativismo, es equivalente a ensear a otros en base a casos, a paradigmas, en base al ejemplo particular de la vida diaria. Es la manera de hacer consciencia de conocimientos tcitos que ya poseemos como seres humanos. La economa es, despus de todo, accin humana. El liberalismo es objeto permanente de crtica. En Amrica Latina es prcticamente inmoral no despreciar al liberalismo. Sin duda hay liberales de todo tipo; y todos ofrecen una definicin al respecto. Pero la libertad en todas sus dimensiones, ya sea en el comercio diario o en la reflexin filosfica o en alguna vocacin popular, conlleva una actitud especfica, un temperamento ante el conocimiento: el temperamento liberal. sta es una forma, quiz la forma correcta, de entender el liberalismo; no como doctrina, o receta preconcebida en las aulas de la escuela, no como consenso poltico o concepcin general. El liberalismo, as visto, es una actitud ante el conocimiento, ante la realidad externa; un temperamento humilde, que se adapta a los cambios, pero que privilegia lo conocido sobre lo desconocido, la experiencia histrica sobre el supuesto herosmo de un caudillo salvador. En una sociedad abierta todos tienen visiones y valores, pero la norma capital es que ninguno de sus miembros puede imponer su visin sobre el resto. Esa es la fuente de la libertad: Las decisiones normativas del deber ser, de qu hacer, no se derivan de una previa concepcin de cmo se debe vivir la vida del ser humano, ni del nacionalismo histrico, ni del fundamentalismo islmico, ni de un proyecto alternativo de nacin, ni del tecncrata iluminado, ni del ingeniero comercial, ni de todos aquellos que presuman tener un monopolio sobre la verdad. Por ello, el liberal habla de imponer lmites al uso de la autoridad y, por ende, de abandonar la vanidad de planear, orientar, dirigir la actividad de otros proyectos de vida. Esa es la esencia, y la consecuencia, de toda una enseanza de la vida basada en la conversacin del ser humano con la historia, la enseanza que cultiva un temperamento liberal. Si es as, deberamos, entonces, como actores en un mercado dinmico de ideas, contar con la libertad de explorar las diferentes formas de comercializar los contenidos relevantes, desde una perspectiva liberal. El modelo normativo de principios liberales nos advierte que todas las decisiones de poltica pblica deben ser realizadas bajo un esquema independiente de una concepcin ex ante de cmo vivir nuestras vidas. Este es un principio ilustrado, no reducible al lenguaje cotidiano del debate pblico. Sin embargo, ciertos temas especficos, o ciertas propuestas concretas, s pueden someterse a la aceptacin pblica, en la medida en que stas sean congruentes con los fundamentos de la filosofa liberal. Existen, por fortuna, varios ejemplos que reflejan la aplicacin prctica de conceptos abstractos de crtica y conversacin en una cultura de libertad. Ejercicios en Creatividad: Problemas y Posibilidades Si el mercado de la ideas, como todos los mercados, es un proceso de descubrimiento que evoluciona con el tiempo, donde impera la soberana del consumidor, entonces el esfuerzo general de posicionar los beneficios de la libertad y de una sociedad abierta, ms all de las contribuciones de la tradicin clsica intelectual, debera concentrarse en probar cualquier propuesta que procure generar la aceptabilidad suficiente en el mercado pblico. Se pueden desarrollar propuestas empleando, incluso, los mismos medios retricos de antagonistas populistas, que procuran avanzar las libertades de la sociedad civil bajo una estrategia de comunicacin ms identificada con la demagogia que con la tolerancia. En la superficie, ello parecera contrario al liberalismo clsico, pero no lo es. Los ejercicios que se proponen representan casos de reforma estructural en materia de economa poltica, particularmente alrededor del fenmeno conocido como la fatiga de las reformas de mercado y de la falta de consensos entre fuerzas polticas imperantes que logren avanzar cambios liberales de fondo; ya sea en materia fiscal, o en la apertura de sectores estratgicos, o en la transformacin de mercados laborales para acomodar un marco ms flexible.[19] Ante la crisis financiera de 2008, ante el desprestigio de las iniciativas para maximizar la libertad econmica, ante las desigualdades del ingreso en la economa global, surgen voces que anuncian, en forma dramtica, el fin del mercado libre; con el mismo sensacionalismo intelectual como lo hizo, quiz con mucho mayor justificacin, Francis Fukuyama, hace dos dcadas, con su clebre tesis sobre el fin de la historia y el triunfo del capitalismo democrtico.[20] La propuesta implica renunciar, por lo menos bajo el contexto actual, a la formulacin explcita de una concepcin general del liberalismo clsico, tal como nos plantea Buchanan; y, en su lugar, desarrollar un esquema conceptual de soluciones especficas, dirigidas a atacar problemas particulares, identificando los obstculos que puedan surgir ante una propuesta concreta de cambio (liberal), y acomodando las piezas de tal forma que se pueda obtener el resultado deseado, si no en su totalidad, por lo menos en un grado importante de evolucin. Este enfoque requiere distinguir entre polticas creadoras de riqueza y polticas que comparten la riqueza.[21] Las segundas implican una gratificacin inmediata, por tanto tienden a ser populares; mientras que las primeras implican ajustes en el corto plazo para garantizar beneficios sostenibles en el largo plazo, y por tanto tienden a ser impopulares. El dilema que surge para la causa de la reforma estructural de mercado conlleva un escenario de teora de juegos con tres variables: La variable econmica, cuyo fin es la ganancia sostenible en el largo plazo; la variable popular, que busca beneficios financieros instantneos, sin considerar las consecuencias futuras; y la variable poltica, que acomoda las circunstancias con el fin de maximizar su rentabilidad en la arena poltica. El desafo para el diseo de una reforma exitosa, con contenido liberal importante, implica avanzar las libertades de la variable econmica con incentivos suficientemente atractivos para incluir a las variables popular y poltica en la ecuacin. La regla que impera es quid pro quo. La idea es ms retrica que realista, al suponer que s se puede demarcar claramente una diferencia entre crear riqueza y compartirla. Empero, ms all de llevar a cabo una triangulacin de objetivos, el reto fundamental es disear polticas econmicas que logren conciliar las necesidades de transformaciones estructurales con medidas que tengan fuerte apoyo popular en materia poltica, y un probado impacto social en materia popular. El concepto clave, en este escenario de posiciones encontradas, es la creatividad. En las palabras de un observador, este desafo se puede interpretar como un reto poltico para promover la distribucin del ingreso y las oportunidades, sin darle al traste a la estabilidad y al crecimiento. Este ejercicio no busca apropiarse de la demagogia, sino hacer lo necesario para combinar las bases de una futura prosperidad, liquidando las altas facturas de los ajustes de corto-plazo con estrategias explcitamente enfocadas a generar fuerte apoyo popular y sobrado impacto social, con lo cual es posible neutralizar fuerzas polticas que se opongan a estas medidas. Un ejemplo conocido de estos casos es la redistribucin del gasto pblico. En un mundo ideal, el comunicador liberal busca que el gasto del gobierno se limite al mnimo suficiente para financiar el ejercicio del sistema de leyes, de proteccin a los ciudadanos, y dems. En nuestro mundo real, es casi imposible transformar este ideal intelectual en realidad poltica, por lo menos con la rapidez que quisiramos; y, sobre todo, en un plano que combina el desprestigio del mal llamado neo-liberalismo con las vsceras del nuevo populismo latinoamericano. Sin embargo, se puede considerar una propuesta realizable, una promesa creble: una reforma del presupuesto federal que busque una reduccin sistemtica del gasto en un periodo de tiempo determinado (por ejemplo, 2% anual a lo largo de un plazo de cinco aos). La reforma no es ideal, pero es un paso en la direccin (liberal) correcta. No obstante, parecera que se requiere del sacrificio de los intereses inmediatos de la variable popular y, con ello, los intereses de popularidad poltica de la variable poltica. stos, pues, surgen como los obstculos ms importantes. El ejercicio de creatividad mercadolgica en este contexto especfico requiere la presentacin de dicha reforma presupuestal como un mecanismo que permitir empoderar a las clases que menos tienen, que viven en pobreza absoluta, con recursos financieros directos, con dinero no intermediado por la burocracia reinante, en la forma de una aportacin monetaria directa o impuesto negativo directo. Sin duda, la propuesta disfrutara de importante apoyo popular y, probablemente tambin, de apoyo poltico, toda vez que se calculen los costos de renta presente contra los costos de una prdida absoluta de plaza pblica, a causa de no sumarse al ejercicio de redistribucin. La propuesta tiene, adems, una razn de lgica econmica, mediante la cual encaja la variable econmica: el costo de oportunidad de los recursos pblicos en manos de las madres de familia ubicadas en las situaciones econmicas ms modestas es considerablemente inferior al costo de oportunidad que tienen esos mismos recursos en las manos de un burcrata presupuestal desinteresado que asigna dinero que es suyo hacia destinos que no son de su propiedad. En otras palabras, es ms eficiente, y de caridad ms redituable, que los recursos fiscales destinados al llamado "gasto social" se repartan, directamente en efectivo, entre el universo de las familias ms pobres. Y es que la intermediacin burocrtica para distribuir los recursos no tan solo priva a estas familias de una oportunidad de financiamiento, sino tambin de la libertad de elegir el uso de los recursos que supuestamente se tiene etiquetado para este sector de la sociedad. Los ahorros generados en el tiempo establecido, utilizados para un programa universal de subsidios directos a las familias ms necesitadas, no califica como demagogia, en la medida que representa una forma (no la forma ideal, ciertamente) para lograr el efecto deseado: un crowding in de los recursos fiscales, hoy psimamente manejados por burocracias al servicio del gigantismo estatal. Por tanto, esta solucin parece cumplir con la tarea de combinar la reforma estructural (reducir el gasto del gobierno) con acciones que permiten, al mismo tiempo, su amplia aceptacin popular y poltica.[22] Otro desafo de poltica econmica, de dificultad significativamente mayor, se puede ver en el caso de una reforma fiscal integral (otra frase que ha perdido un significado real). Los sistemas latinoamericanos en materia fiscal sufren diversas y documentadas distorsiones que generan costos de ineficiencia, as como graves injusticias por la inequidad tributaria. A pesar de las promesas de llevar a cabo reformas fiscales basadas en la simplificacin tributaria, sta es un rea donde la mayora de los analistas suponen, por lo menos en el caso mexicano, que no se puede, y no se podr. Ciertamente, los intereses polticos y los reclamos populares contra una transformacin fiscal estructural son demasiado pronunciados para imponer una solucin de peso al problema fiscal del pas. Hasta ah, la renovacin integral de la estructura tributaria, con todo y los beneficios de largo plazo de la variable econmica, parece incompatible con los intereses de las otras dos variables. Pero no es as. El mbito tributario tambin representa un rea de oportunidad para la combinacin de soluciones creativas, que logren una transformacin estructural bajo una estrategia basada en apoyos popular y poltico. El liberal, ahora como comunicador que busca una comercializacin efectiva de un caso particular, debe buscar alinear los incentivos en un esquema de juegos donde todos los participantes (popular, poltico, econmico) puedan resultar ganadores. En un mundo ideal, buscamos un impuesto nico (uno solo), sin deducciones, sin privilegios, sin exenciones y, preferentemente, de tipo indirecto (al consumo). Nada ms, nada menos. Pero para caminar en esa direccin, a partir de los laberintos impositivos que imperan en nuestros pases, habr que contemplar una red de proteccin probada que permita capturar las contingencias ocasionadas por el ajuste inicial, as como a los posibles perdedores de corto-plazo. El gran reto que enfrenta una reforma fiscal seria es, en el criterio del periodista mexicano Sergio Sarmiento, cmo vencer a los grandes intereses que se oponen a la simplificacin y racionalizacin de los impuestos. Lo importante es que sigamos avanzando, aun cuando la reforma ideal siga siendo eso, un ideal.[23] Para Sarmiento, lo ideal es una tasa nica de alrededor de 15% sobre el ingreso, pero que a la vez elimine el amplio universo de exenciones y privilegios; en consumo, lo ideal sera, tambin, una tasa de alrededor de un 10%, pero que sea aplicable a todos, absolutamente todos los productos (alimentos y medicinas incluidos), y por igual en todas las regiones del pas. As, bajo la perspectiva de Sarmiento, las posibilidades de realizar lo ideal en materia fiscal son muy limitadas. Hay demasiadas telaraas mentales (el impuesto nico es regresivo) e intereses especiales (tabes polticos) que impiden llevar a cabo el cambio fiscal. Las fuerzas conservadoras han encontrado en este tema una causa populista que no abandonarn () dice Sarmiento-, [por lo cual] habr que ser mucho ms modestos, o polticamente realistas, en cuanto a los lmites de la reforma fiscal. El dictamen parece contundente. Sin embargo, la tarea del liberal creativo, como ya se dijo, es buscar la manera de empujar el cambio fiscal radical, basado en la alineacin de los incentivos populares, polticos y de lgica econmica, por muy imposible que parezca. El problema con la reforma fiscal integral es que el punto de venta est basado en la necesidad imperante de aumentar la recaudacin; una razn cierta pero insuficiente para movilizar las fuerzas mercadolgicas (aunque sea para los pobres, el contribuyente promedio no desea que el gobierno extraiga ms dinero de su bolsillo). El punto de venta efectivo debe partir del lado en el que se encuentran los intereses de la sociedad: las injusticias derivadas de los regmenes de tasas diferenciadas, ya sea a nivel de consumo o a nivel de ingreso, que ocasionan que los que menos tienen acaban, sobre todo del lado del consumo, subsidiando a los que ms tienen. As pues, la justificacin mercadolgica por la cual se debe unificar la tasa del impuesto al valor agregado o al consumo, no reside en que habr mayor recaudacin, o ms para repartir, sino en que se eliminaran las injusticias derivadas de un sistema diferenciado (el fenmeno de hood-robinismo fiscal, donde los que ms tienen, y los que s pueden pagar, se llevan la gran parte del privilegio, mientras que los que menos tienen dejan de recibir, en forma directa, lo que se podra generar por medio de la unificacin tributaria). Las variables popular y poltica (digamos, intelectuales, legisladores, lderes sindicales y dems) se oponen a la unificacin de tasas bajo el pretexto de que tal medida golpear a los que menos tienen, pues son stos, en proporcin a sus ingresos, quienes ms consumen, mientras que en materia de ingreso, los ricos dejarn de pagar lo que deberan pagar. Empero, consideremos los datos: el rgimen de tasas diferenciadas, sobre todo en consumo, implica que se deja de recaudar una gran cantidad de recursos fiscales, al no captar recursos de aquellos que s pueden pagar el impuesto de 10% ( 15%, o la tasa que resulte) en alimentos y medicinas. En concreto, de cada peso que se deja de recaudar por subsidiar a los que menos tienen con una tasa cero para alimentos y medicinas, a la vez se deja de recaudar hasta cuatro pesos (sino es que ms) por no gravar a aquellos consumidores que s pueden pagar. Esa desproporcin equivale a privilegiar a los que s pueden pagar a costa de los que no pueden pagar. Ese es, precisamente, el dato que ser la base de una eventual solucin estratgica al caso: que por cada unidad de cuenta que eroga la tesorera federal para subsidiar la falta de uniformidad en el impuesto al consumo en el universo de familias pobres, debe destinar una cantidad cuatro veces superior para financiar el subsidio tributario de tasas preferenciales en el universo de familias que s disponen del poder adquisitivo para absorber una tasa nica al consumo aplicada a todos los bienes. La solucin creativa, por ende, es encontrar un medio de apoyo a los potencialmente golpeados por la implementacin de la tasa nica (en el caso mexicano, los primeros seis deciles de la poblacin) en la etapa de transicin hacia un rgimen simplificado fijo. El impacto de la aplicacin de una tasa de 10% en alimentos y medicinas equivale al aumento en el gasto promedio de alrededor 40% en las familias del sector ms pobre de la poblacin. El desafo es, entonces, encontrar una forma de hacer llegar esta cantidad de recursos a la poblacin objetivo antes de que entre en vigor el nuevo rgimen fiscal y con ello subsidiar, ex ante y por la va del gasto, el impacto que tiene la unificacin sobre el ingreso familiar. La propuesta, incluso, podra seguir la siguiente lgica de juegos: si cada unidad de subsidio fiscal a las familias ms pobres le cuesta al erario pblico cuatro unidades de subsidio fiscal a las familias de suficiente poder adquisitivo, habra entonces que etiquetar cada una de estas cuatro unidades que ahora representarn ingresos adicionales en las arcas fiscales, de tal suerte que esas cuatro unidades se destinen especficamente para un eventual subsidio directo a las familias en el padrn que no cuentan con el poder adquisitivo suficiente (nuevamente, aquellas familias identificadas dentro el censo econmico nacional como los primeros seis deciles de la poblacin). Empero, el calendario y la temporalidad de la designacin del subsidio directo es crucial. La frmula popular y polticamente viable es que, por cada peso adicional que las familias en categora P (pobres) tengan que pagar a causa de la unificacin del rgimen fiscal, debern recibir hasta cuatro pesos de regreso (digamos, los mismos cuatro pesos que hoy se dejan de percibir bajo el rgimen de exencin). Pero, de ser as, es necesario que los primeros dos pesos se otorguen en un plazo anterior a la entrada en vigor del nuevo rgimen, para as poder neutralizar el impacto del nuevo gravamen en el gasto promedio por familia, y para tambin dar una muestra real, no sustentada en promesa verbal sino en realidad financiera, de que esos recursos que se captarn en el universo de familias R (ms ricas) s se destinarn al universo de familias P. La estrategia financiera sera hacer llegar esta cantidad de futuros ingresos a estas familias, pero en forma ex ante, no ex post, de la ejecucin de la reforma fiscal. As visto, la percepcin del agente cotidiano representado en la variable popular es que, en el peor de los escenarios, un agente gana por lo menos un peso (de los dos que se prometen, uno antes, otro con posterioridad); en el mejor de los escenarios, el mismo agente, cuatro veces ms. El aspecto ex ante es fundamental, ya que con la coordinacin de los tiempos se logran conciliar los incentivos de los polticos con los del universo objetivo de causantes, y con los fines econmicos de la reforma fiscal, es decir, la unificacin de tasas, junto con la eliminacin de regmenes preferenciales, as como lograr maximizar fuentes sostenibles de ingreso que no dependan de endeudamiento o del manejo de ingresos voltiles (como, por ejemplo, los recursos de la factura petrolera). La ingeniera financiera para realizar la operacin de subsidio directo ex ante, sera por medio de un esquema de factoraje fiscal; es decir, usar las facturas de futuros ingresos fiscales esperados (las cuatro unidades que hoy no se captan en el universo de familias R por vivir con la tasa cero) como garanta debidamente aislada, para colocar un instrumento especial de deuda, con vencimiento a largo-plazo, a una tasa igual o un poco ms atractiva que las tasas de mercado en las colocaciones actuales. Los nuevos recursos se destinaran a un fideicomiso transparente, cuyo comit tcnico sera responsable en otorgar, a travs de un padrn independiente actualizado, los subsidios correspondientes. El instrumento de deuda se podra ir amortizando en la medida que se vayan captando los nuevos recursos tributarios derivados del aumento proyectado en la recaudacin. De esta forma, ya no se puede usar la excusa de los pobres para enmascarar los privilegios fiscales, y con ello detener los incrementos derivados de la generalizacin del impuesto al consumo. Los ciudadanos que menos tienen, las familias P, ya estaran potenciados con recursos antes de la entrada en vigor del cambio de rgimen. Eso, psicolgica y polticamente, hace una diferencia determinante. Adems, la operacin no impacta negativamente sobre las finanzas pblicas, al contar con la garanta de futuras facturas fiscales (si acaso, el costo es equivalente al costo del factoraje, que en esas sumas puede representar hasta una dcima parte del valor nominal total de la operacin; es decir, alrededor de diez centavos, o menos, de cada peso, o su equivalente). Esta propuesta, sin duda, contiene ciertos ingredientes incmodos para la perspectiva del comunicador o crtico liberal. Es potencialmente clientelar. No hay garantas fehacientes de que la deuda pblica adquirida para financiar el factoraje se repague con la entrada de los nuevos recursos tributarios (toda vez que la tentacin para usar estos flujos en otras actividades es omnipresente). Es, en cierto sentido, un ejercicio de manipulacin. Estas objeciones, y otras, son vlidas, pero en la circunstancia particular, es importante evaluar el terreno ganado. En esta propuesta se logra lo que, en el criterio representado por la opinin de Sarmiento, se consideraba imposible. Esta propuesta soluciona el dilema del liberal pragmtico (alinear las variables popular, poltica y econmica): la popular, con un subsidio con diente, dado antes de la implementacin de la reforma; la poltica, sin tener que pagar la factura del impopular progresivismo, o la todava ms impopular tasa nica aplicada a los alimentos y las medicinas; y la econmica, al aplicar los cambios que fortalecern las finanzas pblicas y que al mismo tiempo elevarn la productividad de la economa en su conjunto. As, en esta ecuacin de juegos, se logra apoyar una causa liberal, en forma silenciosa, usando los medios que tradicionalmente caracterizan la retrica poltica del re-distribucionismo moderno. Y, as, logramos tambin el cometido de mantener la conversacin abierta. La lgica de la eleccin pblica de estas propuestas parece tolerar una poltica de compartir la riqueza sobre una de crear la riqueza. Es ms, parece manipular medios populistas para servir las necesidades inmediatas de un grupo de inters, mientras que, simultneamente, satisface el apetito del poltico que celebra causas populares como una bandera sine qua non. Pero ello es lo que permite posicionar las propuestas en el universo de posibilidades polticas: disfrutan aceptacin popular marcada, hasta sobrada. La razn econmica real, como sea, existe en ambos casos; y en ambos, a pesar de impactos populares sonantes de corto plazo, los efectos en la productividad, junto con las mayores oportunidades de eleccin, se dan en el largo plazo. Las propuestas logran conectar las promesas de los polticos, con el desempeo positivo de una poltica econmica responsable.[24] Ntese cmo la mencin de una visin liberal, o terminologas similares, se mantiene ausente en la parafernalia de la campaa de comunicacin montada para defender la reforma estructural. Debemos admitir que estas propuestas son controvertidas. El uso (o abuso) de medios que buscan compartir la riqueza para alcanzar fines que buscan crear la riqueza conlleva elementos de riesgo moral, al institucionalizar, por ejemplo, el uso de subsidios como si se tratara de sobornos (de una sola ocasin) con tal de afianzar la meta deseada. Es la disyuntiva fundamental. La conexin entre mercados polticos y las necesidades del mercado econmico se logra por medio de una estrategia submarina, cuidadosa de mantener el silencio de los contenidos liberales ulteriores de las propuestas. Estos casos podran ser tachados de impuros, pero nunca incongruentes con los principios de la libre eleccin. En las palabras de Jos Piera, otro formidable comunicador liberal: En un proceso de implementacin de las grandes reformas estructurales, debemos ser radicales en el enfoque, aunque siempre prudentes en el del proceso de ejecucin.[25] Estas sugerencias alrededor de una aplicacin prctica para generar mayor aceptacin de los contenidos liberales enfrentan dos problemas: En primera instancia, no existen antecedentes claros que demuestren que las propuestas, por lo menos en su formulacin anterior, funcionan. Podemos, como crticos o interlocutores en la conversacin abierta, imaginar escenarios, detallar contra-factuales. Es posible (probable?) que los intereses creados generen consecuencias no previstas, mismas que nos lleven de nuevo al punto de partida inicial, pero con nuevos incentivos perversos establecidos, es decir, con clientelas institucionalizadas que ya esperan, como nueva obligacin poltica, la distribucin de rentas previamente no asignadas. En segunda instancia, al plantear medios equivocados (digamos, una retrica contra-populista) para alcanzar conclusiones correctas (reformas que se aproximan a los principios del mercado bien entendido), parecera una especie de deshonestidad intelectual; y ello representa una peticin de principio contra el llamado de Buchanan para elaborar una visin liberal general con amplia aceptacin. No obstante, en el complejo mercado de las ideas, debemos escuchar la voz del consumidor. El consumidor acadmico requiere argumentacin, verificacin, conclusin; y, afortunadamente, existe una tradicin productiva, con resultados importantes para el ejercicio del estudio de ideas, en esta dimensin del desafo del liberalismo clsico. Pero el consumidor cotidiano probablemente preferir productos con una marca que presume compartir la riqueza, sobre marcas menos atractivas, con costos de ajuste en el corto plazo, que se anuncian slo como creadoras de riqueza. La escala de preferencias puede cambiar, en un futuro distante, toda vez que el manejo de marcas permita ubicar a la causa liberal en un plano ms slido. Pero el reto popular es ahora, no maana, ni menos en un futuro distante. Por ello, a pesar de las posibles deficiencias de estas propuestas, nos mantenemos con un grado de optimismo cauteloso. Debemos, bajo la vocacin de crtica liberal, considerar todo aquello que permita avanzar los valores de libertad de eleccin. Conclusin La evolucin de las tecnologas de comunicacin tender a revolucionar nuestros mtodos de locucin, de generacin de contenidos. Quizs deberemos admitir que Buchanan s tiene razn, que su desafo es legtimo, que debemos emprender la formulacin general de un liberalismo con aceptabilidad pblica. Quizs tambin, en un futuro, ser posible recomendar principios liberales como parte de nuestras creencias centrales, como doxa aceptado, no meramente como tpico que requiere un discurso, o constante anlisis intelectual. Por ahora, sin embargo, sera irresponsable no reconocer los riesgos que impone la atraccin pblica hacia la vanidad de redencin absoluta. El ejercicio de avanzar los conocimientos de la tradicin liberal es particular, caso por caso. A veces, busca la confrontacin; a veces, explica un argumento; otras veces, habr que recurrir a la irona. En la defensa de la crtica y la conversacin, contemplamos todo lo que permita avanzar los fines de la libertad. Nuevamente, volvemos al dilema que presenta la interpretacin del llamado de Buchanan para enfocar la vocacin intelectual del liberal en la constitucin de la libertad: como liberales, o nos dedicamos a la reflexin seria y sistemtica de los temas bajo consideracin, con el privilegio de la academia; o, deberemos entrar al universo vulgar del debate pblico, donde imperan las imgenes visuales, las manipulaciones semnticas, la fabricacin de adjetivos cuya connotacin peyorativa logra mayores frutos que la explicacin de su denotacin histrica. El romance liberal, as visto, parecera estar en la parte perdedora de la competencia para obtener mayor aceptacin popular, por lo menos ante voces populistas que prometen, contra toda realidad econmica, que s hay almuerzos gratis. El liberal clsico, tanto intelectual como crtico, deber celebrar la humildad ante el conocimiento, ante la bsqueda de utopas instantneas: Calls to utopia are dangerous, but so are the assumptions of omniscience in the face of social, economic and political complexity. That, in turn, is the case for liberalism: the belief in tolerance, freedom and experimentation rather than in the imposition of solutions from above.[26] Este espritu de apertura, de un robusto escepticismo ante las voces convencionales que profesan la sabidura sobre los temas del entorno actual, es, desde esta perspectiva, la base fundamental de la argumentacin liberal. O, dicho de otra forma, parafraseando ciertas palabras articuladas por el nuestro clebre Manuel Ayau: Aspiramos a creer en el liberalismo clsico, no exclusivamente, pero s necesariamente, en la medida que aspiramos a creer en la libertad individual como un valor fundamental de la sociedad civil.[27]
[Nota sobre el autor] Roberto Salinas Len es Doctor en Filosofa y Teora Poltica de la Universidad de Purdue, Indiana. Es Presidente del Mexico Business Forum de The Economist Conferences. Ha sido Profesor Visitante de la Universidad Francisco Marroqun. Ha publicado ms de 2,000 artculos en medios a nivel nacional e internacional, y ha dictado ms de 800 conferencias en varias regiones del mundo, a lo largo de cuatro continentes. Fue reconocido por la revista Lderes Mexicanos en 2009. [1] Thomas Friedman, The Lexus and the Olive Tree (Anchor Books, 2000). La teora de la camisa de fuerza dorada predice que la apertura comercial, junto con la cada vez ms creciente movilidad del capital, orillar a los gobiernos a adoptar polticas favorables al libre comercio; es decir, reglas doradas como la estabilidad de precios o la flexibilidad laboral o el desarrollo de mercados de capital. Es altamente cuestionable si el efecto dorado se ha dado en la economa poltica, y si se seguir dando. Obviamente, el efecto paralelo en ideas y contenidos es disimilar tambin. [2] James Buchanan, Saving the Soul of Classical Liberalism, The Wall Street Journal, Enero 1, 2002. Esta nocin es desarrollada con mucho mayor detalle en la ms reciente coleccin de ensayos, James Buchanan, Why I, Too, Am Not a Conservative: The Normative Vision of Classical Liberalism (Edward Elgar, 2005). [3] Un excelente ejemplo en este sentido es la polmica desarrollada por Carlos Alberto Montaner, Plinio Apuleyo Mendoza y lvaro Vargas Llosa en su ataque al arquetipo del perfecto idiota latinoamericano. Este texto es un buen ejemplo, como panfleto provocador, del uso de la irona y la hiprbola para desmentir la sabidura convencional de la academia poltica establecida. Vase Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano (Plaza & Janes, 1996). [4] Jan Narveson, The Libertarian Idea (Temple University Press, 1988), pp. 8-9. Esta "definicin" (en cierto sentido informal y meramente utilitario de la palabra) parece ser ms genrica que otras caracterizaciones que buscan detallar los principios especficos de las ideas liberales. Por lo menos, refleja un ingrediente importante del espritu de la filosofa liberal. Agradezco a Adolfo Gutirrez Chvez la aclaracin de este punto. [5] Esta es la famosa doceava tesis en su Tesis sobre Feuerbach. Ms recientemente, un socialista de Oxford, Michael Luntley, ha planteado que la suposicin liberal que los patrones de comportamiento humano no varan o no se pueden cambiar (por ejemplo, la tesis de que los agentes responden a incentivos) o moldear de acuerdo a la tica del deber ser del modelo socialista representan, increiblemente, una peticin de principio contra el socialismo! Vase The Meaning of Socialism (Oxford University Press, 1988). [6] John Rawls, Political Liberalism (Columbia University Press, 1993). Esta reformulacin, ms pragmtica, de la famosa teora de la justicia sigue suponiendo, sin ambigedad, que los bienes econmicos en la sociedad son dados, con lo cual pueden ser considerados objetos de redistribucin de acuerdo a los principios de justicia e imparcialidad. [7] Tal como escribimos Carlos Ball y yo en Hayeks Pilgrims Progress, The Wall Street Journal, Mayo 14, 1997, en un editorial sobre las reuniones celebrando los 50 aos de la Sociedad Mont Pelerin, en abril de 1997: We all agree on where we want to go, but often disagree on how. There is not only healthy friction between Austrian and Chicago economists, but also disagreements on matters such as immigration, the future of the European Union and the North American Free Trade Agreement. But we know we are just reaching for the truth: Only the likes of Hitler, Stalin, Mao, Pol Pot and Castro are certain of having conquered truth. [8] Carlos Alberto Montaner, La Libertad y sus Enemigos (Plaza y Jans, 2005). En otro ensayo, dedico una discusin ms elaborada sobre la miseria del trmino neo-liberal: A Moratorium on Neo-Liberalism Human Action: A 50 Year Tribute, ed. Richard Ebeling (Hillsdale College Press, 2000), pp. 261-271. [9] En cierta conversacin, Manuel Ayau explic, correctamente, que la inversin realizada por el Banco Mundial en elaborar el Doing Business in the World ser mucho ms rentable, y de mayor valor en crear consciencia sobre las condiciones de inversin productiva, que los miles de millones de dlares que ha desperdiciado en ayuda externa. [10] Bill Emmott, 20:21 Vision (Farrar, Straus and Giroux, 2003) p. 343. [11] En particular, vase el maravilloso ensayo, ya todo un clsico en la materia: Michal Oakeshott, The Voice of Poetry in the Conversation of Mankind, en Rationalism in Politics and Other Essays (Liberty Press, 1991), pp. 488-541. [12] Michael Oakeshoot, On Being Conservative, Rationalism in Politics and Other Essays, pp. 408-409. [13] Robert Nozick, Philosophical Explanations (Harvard University Press, 1981). Tal como Nozick nos invita a imaginar, el modelo de investigacin no debe ser el de construir una torre de principios, sino un Partenn, donde nuevos temas, nuevas contribuciones, sean coleccionados columna por columna, de tal suerte que si una idea no resiste el anlisis se pueda quitar o derrumbar sin con ello demoler al resto de la estructura intelectual. (p. 3). [14] Octavio Paz, El Laberinto de la Soledad (Fondo de Cultura Econmica, 1950). [15] Stephen Toumlin defiende razonabilidad como un sistema de juicios humanos basados en experiencia local y en la vida personal. Esta es la modalidad de la razn que, me parece, es aplicable a esta formulacin sobre el papel del dilogo en una sociedad abierta. Vase su texto Return to Reason (Harvard University Press, 2001). [16] Elaboro la diferencia entre esquemas conceptuales locales versus globales en un argumento sobre la inviabilidad de versiones relativistas globales, en mi ensayo Realism and Conceptual Schemes, The Southern Journal of Philosophy, Volume XVII, No. 1, Spring, 1989, pp. 101-124. [17] En Mxico, el famoso TLCAN, adems de un acuerdo para impulsar el comercio, puede verse tambin como un instrumento constructivo necesario para asegurar un clima de inversin ms confiable, no una camisa de fuerza dorada en el sentido de Thomas Friedman, pero s como una defensa institucional contra variaciones inusitadas en el ambiente de inversin. Sobre este aspecto del acuerdo, vase mi ensayo Free Markets and Free Trade: A Mexican Perspective of NAFTA, en NAFTA and the Environment (Pacific Research Institute, 1993). [18] Manuel F. Ayau, Un Juego que No Suma Cero, Centro de Estudios Econmico-Sociales, Abril 2008, p. 58. En mi opinin, el uso de la teora de costos comparados para definir la libertad bien entendida se aproxima, en la mayor cercana posible, a una concepcin general del liberalismo clsico. Empero, ntese que, a pesar de la maravillosa coherencia conceptual de la ley de asociacin, esta no tiende a ser bien entendida en el plano popular, incluso entre los mismos participantes de la ciencia econmica. [19] Para un anlisis general de esta problemtica, vase Luis Rubio, Oliver Azuara, Edna Jaime y Csar Hernndez, Mxico 2025: el Futuro se Construye Hoy (CIDAC, 2006). [20] Vase Ian Bremmer, The End of the Free Market (New York: Portfolio, 2010). [21] Jerry Jordan ha expuesto esta distincin en varias conferencias y trabajos privados. Jordan parece ser bastante ms especfico en la asociacin del grupo de votantes al que pertenece a cada lado de la distincin: aquellos que votan en elecciones populares (riqueza compartida) versus aquellos que votan en el mercado de capitales (riqueza creada). [22] Para mayor detalle sobre estos y otros aspectos de una reforma presupuestal, vase mi ensayo Las Bases de la Transformacin Presupuestal: el Mito del Gasto Social?, en Las Reformas Estructurales que Mxico Necesita, eds. Arturo Damm Arnal & Adolfo Gutirrez Chvez (Patria Cultural, 2005). El mismo Adolfo Gutirrez Chvez correctamente hace notar que esta propuesta, si bien pueda "salvar" cierto "puritanismo liberal", supone una realidad simplificada, donde los recursos pblicos estn centralizados. Pero el desafo se "complica dramticamente cuando se introduce el elemento del federalismo", siendo que la mayor parte del problema en el ejercicio del gasto se encuentra a nivel local. Dice Gutirrez Chvez: "en la realidad, la evaluacin de los costos de oportunidad de la variable poltica no slo la hacen los polticos de oposicin sino tambin quienes ya estn en el poder, quienes (regularmente) no desean ver la medalla colgada en otra solapa pues lo ltimo que desean es ceder el poder". Excelente punto, sin duda. [23] Sergio Sarmiento, Reforma Fiscal, Reforma, Noviembre 19 2006, p. 15. Quizs esta apreciacin exhibe un grado de simplismo, puesto, tal como comenta Adolfo Gutirrez, debemos ser cuidadosos en el manejo de la palabra "ideal", siendo que no sabemos si se habla de recaudacin ideal, un nivel de gasto ideal, un costo de recaudacin y fiscalizacin ideal, un impulso a la formacin de capital ideal", etc. Pero la preocupacin de la ecuacin poltica y el desprestigio popular de una reforma estructural de fondo es clara. [24] Vase Dwight R. Lee, The Disconnect Between Political Promises and Performance, The Freeman (Abril 2006), pp. 17-21. Por cierto, este enfoque que busca conectas los hilos tambin tiene aplicacin en los casos de reforma energtica, donde los fines econmicos de una expansin de mercado se pueden lograr por medio de una estrategia cuasi-nacionalista, al estilo, digamos, de los fideicomisos de Alaska; as como tambin mediante propuestas de flexibilizacin laboral, basadas en un intercambio entre flexibilidad presente y beneficio futuro, en la forma de cobertura universal. Otro ms, por supuesto, es el bono educativo, o el bono de salud. [25] Una fuente importante de inspiracin en comunicacin liberal se puede encontrar en la serie de propuestas altamente creativas elaboradas por Milton y Rose Friedman, en Capitalism and Freedom (University of Chicago Press, 1963). La tarea general para el comunicador liberal en el nuevo siglo es, en cierto sentido, producir la prxima versin de Capitalism and Freedom. Vase tambin, sobre estos temas, Daniel Klein, A Plea to Economists Who Favor Liberty: Assist the Everyman (Institute of Economic Affairs, 2001). [26] Bill Emmott, 20:21 Vision, p. 343. [27] Una versin anterior de este ensayo fue presentada en la reunin general de la Mont Plerin Society, en la ciudad de Guatemala, Challenges for Liberalism in the 21st Century, bajo el ttulo On Conversation and Criticism: Soldiers and Saviors in an Age of Information, noviembre 2006. Agradezco a mis colegas Imer Flores y Mara Elena Martnez por sus interesantes observaciones en diversas partes del texto. Agradezco tambin a Adolfo Gutirrez Chvez por su revisin exhaustiva del presente texto, y sus excelentes sugerencias, tantos editoriales como sustanciales. Ante todo, debo reconocer la influencia de Manuel Ayau, quin sembr la inspiracin original de este ensayo, a partir de una larga conversacin sobre epistemologa liberal en el marco de las reuniones regionales de la Mont Pelerin Society en Praga, todava en la entonces Checoslovaquia, en octubre de 1991. Comentarios al artículo...
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