Santiago de Chile (AIPE)- Cuando el ejército
colombiano cruzó poco más de mil metros de la imperceptible frontera con
Ecuador, casi simultáneamente Chávez y Castro traspasaron
la delgada línea que los separa de la histeria. Y, entonces, los demás
mandatarios latinoamericanos, temerosos de los acontecimientos, exigieron
explicaciones al Presidente Uribe, sin reclamar a Ecuador por los campamentos
de las FARC en ese país ni a Chávez por el apoyo que les brinda.
El extraño espectáculo de contradicciones,
polémicas e insultos culminó como si nada, a los pocos días. Silenciosos
quedaron los ardientes teléfonos rojos utilizados para reclamar a Uribe y calladas
fueron las trompetas de guerra que dijo haber oído Castro. Sin rumbos quedaron
los despliegues de tropas ecuatorianas y los tanques, batallones, aviones Sukhoi y la guardia nacional del estado Carabobo, alistados
por Chávez. Superadas quedaron también las expulsiones de embajadores
dispuestas por Cuba, Venezuela y Nicaragua. El Armagedón
y las paranoias se habían esfumado. En todo caso, ningún presidente
sudamericano se atrevió entonces -ni ahora- a calificar de terroristas a las
FARC, como lo hacen la Unión Europea y Estados Unidos. Nuestros jefes de Estado
prefieren ignorar que esa organización practica chantajes, secuestros,
asesinatos y narcotráfico, y llamarlos beligerantes en vez de terroristas, y
olvidarlo todo.
Los abrazos y reanudación de relaciones
diplomáticas subsiguientes, que parecen inexplicables, tienen algunas razones.
Los presidentes más moderados reconsideraron su parcialidad y precipitación
iniciales. Resultaron insoslayables las evidencias de la intromisión en la
soberanía de Colombia desde numerosos campamentos de las FARC ubicados en
Ecuador, y el apoyo material que les prestaba Chávez, ahora registrado en
discos duros. Más importante, la acción colombiana fue un serio revés para las
FARC; la estrategia de legitimarlas fracasó. De casus belli han pasado a ser un caso fallido.
Los guerrilleros están arrinconados, han perdido la mística, no tienen qué
ofrecer al pueblo colombiano y están dedicados a delitos comunes y a las
recompensas en dinero.
Que Fidel siga afiebrado, las FARC en retirada,
Chávez replegado y los presidentes reconciliados no significan que el conflicto
haya terminado. Los protagonistas siguen vigentes, los terroristas armados y
los secuestrados sin libertad. Lo deseable es que, si se repite algo parecido,
no nos precipitemos y que la cordura se imponga desde el comienzo por sobre las
reacciones histéricas y las paranoias caribeñas.
___* Abogado chileno, ex ministro de Relaciones
Exteriores.