4/2/2008
De la izquierda (II)
Arturo Damm

¿Qué significa ser de izquierda? En términos generales, no tener respeto por la propiedad privada y, dado que la propiedad es la condición de posibilidad de la libertad, no tener respeto, tampoco, por la libertad individual, falta de respeto que se manifiesta en el afán redistribuidor de la izquierda, que encuentra su “justificación”, al menos desde el punto de vista del mismo izquierdista, en el fin perseguido con la misma: disminuir, y de ser posible eliminar, la desigualdad, sobre todo la que se refiere a la disponibilidad de los satisfactores indispensables para vivir con dignidad, disminución de la desigualdad que, bajo el esquema de la izquierda se da, no gracias a la mayor generación de ingresos de parte de los que menos tienen, sino gracias a la redistribución del ingreso desde quienes generan más hacia quienes generan menos, redistribución que no es otra cosa más que un robo con todas las de la ley, que no por ser legal deja de ser injusto (véase, para ahondar en el tema, el excelente trabajo de Bertrand de Jouvenel, La ética de la redistribución)

 

Habrá quien diga, llegado yo a este punto de mi exposición, que ser de izquierda significa, antes que cualquier otra cosa, ser de buen corazón y, por lo tanto, velar por el bienestar de los más necesitados, lo cual, si nos ponemos un tanto cuanto idealistas, podemos aceptar, pero señalando que, a esa definición, de lo que significa ser de izquierda, le falta una segunda parte, la que tiene que ver, no con el qué - que todos disfruten un mínimo de bienestar material -, sino con el cómo – cómo se le va a hacer para que todos se beneficien de un mínimo de bienestar material-, pregunta que para la izquierda tiene una sola respuesta: por medio de la redistribución, es decir, usando el poder político para quitarle a unos y darle a otros. Lo que verdaderamente define a la izquierda no es el qué, que comparte, por ejemplo, con los liberales, sino el cómo, que es la marca inconfundible de la casa.

 

Llegados a este punto no faltará quien haga notar que todos los gobiernos, tanto de izquierda como de derecha, redistribuyen, al grado de poder afirmar que gobernar es hoy sinónimo de redistribuir, bastando analizar los presupuestos de egresos de los gobiernos, comenzando por el mexicano, para  comprobarlo. Si lo anterior es cierto, y lo es, resulta que no todos los gobiernos que redistribuyen son de izquierda, ya que hay gobiernos de derecha que también les quitan a unos para darles a otros, observación a la cual yo respondo que, el menos en su faceta redistribuidora, esos gobiernos de derecha, como son los del PAN en México,  de hecho son de izquierda, ¡sobre todo de izquierda!, ya que la redistribución es la principal tarea de dichos gobiernos y, si no lo creen, revisen el Presupuesto de Egresos de la Federación para el 2008 o, más sencillo, pongan atención a los resultados que, a través de los medios de comunicación, sobre todo electrónicos,  presume el gobierno.

 

Para decirlo en términos coloquiales: ser de izquierda es ser amigo de lo ajeno. Es estar dispuesto a usar el poder político para obligar a unos a entregar parte del producto de su trabajo para dárselo a otros, con el fin de alimentarlos, curarlos, educarlos, etc., etc., lo cual no pasa de ser, ¡en este punto hay que insistir una y otra vez hasta que se entienda!, un robo con todas las de la ley, que por ser tal es legal, pero también inmoral (insisto: léase el libro La ética de la redistribución, de Bertrand de Jouvenel)

 

Teniendo claro lo que significa ser de izquierda – ser amigo de lo ajeno -, entendemos por qué ha pasado, con el proceso electoral de los perredistas, lo que ha pasado, producto del poco respeto que la izquierda tiene por la propiedad de los demás, comenzando, en este caso, con la propiedad, ¡privada, obviamente!, del voto.

 



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