Aprender es tarea inacabable. Ya decía Antonio
Machado que “nuestras horas son minutos cuando deseamos saber, y siglos cuando
sabemos lo que se puede aprender”.
Como a mí
El miércoles, sin ir más lejos, me encontré un caso
pasmoso de sabiduría infusa en las páginas de opinión de un periódico. El señor
Sergio
Aguayo Quezada en un largo artículo, titulado “De tesoros”, presume conocer
algo que yo creía incognoscible: los pensamientos recónditos, ocultos, del
prójimo. Esto “saber” se antoja de índole sobrenatural o mágica. El señor
Aguayo nos revela lo que, según él, en realidad piensan los autores del
documento “Diagnóstico:
Situación de Pemex” –dado a conocer el domingo
pasado- y que no es, asegura Aguayo, lo
que tales autores dicen.
Escribe este comentarista que los autores del
documento piensan que la llave del éxito para fortalecer a Pemex
está “en la apertura al capital privado”, pero esto, nos advierte, “lo piensan, pero jamás lo dicen”
(textual; las negritas y el subrayado son míos). El señor Aguayo, entonces, debe
poder leer los pensamientos recónditos del prójimo. Hay dos posibilidades: O es
un dios omnisciente o cojea del mismo pie que el atormentado Otelo, a quien su exacerbada
suspicacia –alimentada por Yago– le llevó a creer que
sabía acerca de Desdémona lo que no podía saber.
Díganme escéptico irredento, si quieren, pero me inclino
por la segunda posibilidad. A este Otelo no es Yago quien le alimenta la
suspicacia, sino algún prejuicio ideológico o algún palabrero de Tabasco.
Lo malo es que, al leer el artículo, yo buscaba aprender
algo sobre lo que dice el dichoso documento; no esperaba que me platicasen tan
largo y tan tendido sobre lo que no dice. Perdí mi tiempo.