10/17/2013
El negocio de las marchas
Sergio Sarmiento

La libertad de manifestación está garantizada en la Constitución. Nadie lo cuestiona. Los mexicanos estamos habituados a marchas y protestas. Es un derecho que encontramos en todos los países democráticos del mundo y que los mexicanos aceptamos sin chistar. En México, sin embargo, este derecho se ha ampliado a incluir la agresión a terceros, cosa que no se acepta en ningún país democrático del mundo.

Los capitalinos ya ni siquiera vemos las marchas. Tan solo en los primeros nueves meses de gobierno de Miguel Ángel Mancera, se registraron 2,370 manifestaciones en el Distrito Federal. Estamos acostumbrados a que cualquier grupo se lance a las calles en busca de dinero o prebendas o para protestar por agravios.

Las marchas se han convertido, de hecho, en un negocio rentable. Organizaciones como Antorcha Campesina, el Frente Popular Francisco Villa, el Barzón y la Asamblea de Barrios no sólo organizan sus propias manifestaciones sino que se alquilan a otras.

En México son mucho más comunes las manifestaciones que en los países democráticos porque son recompensadas. Las autoridades no prestan atención a las exigencias o agravios de los grupos de poder sino hasta que hacen una manifestación. Las marchas se han convertido en el equivalente de la petición a la autoridad de las sociedades democráticas.

Son tantas las manifestaciones que los grupos que utilizan este recurso como arma o negocio ya no pueden limitarse nada más a marchar en las calles. Necesitan algo adicional para llamar la atención. Por eso llevan a cabo bloqueos u otras formas de agresión a terceros.

Los bloqueos de avenidas de la ciudad de México y Oaxaca por la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación son ejemplo de esta estrategia. Cada vez se ven con más frecuencia también bloqueos de carreteras y autopistas. Entre las vías de comunicación que más han sufrido estos bloqueos están la Autopista del Sol, la México-Puebla, la Orizaba-Puebla y la Ciudad Obregón-Nogales.

Las autoridades mexicanas no se atreven a utilizar la fuerza pública para liberar las vías de comunicación. El gobierno del Distrito Federal ha permitido que los bloqueos sobre el Paseo de la Reforma, Insurgentes, el Periférico y el Circuito Interior se realicen de manera constante y se mantengan durante horas. El gobierno federal permite también bloqueos prolongados de carreteras y autopistas. Los funcionarios siempre pueden viajar en helicóptero y poco les importan los daños que sufren los ciudadanos comunes y corrientes.

Esto no ocurre en los países democráticos. Cuando en Nueva York el movimiento de los indignados contra Wall Street pretendió bloquear el puente de Brooklyn, la policía actuó de inmediato, disolvió el bloqueo y detuvo a unos 400 manifestantes. En México, en cambio, el jefe de gobierno Miguel Ángel Mancera pidió dinero al gobierno federal para compensar a las víctimas de los bloqueos. El gobierno federal y el de Oaxaca, a su vez, han premiado con dinero y prebendas a los grupos que se manifiestan.

Con estas condiciones seguiremos viendo bloqueos que tomen como rehenes a inocentes. Mientras la extorsión sea un buen negocio, seguirá siendo una ocurrencia cotidiana en nuestro país.



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