Mis queridos lectores me pidieron que ahondara en la batalla por aprobar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y en aspectos innovadores de esas pláticas, cruciales para llevar a buen término el proyecto y dotarlo de indudable legitimidad, como fueron las consultas con el sector privado mexicano “en el cuarto de junto.”
En las numerosas mesas en las que ocurrían las pláticas para liberalizar el comercio y proteger inversiones y propiedad intelectual, se convocó a representantes de las industrias objeto de cada negociación para que asesoraran a nuestros negociadores, que al llegar a algún acuerdo con sus contrapartes de EU y Canadá, interrumpían la sesión para conversar con ellos en privado las propuestas sobre la mesa.
De esa manera, se hacían los ajustes necesarios en lo negociado pues si bien los funcionarios que estaban en las pláticas eran excelentes economistas y abogados, no conocían los detalles operativos y microeconómicos de las actividades objeto de las conversaciones tan bien como los dueños y directivos de las empresas productivas.
Este mecanismo de consulta funcionó notablemente bien bajo la coordinación del empresario azucarero –y hoy también refresquero- Juan Gallardo Thurlow quien presidió la COECE (Coordinadora de Organizaciones Empresariales de Comercio Exterior), que logró convocar a los principales empresarios mexicanos a participar.
En el aspecto jurídico, el sector privado mexicano también jugó un papel importante en asesorar a nuestros funcionarios negociadores, lúcido esfuerzo coordinado por el hoy Embajador de México en Estados Unidos Eduardo Medina Mora.
Los sectores privados y académicos de los tres países también contribuyeron en forma crucial a iluminar los argumentos y apoyar la causa del TLCAN en un esfuerzo espejo al que describí hace dos semanas realizado por el gobierno de México, publicando análisis y organizando eventos informativos en todo el territorio de EU.
Si bien el más ostensible objetivo del TLCAN fue abrir el comercio entre los tres países del área, el propósito de fondo era el de anclar en un basamento institucional y jurídico firme las reformas económicas emprendidas por el gobierno de México para liberalizar y modernizar su economía después de la crisis de la deuda de 1982.
Por su parte los críticos del TLCAN en EU formaban un grupo variopinto, objetando que su país negociara un acuerdo de libre comercio con México por las más diversas y contradictorias razones y desde muy dispersos ángulos políticos:
Los detractores del Tratado en EU tenían feroces aliados mexicanos que temían, con razón, que su aprobación haría imposible revertir las reformas liberalizadores iniciadas al término de los regímenes populistas de Echeverría y López Portillo. Pero había oponentes que creían que el Tratado era tímido y no planteaba integrarse a fondo, con transferencias para alentar el crecimiento de México, como en Europa.
En este último punto hay que recordar el refrán popular que “lo mejor es enemigo de lo bueno” pues no habría habido TLCAN en esos términos.