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“La tragedia del pensamiento colectivista es que, aun partiendo de considerar suprema a la razn, acaba destruyndola por desconocer el proceso del que depende su desarrollo. Puede en verdad decirse que sta es la paradoja de toda doctrina colectivista, y que es su demanda de un control consciente o una planificacin consciente lo que por fuerza la lleva a pedir para una mente individual la direccin suprema; cuando slo el enfoque individualista de los fenmenos sociales nos permite reconocer las fuerzas supra-individuales que guan el desarrollo de la razn. El individualismo es, pues, una actitud de humildad ante este proceso social y de tolerancia hacia las opiniones ajenas, y es exactamente lo opuesto de esa presuncin intelectual que est en la raz de la demanda de una direccin completa del proceso social.
Este texto es el captulo 11 del libro Camino a la Servidumbre. Publicado originalmente en ingls en 1944” Friedrich A. Hayek
LUNES, 27 DE FEBRERO DE 2012
Comments El fin de la verdad
El camino ms eficaz para hacer que todos sirvan al sistema nico de fines que se propone el plan social consiste en hacer que todos crean en esos fines. Para que un sistema totalitario funcione eficientemente no basta forzar a todos a que trabajen para los mismos fines. Es esencial que la gente acabe por considerarlos como sus fines propios. Aunque a la gente se le den elegidas sus creencias y se le impongan, stas tienen que llegar a ser sus creencias, tienen que convertirse en un credo generalmente aceptado, que lleve a los individuos, espontneamente, en la medida de lo posible, por la va que el planificador desea. Si el sentimiento de opresin en los pases totalitarios es, en general, mucho menos agudo que lo que se imagina la mayora de las personas en los pases liberales, ello se debe a que los gobiernos totalitarios han conseguido en alto grado que la gente piense como ellos desean que lo haga. Esto se logra, evidentemente, por las diversas formas de la propaganda. Su tcnica es ahora tan familiar que apenas necesitamos decir algo sobre ella. El nico punto que debe destacarse es que ni la propaganda en s, ni las tcnicas empleadas son peculiares del totalitarismo, y que lo que tan completamente cambia su naturaleza y efectos en un Estado totalitario es que toda la propaganda sirve al mismo fin, que todos los instrumentos de propaganda se coordinan para influir sobre los individuos en la misma direccin y producir el caracterstico Gleichschaltung de todas las mentes. En definitiva, el efecto de la propaganda en los pases totalitarios no difiere slo en magnitud, sino en naturaleza, del resultado de la propaganda realizada para fines diversos por organismos independientes y en competencia. Si todas las fuentes de informacin ordinaria estn efectivamente bajo un mando nico, la cuestin no es ya la de persuadir a la gente de esto o aquello. El propagandista diestro tiene entonces poder para moldear sus mentes en cualquier direccin que elija, y ni las personas ms inteligentes e independientes pueden escapar por entero a aquella influencia si quedan por mucho tiempo aisladas de todas las dems fuentes informativas. Si bien en los Estados totalitarios esta posicin de la propaganda proporciona un poder nico sobre las mentes, los peculiares efectos morales no surgen de su tcnica, sino del propsito y el alcance de la propaganda totalitaria. Si pudiera confinarse a adoctrinar a la gente sobre el sistema general de valores hacia el que se dirige el esfuerzo social, la propaganda representara simplemente una manifestacin particular de los rasgos caractersticos de la moral colectivista, que ya hemos considerado. Si su propsito fuera tan slo ensear al pueblo un cdigo moral definido y completo, el problema slo estara en averiguar si este cdigo moral es bueno o malo. Hemos visto que no es probable que nos atraiga el cdigo moral de una sociedad totalitaria; que incluso el esfuerzo hacia la igualdad a travs de una economa dirigida slo puede conducir a una desigualdad impuesta oficialmente, a una determinacin autoritaria de la posicin de cada individuo en el nuevo orden jerrquico; que desapareceran la mayor parte de los elementos humanitarios de nuestra moral social: el respeto por la vida humana, por el dbil y por el individuo en general. Por repulsivo que esto pueda ser para la mayora de las personas, y aunque ello envuelve un cambio en los criterios morales, no es necesariamente antimoral por completo. Algunos rasgos de semejante sistema pueden incluso atraer a los ms rgidos moralistas de matiz conservador y parecerles preferibles a los criterios, ms blandos, de una sociedad liberal. Las consecuencias morales de la propaganda totalitaria que debemos considerar ahora son, por consiguiente, de una clase an ms profunda. Son la destruccin de toda la moral social, porque minan uno de sus fundamentos: el sentido de la verdad y su respeto hacia ella. Por la naturaleza de su tarea, la propaganda totalitaria no puede confinarse a la degradacin de los valores, a las cuestiones de interpretacin y a las convicciones morales, sobre las cuales el individuo siempre se adaptar, ms o menos, a los criterios dominantes en su comunidad, sino que ha de extenderse a cuestiones de hecho que operan sobre la inteligencia humana por una va diferente. Tiene que ser as, primero, porque para inducir a la gente a aceptar los valores oficiales, stos deben justificarse o mostrarse en conexin con los valores ya sostenidos por la gente, lo cual envolver a menudo afirmaciones acerca de las relaciones causales entre medios y fines; y, en segundo lugar, porque la distincin entre fines y medios, entre el objetivo pretendido y las medidas tomadas para alcanzarlo, jams es en la realidad tan tajante y definida como tiende a sugerirlo la discusin general de estos problemas; y, en consecuencia, la gente tiene que ser llevada a aceptar no slo los fines ltimos, sino tambin las opiniones acerca de los hechos y posibilidades sobre las que descansan las medidas particulares. * * * Hemos visto que en una sociedad libre no existe acuerdo sobre ese cdigo tico completo, sobre ese sistema universal de valores que est implcito en un plan econmico, pero habra de crearse. Ms no debemos suponer que el planificador acometer su tarea consciente de esta necesidad, o que, si es consciente de ella, le ser posible crear de antemano un cdigo tan amplio. Slo a medida que avanza descubre los conflictos entre las diferentes necesidades, Y tiene que tomar sus decisiones cuando la ocasin surge. No existe un cdigo de valores in abstracto que gue sus decisiones antes de tener que tomarlas, y tiene que irlo levantando sobre las decisiones particulares. Hemos visto que esta imposibilidad de separar los problemas de valor generales de las decisiones particulares impide que un organismo democrtico, aunque incapaz de decidir los detalles tcnicos de un plan, pudiera determinar los valores que le orienten. Y como la autoridad planificadora habr de decidir constantemente sobre mritos acerca de los cuales no existen normas morales definidas, tendr que justificar ante la gente sus decisiones, o, al menos, tendr que hacer algo para que la gente crea que son las decisiones justas. Aunque los responsables de una decisin pueden haberse guiado tan slo por un prejuicio, tendrn que enunciar pblicamente algn principio orientador, si la comunidad no ha de someterse en forma pasiva, sino que ha de apoyar activamente la medida. La necesidad de racionalizar las aversiones y los gustos, que, a falta de otra cosa, guiarn al planificador en muchas de sus decisiones, y la necesidad de exponer sus argumentos en forma que atraiga al mayor nmero posible de personas, le forzarn a construir teoras, es decir, afirmaciones sobre las conexiones entre los hechos, que pasarn a ser parte integrante de la doctrina de gobierno. Este proceso de creacin de un mito para justificar su accin no tiene necesariamente que ser consciente. El lder totalitario puede guiarse tan slo por una instintiva aversin hacia el estado de cosas que ha encontrado y por el deseo de crear un nuevo orden jerrquico que se ajuste mejor a su concepto del mrito; puede, simplemente, saber que le molestan los judos, que parecan tan afortunados dentro de un orden que a l no le proporcionaba un puesto satisfactorio, y que ama y admira al hombre rubio y alto, a la aristocrtica figura de las novelas de su juventud. As, estar dispuesto a abrazar las teoras que parecen procurarle una justificacin racional de los prejuicios que comparte con muchos de sus compaeros. De esta manera, una teora seudocientfica entra a formar parte del credo oficial que, en grado mayor o menor, dirige la actividad de todos. O tambin, el extendido aborrecimiento de la civilizacin industrial y un romntico anhelo por la vida del campo, unidos a la creencia, probablemente errnea, en el valor especial del campesino como soldado, suministran la base para otro mito: Blut und Boden ("sangre y tierra") el cual no solo expresa valores ltimos, sino una multitud de creencias sobre causas y efectos, que no pueden discutirse una vez convertidas en ideales que orientan la actividad de la comunidad entera. La necesidad de estas doctrinas oficiales, como instrumento para dirigir y aunar los esfuerzos de la gente, ha sido claramente prevista por los diversos tericos del sistema totalitario. Las mentiras nobles de Platn y los mitos de Sorel sirven a la misma finalidad que la doctrina racial de los nazis o la teora del Estado corporativo de Mussolini. Todos se basan necesariamente sobre opiniones particulares acerca de los hechos, que se elaboran despus como teoras cientficas para justificar una opinin preconcebida. * * * El camino ms eficaz para que las gentes acepten unos valores a los que deben servir consiste en persuadirlas de que son realmente los que ellas, o al menos los mejores individuos entre ellas, han sostenido siempre, pero que hasta entonces no reconocieron o entendieron rectamente. Se fuerza a las gentes a transferir su devocin de los viejos dioses a los nuevos so pretexto de que los nuevos dioses son en realidad los que su sano instinto les haba revelado siempre, pero que hasta entonces slo confusamente haban entrevisto. Y la ms eficiente tcnica para esta finalidad consiste en usar las viejas palabras, pero cambiar su significado. Pocos trazos de los regmenes totalitarios son a la vez tan perturbadores para el observador superficial y tan caractersticos de todo un clima intelectual como la perversin completa del lenguaje, el cambio de significado de las palabras con las que se expresan los ideales de los nuevos regmenes. La que ms ha sufrido a este respecto es, desde luego, la palabra libertad. Es una palabra que se usa tan desembarazadamente en los Estados totalitarios como en cualquier parte. An pudiera casi decirse -y ello debera servirnos como advertencia para ponernos en guardia contra todos los incitadores que nos prometen Nuevas libertades por las viejas En este caso particular, la perversin del sentido de la palabra ha sido, por supuesto, bien preparada por una larga lnea de filsofos alemanes, y no en mnima parte por muchos de los tericos del socialismo. Pero la libertad no es en modo alguno la nica palabra cuyo significado se sustituy por su opuesto para que sirviera como instrumento de la propaganda totalitaria. Hemos visto ya que lo mismo ha sucedido con justicia y ley, derecho e igualdad. La lista podra extenderse hasta incluir a casi todos los trminos de moral y poltica de general uso. Si no se ha pasado personalmente por la experiencia de este proceso, es difcil apreciar la magnitud de este cambio de significado de las palabras, la confusin que causa y las barreras que crea para toda discusin racional. Hay que haberlo visto para comprender cmo, si uno de dos hermanos abraza la nueva fe, al cabo de un breve tiempo parecen hablar lenguajes diferentes, que impiden toda comunicacin real entre ellos. Y la confusin se agrava porque este cambio de significado de las palabras que expresan ideales polticos no es un hecho aislado, sino un proceso continuo, una tcnica empleada consciente o inconscientemente para dirigir al pueblo. De manera gradual, a medida que avanza este proceso, todo el idioma es expoliado, y las palabras se transforman en cscaras vacas, desprovistas de todo significado definido, tan capaces de designar una cosa como su contraria y tiles tan slo para las asociaciones emocionales que an les estn adheridas. * * * No es difcil privar de independencia de pensamiento a la gran mayora. Pero tambin hay que silenciar a la minora que conservar una inclinacin a la crtica. Hemos visto ya por qu la coercin no puede limitarse a imponer el cdigo tico sobre el que descansa el plan que dirige toda la actividad social. Como muchas partes de este cdigo nunca se formularn explcitamente, como muchas partes de la escala de valores orientadora slo se manifestarn implcitamente en el plan, el plan mismo en todos sus detalles, y de hecho todo acto de gobierno, tiene que hacerse sagrado y quedar exento de toda crtica. Si la gente ha de soportar sin vacilacin el esfuerzo comn, tiene que estar convencida de que son justos, no slo los fines pretendidos, sino tambin los medios elegidos. El credo oficial, cuya adhesin se impone, abarcar todas las cuestiones concretas en las que se basa el plan. La crtica pblica, y hasta las expresiones de duda, tienen que ser suprimidas porque tienden a debilitar el apoyo pblico. Como cuentan los Webbs, refirindose a la situacin en todas las empresas rusas, mientras el proyecto est en ejecucin, toda pblica expresin de duda, o incluso el temor de que el plan no logre xito, es un acto de deslealtad y hasta de traicin, a causa de sus posibles efectos sobre la voluntad y los esfuerzos del resto de la plantilla Hechos y teoras se convierten as en el objeto de una doctrina oficial, no menos que en criterios de valor. Todo el aparato para difundir conocimientos: las escuelas y la prensa, la radio y el cine, se usarn exclusivamente para propagar aquellas opiniones que, verdaderas o falsas, refuercen la creencia en la rectitud de las decisiones tomadas por la autoridad; se prohibir toda la informacin que pueda engendrar dudas o vacilaciones. El efecto probable sobre la lealtad de la gente al sistema llega a ser el nico criterio para decidir si debe publicarse o suprimirse una determinada informacin. En un Estado totalitario la situacin es, permanentemente y en todos los campos, la misma que en los dems pases domina algunos mbitos en tiempos de guerra. Se ocultar a la gente todo lo que pueda provocar dudas acerca de la competencia del Gobierno o crear descontento. Las bases de comparacin desfavorable con las condiciones de otro lugar; el conocimiento de las posibles alternativas frente a la direccin efectivamente tomada; la informacin que pueda sugerir el fracaso del Gobierno en el cumplimiento de sus promesas o en aprovechar las oportunidades de mejorar la situacin, todo se suprimir. Por consecuencia, no habr campo donde no se practique una intervencin sistemtica de la informacin y no se fuerce a una uniformidad de criterios. Lo mismo se aplica tambin a los mbitos aparentemente ms alejados del inters poltico, y especialmente a todas las ciencias, aun las ms abstractas. Que en un sistema totalitario no se consienta la investigacin desinteresada de la verdad y no haya otro objetivo que la defensa de los criterios oficiales, es fcil de comprender, y la experiencia lo ha confirmado de modo amplio en cuanto a las disciplinas que tratan directamente de los negocios humanos y, por consiguiente, afectan de la manera ms inmediata a los criterios polticos, tales como la Historia, el Derecho o la Economa. En todos los pases totalitarios estas disciplinas se han convertido realmente en las ms fecundas fbricas de mitos oficiales, que los dirigentes utilizan para guiar las mentes y voluntades de sus sbditos. No es sorprendente que en estas esferas se abandone hasta la pretensin de trabajar en busca de la verdad y que las autoridades decidan qu doctrinas deben ensearse y publicarse. El control totalitario de la opinin se extiende, sin embargo, a dominios que a primera vista parecen no tener significacin poltica. A veces es difcil explicar por qu se proscriben oficialmente unas doctrinas determinadas o por qu se fomentan otras, y es curioso que estos gustos y antipatas no dejan de presentar semejanzas en los diferentes sistemas totalitarios. En particular, todos ellos parecen sentir en comn una intensa antipata por las formas ms abstractas del pensamiento; antipata que es tambin caracterstica entre muchos de nuestros hombres de ciencia colectivistas. Viene a ser lo mismo que la teora de la relatividad se presente como un ataque semita contra los fundamentos de la Fsica cristiana y nrdica o que se rechace porque est en desacuerdo con el materialismo dialctico y el dogma marxista. Ni tampoco es muy diferente que se ataquen ciertos teoremas de la estadstica matemtica porque forman parte de la lucha de clases en el frente ideolgico y son un producto del papel histrico de la Matemtica como sirviente de la burguesa, o que se condene toda la materia porque no ofrece garantas de que vaya a servir al inters del pueblo. Parece que la matemtica pura no es menos vctima, y que incluso mantener determinadas opiniones acerca de la naturaleza de la continuidad puede sealarse como prejuicios burgueses. Segn los Webbs, la Revista de Ciencias Naturales Marxistas-Leninistas contiene los siguientes slogans: Defendemos al Partido en la matemtica. Defendemos la pureza de la teora marxista-leninista en ciruga. La situacin parece ser muy semejante en Alemania. La Revista de la Asociacin Nacional-Socialista de Matemticos rebosa de consignas: El Partido en la matemtica, Y uno de los fsicos alemanes ms conocidos, Lennard, premio Nobel, ha recopilado la obra de su vida bajo el ttulo de Fsica alemana en cuatro volmenes! Est enteramente de acuerdo con el espritu del totalitarismo la condenacin de toda actividad humana realizada por puro placer y sin ulterior propsito. La ciencia por el placer de la ciencia, el gusto del arte por el arte, son igualmente aborrecibles para los nazis, nuestros intelectuales socialistas y los comunistas. Toda actividad debe extraer de un propsito social consciente su justificacin. No debe existir actividad espontnea, sin gua, porque pudiera producir resultados imprevisibles y sobre los cuales el plan no se ha manifestado. Podra producir algo nuevo, inimaginado por la filosofa del planificador. El principio se extiende incluso a los juegos y diversiones. Dejo al lector que adivine si fue en Alemania o en Rusia donde se exhort oficialmente a los jugadores de ajedrez as: Tenemos que acabar de una vez y para siempre con la neutralidad del ajedrez. Tenemos que condenar de una vez y para siempre la frmula de el ajedrez por el placer del ajedrez, como la frmula de el arte por el placer del arte. Por increbles que puedan parecer algunas de estas aberraciones, tenemos, sin embargo, que guardarnos de descartarlas como meros subproductos accidentales, que nada tienen que ver con la esencia del carcter de un sistema totalitario o planificado. No es as. Son un resultado directo del mismo deseo de verlo todo dirigido por una concepcin unitaria del conjunto, de la necesidad de sostener a toda costa los criterios para cuyo servicio se solicitan constantes sacrificios de las gentes y de la general idea de ser los conocimientos y creencias de la gente un instrumento que ha de usarse para un propsito determinado. Si la ciencia ha de servir, no a la verdad, sino a los intereses de una clase, una comunidad o un Estado, la nica misin del razonamiento y el anlisis consiste en defender y difundir todava ms las creencias que regulan la vida entera de la comunidad. Como el ministro nazi de Justicia ha explicado, la pregunta que toda nueva teora cientfica debe plantearse a s misma es: Sirvo al nacionalsocialismo, para el mayor beneficio de todos?. La misma palabra verdad deja de tener su antiguo significado. No designa ya algo que ha de encontrarse, con la conciencia individual como nico rbitro para determinar si en cada particular caso la prueba (o la autoridad de quienes la presentan) justifica una afirmacin; se convierte en algo que ha de ser establecido por la autoridad, algo que ha de creerse en inters de la unidad del esfuerzo organizado y que puede tener que alterarse si las exigencias de este esfuerzo organizado lo requieren. El clima general intelectual que esto produce; el espritu de completo escepticismo respecto a la verdad, que engendra; la prdida del sentido de lo que la verdad significa; la desaparicin del espritu de investigacin independiente y de la creencia en el poder de la conviccin racional; la manera de convertirse las diferencias de opinin, en todas las ramas del conocimiento, en cuestiones polticas que han de ser resueltas por la autoridad, son cosas todas que hay que experimentar personalmente, cuya extensin no puede mostrarse en una resea breve. Quiz el hecho ms alarmante sea que el desprecio por la libertad intelectual no es cosa que slo surja una vez establecido el sistema totalitario, sino algo que puede encontrarse en todas partes entre los intelectuales que han abrazado una fe colectivista y que son aclamados como lderes intelectuales hasta en los pases que an tienen un rgimen liberal. Gentes que pretenden hablar en nombre de los hombres de ciencia de los pases liberales, no slo perdonan hasta la peor opresin si se ha cometido en nombre del socialismo y defienden abiertamente la creacin de un sistema totalitario; pues llegan a ensalzar francamente la intolerancia. No hemos visto en fecha reciente a un hombre de ciencia britnico defender incluso la Inquisicin, porque, en opinin suya, beneficia a la ciencia cuando protege a una clase naciente? * * * El deseo de imponer a un pueblo un credo que se considera saludable para l, no es, por lo dems, cosa nueva o peculiar de nuestro tiempo. Lo nuevo es el argumento con el que muchos de nuestros intelectuales intentan justificar tales designios. No hay real libertad de pensamiento en nuestra sociedad -se dice- porque las opiniones y los gustos de las masas estn modelados por la propaganda, la publicidad, el ejemplo de las clases altas y otros factores ambientales, que inevitablemente encajan el pensamiento de la gente en gastados carriles. De esto se concluye que si los ideales y los gustos de la gran mayora estn siempre conformados por circunstancias que podemos dominar, debemos usar expresamente este poder para orientar las ideas de la gente en la direccin que pensamos es deseable. Es bastante cierto, seguramente, que la gran mayora apenas es capaz de pensar con independencia, que en la mayor parte de las cuestiones acepta criterios que encuentra ya fabricados y que se manifestar igualmente contenta si, por nacimiento o por seduccin, se halla inserta en un conjunto de creencias u otro. En cualquier sociedad, la libertad de pensamiento slo tendr, probablemente, significacin directa para una pequea minora. Pero esto no supone que alguien est calificado o deba tener poder para elegir a quines se les reserva esta libertad. Ello no justifica ciertamente a ningn grupo de personas para pretender el derecho de determinar lo que la gente debe pensar o creer. Procede de una completa confusin de ideas el hecho de sugerirse que, como bajo cualquier tipo de sistema la mayora de la gente sigue la direccin de alguien, es igual que todos sigan la misma direccin. Impugnar el valor de la libertad intelectual porque nunca significar para todos la misma posibilidad de pensamiento independiente, supone confundir por completo las razones que dan su valor a la libertad intelectual. Lo esencial para que cumpla su funcin como principio motor del progreso intelectual no es que todos puedan ser capaces de pensar o escribir cualquier cosa, sino que cualquier causa o idea pueda ser defendida por alguien. En tanto no se prohba la disensin, siempre habr alguien que tendr por discutibles las ideas que gobiernen a sus contemporneos y someter nuevas ideas a la prueba de la discusin y la propaganda. Esta interaccin de los individuos que poseen diferentes conocimientos y diferentes opiniones es lo que constituye la vida del pensamiento. El desarrollo de la razn es un proceso social basado en la existencia de estas diversidades. Est en su esencia que no puedan predecirse sus resultados, que no podamos saber qu opiniones contribuirn a su desarrollo y cules no; en resumen, que su desarrollo no pueda ser dirigido por nuestras opiniones actuales sin restringirlo a la vez. Planificar u organizar el desarrollo espiritual o, por lo que hace al caso, el progreso en general, es una contradiccin en los trminos. Pensar que la mente humana debe dominar conscientemente su propio desenvolvimiento es confundir la razn individual, la nica que puede dominar conscientemente algo, con el proceso interpersonal al que se debe su desarrollo. Cuando intentamos controlar este proceso no hacemos sino poner barreras a su desarrollo y, ms temprano o ms tarde, provocar una parlisis del pensamiento y una decadencia de la razn. La tragedia del pensamiento colectivista es que, aun partiendo de considerar suprema a la razn, acaba destruyndola por desconocer el proceso del que depende su desarrollo. Puede en verdad decirse que sta es la paradoja de toda doctrina colectivista, y que es su demanda de un control consciente o una planificacin consciente lo que por fuerza la lleva a pedir para una mente individual la direccin suprema; cuando slo el enfoque individualista de los fenmenos sociales nos permite reconocer las fuerzas supra-individuales que guan el desarrollo de la razn. El individualismo es, pues, una actitud de humildad ante este proceso social y de tolerancia hacia las opiniones ajenas, y es exactamente lo opuesto de esa presuncin intelectual que est en la raz de la demanda de una direccin completa del proceso social.
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