MARTES, 1 DE ENERO DE 2013
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Roberto Salinas León






Roberto Salinas Price, un espíritu libre, libre de pensar en todo, lo mundano y lo abstracto; y de no cesar ser la abeja socrática que nos "pica" hacia lo que sea, así como de celebrar que cada uno de nosotros somos seres iguales, humanos en nuestra relación con el mundo de las ideas.


Roberto Salinas Price (1938-2012), gran maestro y gran padre, sine qua non

Roberto Salinas Price siempre fue sine qua non, “sin el cual no”. Indispensable—en sus ideas, en sus investigaciones, en su espíritu emprendedor, en su sentido de justicia, en su rol como pater familia, tanto de sus dos hijos y sus tres nietos, como de muchísimos otros más que gozaron de su amistad, cariño o compañía.

Roberto Salinas Price se caracterizó por ser multidimensional, un espíritu libre en toda su expresión. Fue un empresario que cosechó logros importantes, sobre todo en su gestión al frente del Hotel del Paseo en la década de los 60s, y el entonces famoso restaurant Panorama, en el doceavo piso del elegante edificio. Fue un activo miembro del consejo de Salinas y Rocha, en donde tuvo oportunidad de denunciar la complacencia de sus similares alrededor de la mesa directiva, citando ciertas palabras proféticas de Ayn Rand sobre el servilismo del capitalismo de cuates, o a Friedrich Hayek sobre los peligros del camino a la servidumbre, justo en los años de la docena trágica de Echeverría y López Portillo, que culminó con la estatización de la banca, en septiembre de 1982.

De hecho, uno de sus temas recurrentes era la naturaleza del dinero, tanto la esencia de la moneda como el significado del concepto a través de la historia moderna. El tema monetario era, sin excepción, el inicio de varias conversaciones que mi papá sostuvo en su hermosa casa, llamada Huicalco (cuyo significado genealógico, según él, sugiere el concepto de “raíz”), con varios gigantes del pensamiento económico contemporáneo—desde su gran amigo, Agustín Navarro Vazquez (la fuerza motriz del movimiento de las ideas de la libertad en los años 50s, hasta su muerte en 1987), hasta otros que aceptaron invitaciones para comer, o cenar, o pasar el rato: Milton Friedman, James Buchanan, Manuel “Muso” Ayau, Gary Becker, José Piñera, Arnold “Alito” Harberger, Richard Pipes, Robert Barro, entre tantísimos otros. En el 2001, incluso, organizó una inolvidable cena de cumpleaños para el Premio Nobel Robert Mundell, gran campeón de la estabilidad monetaria, también en Huicalco, donde los reunidos brindamos por él, y, con la ayuda de un fabuloso conjunto de mariachis, le cantamos “Las Mañanitas”.

Su tesis alrededor del dinero era la confianza y, por ende, la necesidad de contar con una unidad de cuenta estable y confiable. La gente cotidiana conoce los principios básicos de la teoría monetaria, y actúan en consecuencia. Si hay desconfianza, buscan refugios—ya sea en el tradicional dólar, como sucedió en las épocas de devaluaciones cíclicas en nuestro país, o el oro, o los bienes raíces; o, como sucedía en comunidades populares, hasta en bienes básicos de consumo. En un régimen de inversión con una unidad de cuenta confiable, los agentes pueden ver hacia el futuro, y con ello se abre la posibilidad de invertir a largo-plazo.

La estabilidad de precios, decía, es un derecho de propiedad que tiene una dimensión ética fundamental. Una moneda de calidad es una moneda que tiene estabilidad en su poder adquisitivo, que no usa el impuesto inflacionario para monetizar deudas públicas, financiar déficit presupuestales, o liquidar pasivos gubernamentales. Si los cambios en los precios de una moneda son resultado de cambios en el poder adquisitivo de la unidad de cuenta, se están enviando señales falsas a las familias y a los negocios. Las decisiones sobre inversión, ahorro y producción, requieren una expectativa de riesgo real.

Roberto Salinas Price fue, de hecho, un activista de la libertad, un héroe silencioso, sine qua non,  detrás de los cambios de opinión popular a favor de una cultura de libertad, mercado y competencia. Fue fiel al famoso lema de Ludwig von Mises, quien solía recordar que “las ideas tienen consecuencias”. En enero de 1996, de hecho, fue un pilar detrás del esfuerzo familiar (mío, de mi hermana Marili, de mi esposa Marta, entonces embarazada con mi primer hijo Roberto Andrés, y ciertamente de mi madre, Marie Linda) para celebrar la única reunión de la Mont Pelerin Society en México, en el puerto de Cancún. Los más de 250 asistentes todavía recuerdan esa reunión como una de las conferencias estelares de dicha sociedad en las últimas dos décadas.

Pero hizo lo mismo en otros campos también, más allá de estas pasiones intelectuales con la economía política. En el universo de estudios sobre Homero, y sus obras universales La Iliada y La Odisea, buscó también romper paradigmas. En su tesis fundamental, la cual nunca obtuvo la aceptación general que buscó en vida, mi papá trataba de demostrar que la ubicación geográfica real de la Troya de Homero se encontraba no en el sitio convencional de Asia Menor, en Turquía, sino en la costa de Yugoslavia, alrededor del pueblo de Gabela, muy cerca del hermoso puerto de Dubrovnik. Y, entre varias evidencias, citaba la maravillosa coherencia interna de los textos homéricos, la “morfología lingüística” de La Iliada, como la base analítica de una inferencia hacia la mejor explicación.

Esta propuesta, sin duda causa de fuerte controversia, a veces de descrédito (sino es que de abierta vituperación), fue desarrollada en varias disertaciones, pero sobre todo en sus dos obras más importantes: Homer’s Blind Audience, publicada en 1985; y un esfuerzo de mayor profundidad, Homeric Whispers, libro que se publicó en 2004. Ambas obras fueron causa de un auténtico fervor en la región de la ex–Yugoslavia, donde Roberto era recibido como todo un héroe cultural, y donde fue homenajeado en varias ocasiones.

Empero, en su manera muy peculiar, humilde y sublime a la vez, logró tocar diversos rincones del mundo, tanto con su calor como sus conceptos. Otro sitio que admiraba era Guatemala, particularmente esa gran casa de la libertad, la Universidad Francisco Marroquín, donde también tuvo oportunidad no tan solo de cosechar los frutos de entrañables amistades, sino de sembrar raíces también, con la exposición de sus ideas sobre investigación homérica.

En varias ocasiones, en diversos rincones del mundo, tuve el privilegio de conversar con mi papá sobre la naturaleza del diálogo, el papel del intelectual público, y la relación de los seres humanos con las ideas más importantes de nuestra civilización. La foto adjunta, en uno de estos últimos intercambios, fue tomada por Alan Russell, Presidente del Consejo de Liberty Fund (una institución que él admiraba profundamente, y de la cual, de hecho, presumía tener ¡toda la colección de libros que ha publicado!), en las afueras de Buenos Aires, en una hermosa Estancia, un día después de las reuniones regionales de la Mont Pelerín Society, en abril de 2011.

Para mi padre, ciertamente, parecería que todo se reducía a Homero: a las enseñanzas que encontró en la maravillosa literatura homérica, sobre la familia, el amor, la fraternidad, el heroísmo, las virtudes humanas—y sobre la necesidad de mantener una mente abierta, de pensar en el más allá. En La Iliada, esta forma de pensar culminó con el famoso caballo de Troya, como una medida magistral de ajedrez, lo que ahora es parte de la disciplina llamada  la teoría de juegos. Pero él no buscaba, con esto, presumir una posición especial, refutar a la sabiduría convencional o lucirse con una locura. Buscaba, como Sócrates en el Menon (por cierto, su diálogo favorito entre las obras de Platón), ser como una abeja intelectual: picando, rascando, generando choques eléctricos intelectuales, despejando la mente de sombras y de cadenas, para pensar en el más allá; o como a veces decimos, y como dijo mi hermana Marili en la lectura de su hermoso tributo en su misa memorial, pensar fuera de la caja, o sea, “out of the box”. No por ello tenía el enorme orgullo de haber generado, con paciencia y estudio histórico, una de las colecciones de libros, primeras ediciones e incunables más respetadas, tanto en México, como en América Latina.

Empero, pensar así conlleva una actitud muy específica, un temperamento particular ante el conocimiento, un temperamento, digamos, liberal; no doctrina, no ideología, no una postura política, sino un temperamento humilde, que se adapta a los cambios, pero que no se deja atrapar por los consensos, o lo que domina nuestra vida cotidiana. Esta es, quizás, la razón por la cual mi papá se apasionaba por las ideas de la libertad; y por qué con frecuencia mencionada nombres como Karl Popper, Thomas Kuhn o Isaiah Berlin; y más recientemente a Michael Oakeshott, sobre todo ese su maravilloso concepto de la voz de la poesía en la conversación del ser humano. También citaba al gran liberal mexicano, el padre José María Luis Mora, y su combate contra el dogmatismo; y sin duda, casi con frecuencia cíclica, nunca dejó de aludir a la vida y obra de Mario Vargas Llosa, quien, por cierto, quedó fascinado con las tesis homéricas de mi padre, después de una larga conversación que ambos sostuvieron, en Madrid, en el otoño de 2002, durante las conferencias inaugurales de la Fundación Internacional para la Libertad.

Ciertamente, varios de sus colegas y amistades más cercanas recordarán a mi papá, a “Robby”, como un tanto testarudo y temperamental, dado a la confrontación intelectual,  queriendo dominar el uso de la palabra. Pues sí; pero ello era más para divertirse, para pasarla bien, episodios simpáticos de esgrima intelectual. Sin embargo, en sus momentos de diálogo serio y civilizado, mi papá siempre fue un caballero, en el sentido de la famosa caracterización de John Henry Newman: jamás suponer un monopolio de la verdad, siempre estar dispuesto a escuchar y encontrar la lógica detrás de una proposición, por tan absurda que ésta pueda sonar. En las palabras del propio Cardenal Newman, en su magna obra The Idea of a University:

A gentleman is occupied in removing the obstacles which hinder free and unembarrassed action of those about him. The true gentleman carefully avoids whatever may cause a jolt in the minds of those with whom he is cast. His great concern is to make everyone at their ease, and at home.

He has his eyes on all his company; he is tender towards the bashful, gentle towards the distant, and merciful towards the absurd. He is never little in his disputes, never mistakes personalities or sharp sayings for arguments, or insinuates evil which he dare not say out.

He may be right or wrong in his opinion, but he is too clear-headed to be unjust.

Estas nociones son esencia de un intercambio de ideas civilizado, de una sociedad abierta. De hecho, en una sociedad abierta, todos tienen visiones y valores, pero en esta sociedad, la norma principal, sine qua non, es que ningún miembro de la sociedad puede imponer su visión sobre otros. Esa es la fuente de la libertad: las decisiones normativas del deber ser, de qué hacer, cómo hacerlo, se toman en forma independiente de una previa concepción de cómo se debe vivir la vida del ser humano—independiente de la concepción del nacionalismo histórico, o del fundamentalista islámico, de un proyecto alternativo de nación, del tecnócrata iluminado, del ingeniero social, vaya, de aquellos que presumen un monopolio sobre la verdad.

Es, gracias a la libertad, a dejar hacer, a respetar las visiones de otros, que la humanidad ha prosperado, que ha pasado de las cuevas a las estrellas, de la tribu al correo electrónico, de lo estático a lo dinámico. Y así advertía mi padre: para ejercer la libertad, se requiere una serie de instituciones que eviten imposición de visiones sobre los miembros de la sociedad civil. En particular, se requieren derechos de propiedad bien definidos que protejan lo que es de uno; y se requiere un sistema de justicia que imparta decisiones bajo la premisa de igualdad de oportunidad, o sea, el imperio de la ley. Por ello, según su criterio un liberal debe buscar formas de cómo imponer límites al uso y abuso de la autoridad—y por ende, de abandonar la vanidad de dirigir la actividad de los proyectos de vida de otros. Esa es la esencia, también la consecuencia, de toda una enseñanza de la vida basada en la conversación del ser humano con la historia.

Así recordemos a mi papá, a Roberto Salinas Price—padre de dos, abuelo de tres, un gran amigo de un sinnúmero de personas, tanto en su querida patria como en varios rincones del mundo: un ser liberal, un espíritu libre, libre de pensar en todo, lo mundano y lo abstracto; y de no cesar ser la abeja socrática que nos "pica" hacia lo que sea, así como de celebrar que cada uno de nosotros somos seres iguales, humanos en nuestra relación con el mundo de las ideas.

Que descanse en paz eterna, Roberto Salinas Price—sine qua non.


*Este memorial fue escrito por Roberto Salinas León para su publicación original en Asuntos Capitales, proyecto liberal del cual, por cierto, Don Roberto Salinas Price era gran admirador, así como lector y comentarista cotidiano. Quienes hacemos posible este proyecto editorial recordamos al padre de nuestro querido amigo y colaborador con enorme admiración, cariño y respeto (Nota del Editor).


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