Escrito a las 21 horas del domingo dos de julio de 2006: La moneda sigue en el aire y sería irresponsable, por parte de cualquiera de los dos principales contendientes, echar las campanas a vuelo. En un par de horas, tal vez, el conteo rápido del IFE podría ofrecernos una certeza sobre el ganador de la elección presidencial. O tal vez no.

La primera certeza que tenemos, a estas horas, nos la brinda el análisis lógico de las propuestas y proyectos.

Una vez que se tengan los resultados ciertos por parte del IFE –esperemos que al momento de leer estas líneas el lector ya tenga esa certeza- lo más importante, en lo inmediato, es que el perdedor admita su derrota, aun cuando ejerza su derecho de impugnar resultados parciales en los tribunales. Eso es normal, no debe alarmarnos. Y lo más importante es que el ganador, sea quien sea, admita que su proyecto NO ha convencido del todo a una mayoría de los electores (la suma de quienes NO votaron por él). Eso también es normal en una democracia, no debe alarmarnos.

Vuelvo al asunto de los proyectos que se le han ofrecido a los electores: No son –no hay que engañarse- parecidos o asimilables; parten no sólo de concepciones distintas de lo que deben ser el Estado y el gobierno sino, incluso, de concepciones radicalmente (de raíz) distintas de lo que es el ser humano en sociedad.

En un caso, el PAN, hablamos de una preeminencia de la persona individual sobre el Estado y la colectividad; en la otra concepción hablamos de un ser humano subordinado a la colectividad y a fines que son bautizados como sociales, pero que son ajenos a los fines individuales.

De cada una de esas raíces distintas se derivan frutos distintos: Son distintas formas de hacer política, de entender y ejercer el gobierno, de entender y ejercer el derecho, de entender, hacer y aplicar las leyes.

Esquemáticamente hablamos de un México moderno inserto en la aldea global frente a un México orgulloso, sí, pero anclado en el pasado, reacio a reconocer el presente y cerrado al futuro. Un México de personas libres y responsables, frente a un México de grupos o colectividades que extienden la mano –o esgrimen un machete- exigiendo una dádiva, el pago de alguna profunda pero vaga e indemostrable “deuda histórica”.

Por supuesto, yo estoy sin dudarlo por el primer México, pero en una democracia -primera obviedad recordada en este espacio hace apenas unos días- no siempre ganan los que nos parecen los mejores o los menos malos, o no siempre ganan con la contundencia y el apoyo que desearíamos.

Tender puentes entre estos proyectos distintos se antoja no sólo una tarea titánica, sino peligrosa. Pero también se antoja, por el bien de México, una tarea necesaria.

A las 23 horas: Sigue en el aire la moneda. Confío, por el bien de México, que se defina lo antes posible por Calderón. Él puede, mejor que López Obrador, tender esos puentes entre los dos proyectos enfrentados.