La reunión de Copenhague degeneró en una grotesca competencia de dictadores y demagogos, para extraer dinero de los bolsillos y buenas conciencias de acomplejados países ricos de Occidente y sus patéticos dirigentes.
En Venezuela se avecinan grandes convulsiones sociales. La mayoría repudia el comunismo que Chávez está imponiendo a la fuerza y sin escrúpulos. Es hora de que la dirigencia de oposición cese de reclamar a Chávez sus tropelías como si fuesen producto de un error o una distracción y no el resultado deliberado de sus metas revolucionarias.
La transición a una existencia con menos petróleo será difícil, pero no será mortal, y abrirá las puertas a una nueva etapa del capitalismo y la democracia, que vislumbro con optimismo. En cambio, a los petro-Estados les aguarda sin remedio el conocido abismo de una dependencia todavía más profunda y degradante.
¡Ya era hora! Los venezolanos tenemos casi una década soportando los desplantes del eterno aspirante a dictador, empeñado en erigirse a plenitud como tal, sin que en parte alguna se haya levantado una sola voz de solidaridad hacia la democracia y la libertad de Venezuela.
Las revoluciones dividen las sociedades en dos grupos: el que genera miedo y el que tiene miedo. El régimen "bolivariano" tiene dos opciones: profundizar el miedo o detenerle. Seguramente escogerá la primera.