La amenaza mundial ya no es el comunismo ni las plagas que alguna vez casi destruyeron el continente europeo. La amenaza real son esos movimientos integrados por gentes cuyas conductas ya no respetan las mínimas reglas de convivencia social, ni los derechos de sus semejantes.
Si yo fuese lesbiana –que no lo soy, ojo señores- lo penúltimo que me interesaría sería casarme con mi pareja –una cosa es encamarse y pasarla bien y otra matrimoniarse- y lo último que desearía hacer es adoptar a una huérfana o a un huérfano. Vamos, si una va a romper las reglas hay que romperlas todas de una vez, digo yo.