Ya sabíamos que esto podía pasar. Durante semanas la contienda se mantuvo muy cerrada en las encuestas de opinión. Se veía venir el escenario en que el ganador de los comicios para la Presidencia de la República tendría sólo una ventaja muy pequeña sobre su rival más cercano. Y sabíamos también que, en caso de perder, Andrés Manuel López Obrador no aceptaría su derrota.

La trama se está desenvolviendo exactamente como se preveía. Si acaso, la carrera presidencial resultó más cerrada de lo que se pensaba. Nadie imaginaba que la carrera presidencial se definiría por una diferencia de apenas 244 mil votos o 0.58 por ciento del total.

Lo que sí no ha sorprendido a nadie ha sido la respuesta de López Obrador. De poco sirvió que sus representantes hubiesen firmado el famoso Pacto de Civilidad que supuestamente los comprometía a respetar los resultados y al IFE. A final de cuentas el tabasqueño y su equipo nunca reconocen las elecciones que pierden y en cambio sí festejan todas las que ganan. Queda claro que la firma del Pacto de Civilidad era un compromiso que sólo se aplicaba en caso de que López Obrador triunfara.

Nadie debe asustarse porque se impugnen en el Tribunal Electoral los resultados de una elección. Para eso existe precisamente la corte; para eso hemos creado los mexicanos un sistema que incluye la posibilidad de cuestionar ante un tribunal independiente los resultados de las elecciones.

Cuando algunos perredistas equiparan la elección de 2006 con la de 1988, no entienden que las reglas del juego son absolutamente distintas. Esto lo señaló el propio Zeferino Torreblanca, perredista, gobernador de Guerrero, en unas valientes declaraciones la semana pasada… valientes, porque se contraponen a la línea que el PRD está dando a todos sus políticos desde la ciudad de México.

No son las impugnaciones lo que nos debe preocupar sino las descalificaciones a todo el proceso y a los consejeros del IFE, especialmente a Luis Carlos Ugalde, que han emitido los principales dirigentes del PRD, entre ellos el propio Andrés Manuel López Obrador. Lo que éstos argumentan, que hubo un fraude maquinado y aplicado desde el IFE y con el apoyo del gobierno de la república, parece una simple estrategia de descalificación.

No es ésta una reacción inesperada. El PRD nos ha acostumbrado a que acepta sus victorias como algo natural pero cuestiona cada derrota como producto de fraudes y conspiraciones. Esta estrategia no debería preocuparnos demasiado, si no fuera por la fuerza que ha adquirido el PRD. Más de 14 millones de mexicanos votaron por López Obrador y, en su buena fe, es relativamente fácil hacerles creer que su voto no fue válido. Muchos no entienden que un número ligeramente mayor, 15 millones, votaron por Felipe Calderón.

López Obrador está jugando con fuego: no por las impugnaciones sino por las descalificaciones y movilizaciones. Él quizá no tiene nada que perder, porque su ambición de ser presidente de la república es superior a cualquier otra consideración. Pero México sí puede perder mucho: puede regresar a los tiempos de violencia política que ya habíamos dejado atrás.