¡Cuánto han cambiado las cosas! Hoy quienes pelearon en contra del fraude electoral de 1988, como José Woldenberg, Gilberto Rincón Gallardo y Jorge Alcocer, afirman en entrevistas que no han visto pruebas de que haya habido fraude en los comicios de este 2006. En cambio, varios de quienes de una forma u otra participaron en el fraude de 1988, hoy se encuentran en el equipo de trabajo de Andrés Manuel López Obrador, que afirma que hubo un fraude maquinado en estos comicios del 2006.

Así, los dos abogados que prepararon las impugnaciones ante el Tribunal Electoral de la alianza Por el Bien de Todos son Arturo Núñez, que en 1988 era representante del PRI ante la entonces llamada Comisión Federal Electoral que presidía el secretario de gobernación Manuel Bartlett, y Ricardo Monreal, quien fue por primera vez electo diputado federal en ese año por el PRI y que por lo tanto formó parte del Colegio Electoral que declaró presidente electo a Carlos Salinas de Gortari. Manuel Camacho Solís, quien fue responsable de las negociaciones políticas de Salinas de Gortari en ese 1988, es hoy uno de los operadores políticos de López Obrador.

El país, al parecer, ha cambiado mucho desde entonces. Aunque, viendo bien las cosas, quizá no lo ha hecho tanto. Me da la impresión de que quienes pelearon por la democracia en 1988, quienes buscaron que el Estado reconociera el peso del voto de los ciudadanos frente a las imposiciones de los grupos de poder, lo siguen haciendo ahora. Mientras que quienes buscaban vivir al amparo del poder, siguen tratando de hacerlo hoy.

López Obrador y su gente tienen, por supuesto, todo el derecho del mundo de cuestionar el resultado de las elecciones del 2 de julio y de presentar impugnaciones. El sistema electoral que nos hemos dado los mexicanos después de ese fraude del 88 y que contempla precisamente a un Tribunal Electoral que considere todas las protestas de los participantes. Esto es algo que la legislación no incluía en ese 1988 y que facilitó por lo tanto la realización del fraude de aquel año.

Pero el hecho es que hasta ahora muchas de sus supuestas pruebas de un fraude han venido cayendo por tierra. Lo único que ha quedado claro es que un proceso en el que participan 42 millones de electores, y en el que cientos de miles de ciudadanos de distintos niveles de educación fueron funcionarios de casilla o representes de partido, no es perfecto. Por eso hay muchos ejemplos de errores, pero no indicaciones de un fraude maquinado.

Dado lo estrecho del resultado, y del hecho de que claramente hubo errores, puede ser sensata la insistencia de López Obrador y de su gente de que se haga un recuento de todos los votos. Lo que no tiene sentido es plantear que hubo un fraude. Esto parece ser simplemente un esfuerzo por colocar a López Obrador en un papel de mártir que no se justifica. Quizá el tabasqueño y sus colaboradores, esos mismos que participaron en el fraude de 1988, deberían escuchar a quienes, como Gilberto Rincón Gallardo, sufrieron aquel abuso. Al paso que vamos pronto Manuel Bartlett se estará uniendo a las manifestaciones de López Obrador en contra del fraude.