Dado que se tocó el tema del fútbol en la columna anterior y que ya empezó el campeonato nacional, abordaré un tema que ha sido motivo de gran confusión para los comentaristas y, aparentemente, los dirigentes del fútbol nacional.
Dado que se tocó el tema del fútbol en la columna anterior y
que ya empezó el campeonato nacional, abordaré un tema que ha sido motivo de
gran confusión para los comentaristas y, aparentemente, los dirigentes del
fútbol nacional. El pasado 2 de agosto, en el programa Sensación Deportiva, don
Miguel Agüero se refirió, por enésima vez, al tema del precio de los boletos
para entrar a los estadios de fútbol. Él quería saber si esta vez prevalecerían
precios populares, para que así los estadios se llenen de aficionados, o si los
dirigentes, por el contrario, iban a cobrar precios que ahuyentaran de los
estadios a las fiebres del fútbol. Motivado por su manifestación, un contertuliano
señaló que al establecer los precios de las entradas, los dirigentes deberían
tomar en cuenta el gran sacrificio que hacen los aficionados para acompañar a
los equipos.
Tengo años de estar escuchando estos argumentos, los cuales
suelen intensificarse cuando se acercan partidos atractivos, como los clásicos.
¿Cuál debería ser el precio de las entradas? La respuesta es que depende de lo
que desean los dirigentes de los clubes. Si, para un partido nada atractivo,
desean que el estadio se llene a reventar, un precio de cero probablemente
sería el acertado. Este precio también sería correcto si lo que desean los
dirigentes es no afectar los bolsillos de los aficionados. Ahora, si el
objetivo es lograr que asista, a un partido poco atractivo, la menor cantidad
de gente posible, el precio debería ser equivalente al que cobra Barcelona (de
España) cuando se enfrenta al Real Madrid.
Sospecho, sin embargo, que ninguno de los objetivos anteriores
suele ser la motivación de los dirigentes; creo, más bien, que el objetivo casi
siempre es maximizar el monto total
recaudado por concepto de entradas. Y aquí es donde ciertos conceptos
económicos –como la demanda y su elasticidad– entran
en juego. La demanda es la cantidad de gente que iría a ver un partido equis
por cada nivel de precios de los boletos. Si se mantiene constante todo lo
demás, cuanto más se incrementa el precio del boleto, menos personas asistirán
al estadio. La elasticidad nos dice en qué porcentaje disminuirá la asistencia
al estadio, por cada, digamos, 10 por ciento de incremento en el precio de las
entradas, a partir de cierto monto.
Si los dirigentes tuvieran este dato –el cual se puede
obtener con base en las estadísticas, por muchos años, que deberían llevar los equipos–, podrían calcular con cierto grado de exactitud el
precio óptimo de las entradas para un partido dado; es decir, el precio que
maximizaría el monto total de la recaudación.
Como este concepto casi nunca forma parte de las discusiones en los programas deportivos o las notas de los periódicos, me imagino que tampoco entra en las cavilaciones de los dirigentes que deciden el precio de las entradas de los diferentes partidos. Bien harían en adquirir los servicios de un buen economista, como Telmo Vargas.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.