En entrevista concedida al Financial Times, López Obrador aseguró, entre otras cosas, que “los cambios más importantes de México nunca han venido a través de la política convencional, sino de las calles”. ¿Ya se le olvidó lo sucedido en el 2000, cuando, por el camino de la política convencional, en este caso del sufragio efectivo, una mayoría de electores le dio la Presidencia de la República a Vicente Fox, el candidato del PAN, logrando así, sin los gritos y sombrerazos provenientes de la calle, sacar al PRI de Los Pinos? Aquello se logró por el camino de la política convencional, y muestra que en México sí somos capaces de cambios importantes, inclusive en el ámbito de la política, en general, y en materia electoral, en lo particular, sin la necesidad de recurrir a las marchas, las asambleas informativas, los plantones y, ya por el camino “de la calle”, la revolución. ¿Ya se le olvidó a López Obrador lo sucedido en el 2000? ¿O de plano no se enteró de lo que pasó aquel 2 de julio, fecha en la cual fue electo Jefe de Gobierno de la Ciudad de México?

López Obrador puede responder diciendo que aquello no fue, de ninguna manera, un cambio importante, como sí lo fueron, en su momento, la Independencia y la Revolución, cambios surgidos “de las calles”. López Obrador puede contestar alegando algo por el estilo, pero más allá de lo que diga, lo sucedido el 2 de julio del 2000 ¿no fue importante? Claro que sí, y por dos razones difíciles de ignorar: se sacó al PRI de Los Pinos, y se lo sacó pacíficamente, por el camino de la política convencional, no “de las calles”. Si aquello no fue importante, no sé qué pueda serlo. Si aquello no fue un hecho histórico, en el sentido de poder hablar de un antes y un después del 2 de julio del 2000, no sé qué otro hecho pueda ser calificado, en los últimos de tiempos, de tal manera, histórico, con toda la importancia que ello supone.

Llegados a este punto hay que distinguir: una cosa fue la elección del 2 de julio del 2000, con el cambio importante que ocasionó la mayoría de electores, y otra el gobierno de Fox, cuyo origen fue esa elección, pero cuya evolución no dependió de la misma. Cierto: el gobierno de Fox ha dejado que desear, no tanto porque hayamos retrocedido, sino porque no hemos avanzado, en muy buena medida por la negativa de los legisladores, de las dos últimas legislaturas, para apoyar las propuestas del Ejecutivo, comenzando por los legisladores perredistas.

Como consecuencia lógica de su afirmación -los cambios más importantes de México nunca han venido a través de la política convencional, sino de las calles -, López Obrador señaló que “México necesita una revolución”. ¿Realmente las cosas están tan mal, como para no poder pensar más que en la revolución como medio para corregirlas? Suponiendo la revolución, ¿se solucionarían los problemas, comenzando por el que, al menos de dientes para afuera, más le preocupa a López Obrador: la pobreza? ¿Qué tanto ayudó la revolución de 1910 a mejorar las condiciones de vida de los pobres? Hoy, a noventa y seis años de haberse iniciado, el cuarenta y siete por ciento de los mexicanos, según las cifras oficiales, sobrevive en la pobreza. Claro que López Obrador nos dirá que la suya, su revolución, será la buena. ¡Sí, cómo no!

“México necesita una revolución”, dijo López Obrador. ¿Comenzamos a matarnos unos a otros, tal y como sucede en la revoluciones? Por cierto, al mentado señor, que se compara, entre otros, con Ghandi, hay que recordarle lo que éste afirmó alguna vez: “Estoy dispuesto a morir por la causa, no a matar por ella”.