Un informe de inteligencia filtrado a los periódicos The New York Times y The Washington Post, y algunas de cuyas partes el presidente estadounidense George W. Bush se vio obligado a dar a conocer, confirma algo que ya sospechábamos todos: que la guerra en Iraq no sólo no está siendo ganada por Estados Unidos sino que se ha convertido en una “causa celebre” que ha aumentado los riesgos de actos terroristas.

Esto no debería sorprender. La experiencia popular nos dice que golpe que no mata fortalece. Y realmente es imposible darle un golpe fatal a un terrorismo que, como la hidra mitológica, tiene múltiples cabezas que se multiplican cuando se corta alguna.

La única victoria que parecer estar consiguiendo el presidente Bush en su esfuerzo contra el terrorismo es destruir las garantías individuales que han sido tan importantes para construir un país libre y democrático en los Estados Unidos. Después de que en junio la Suprema Corte de Justicia determinó que era ilegal que las autoridades estadounidenses mantuvieron detenidos de manera indefinida a sospechosos de actos terroristas sin derecho a una defensa o siquiera a conocer las acusaciones en su contra, el Congreso decidió obsequiarle al presidente Bush una nueva ley antiterrorista que permite al gobierno detener a quien quiera en cualquier lugar del mundo. No hay necesidad de permitirle al detenido siquiera una defensa legal: la simple acusación se convierte en prueba condenatoria. La nueva ley también le da Washington el “derecho” de determinar qué cláusulas quiere aceptar y cuáles violar del Tratado de Ginebra sobre prisioneros de guerra.

Estados Unidos es una de las cunas de los derechos humanos. Fue el primer país del mundo que estableció una constitución que claramente definía las garantías de los ciudadanos frente a los abusos del Estado. Su sistema de libertades políticas y económicas ha sido la base para su prosperidad y se ha extendido a muchos otros países del mundo. Quizá por eso es tan inquietante que adopte ahora medidas que lo colocan, cuando menos en este campo, entre las naciones más dictatoriales del planeta.

Debe entenderse, por supuesto, la reacción del gobierno y el pueblo de los Estados Unidos a los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. La visión de los aviones que se estrellaban contra las torres gemelas de Nueva York ha dejado marcada de manera indeleble la memoria histórica de la nación. Pero si bien puede entenderse que las tropas estadounidenses hayan invadido Afganistán, un país que daba refugio a Osama bin Laden y otros líderes de la organización al-Qaida que llevó a cabo los ataques, la subsecuente intervención militar en Iraq, un país que no tenía ningún vínculo con al-Qaida, no ha hecho más que generar un ánimo de venganza en muchos musulmanes del mundo.

Por eso la Estimación Nacional de Inteligencia, que contó con la participación de los responsables de las principales agencias de inteligencia de la Unión Americana, incluyendo la CIA, el FBI, el Departamento de Estado y las cuatro ramas de las fuerzas armadas, ha llegado a la conclusión de que hoy Estados Unidos tiene un mayor peligro de ataque terrorista del que tenía en el 2001.