Toda la vida nos han dicho que el mundo cada vez está peor, que “los ricos cada vez se hacen más ricos, mientras que los pobres cada vez se hacen más pobres”. Como si fuera una verdad revelada, nos lo recuerdan a diario políticos, intelectuales, empresarios. Vaya, desde los maestros, que lo enseñan a nuestros niños en las escuelas, hasta el padrecito, que no pierde oportunidad de predicárnoslo cada domingo en su sermón. Pero este sonsonete de Fe es decididamente falso (para desgracia de aquellos que viven del negocio de la pobreza), pues parte de una vieja premisa que ha resultado insostenible en el tiempo: que los ricos son ricos porque les han quitado todo a los pobres. La realidad es que nunca antes los pobres del mundo han estado mejor que ahora.

En efecto, el ingreso promedio por habitante en los últimos cuarenta años, medido correctamente (ajustado por inflación y poder de compra), prácticamente se ha duplicado, pasando de 2,500 a casi 5 mil dólares al año. Pero más sorprendente es que la quinta parte de la población mundial más rica sólo ha incrementado su ingreso en alrededor de 75 por ciento, mientras que la quinta parte de la población mundial más pobre ha más que duplicado su ingreso al pasar de 550 a 1,140 dólares al año.

Como quiera verse, en términos absolutos o relativos, la pobreza mundial ha disminuido más en los últimos cincuenta años que en los cinco siglos anteriores. A mediados del siglo XX, la mitad de la población mundial vivía en la extrema pobreza. Hoy en día, sólo dos de cada diez personas viven con menos de un dólar al día.

La mejora de los pobres ha sido más rápida que la de los ricos incluso en términos de condición humana. A principios del siglo pasado, los habitantes de los países en desarrollo tenían una esperanza de vida de sólo 30 años; ahora las personas que viven en países pobres esperan tener una longevidad de más de 65 años. El aumento en la esperanza de vida de los pobres ha sido de más del cien por ciento, mientras que los ricos han aumentado sus expectativas de vida en 56 por ciento. Más datos duros: En 1950, uno de cada cinco niños recién nacidos en los países pobres morían antes de los cinco años de edad. Ahora la mortalidad infantil entre los pobres se ha reducido drásticamente a sólo uno de cada veinte.

Desde 1970, la población mundial azotada por el hambre se ha reducido a la mitad, pasando de 37 a 18 por ciento, y se espera que caiga a 12 por ciento para 2010. Incluso en el África subsahariana donde las personas que padecen hambre han aumentado de 89 a 180 millones, el porcentaje se ha reducido de 34 a 33 por ciento. En una perspectiva global, la producción de alimentos en los últimos cincuenta años se ha duplicado, mientras que en los países pobres se ha triplicado y los precios han caído a menos de la mitad.

Y así podríamos seguir. Las estadísticas globales en materia de acceso a agua purificada, drenaje, educación, equidad de género, etcétera, nos muestran un panorama similar, donde los más beneficiados son los más pobres. La gran interrogante es ¿a qué se debe esto? Lo cual es materia para otra colaboración.

Por lo pronto, las cifras aquí expuestas provienen del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y de varios informes del Banco Mundial. Uno siempre está en todo su derecho de cuestionar las fuentes de información, pero lo sorprendente es que los números de la fuente de su preferencia (OCDE, FMI, CEPAL, etc.) indican una tendencia parecida. Usted mismo puede comprobarlo.

Así que la próxima vez que alguien nos entone la misma cancioncita romántica de siempre, ya tenemos evidencia dura para pensar dos veces antes de hacerle coro.