Los gobernadores deben estar felices con la propuesta del PRI: Que el gobierno federal cobre los impuestos y que los gobiernos locales se los gasten. Pura ganancia, aunque la justificación retórica para ese federalismo de menores de edad implica calificar a los propios gobiernos locales de incompetentes para recaudar y establecer sus impuestos.
¡Alabado sea Dios! Por fin, los legisladores del PRI,
dándose aires de perdona-vidas, han dicho que accederán a darle luz verde a la
reforma fiscal propuesta por el gobierno de Felipe Calderón, pero no sin antes
hacerle importantes cambios, imprimirle su sello característico y corregirle a
Para un observador externo el protagonismo del PRI –que fue
el tercer partido en número de votos en las elecciones federales de 2006- puede
parecer inexplicable. Sin embargo, para la mayoría de los mexicanos más o menos
enterados ese papel protagónico y decisivo resulta completamente lógico y
natural: Se los regaló en charola de la plata la obcecación de Andrés Manuel
López Obrador o, mejor dicho: la sumisión de los legisladores perredistas –borregos ejemplares- a los caprichos y
dictados del cacique tabasqueño. Ya se comprobó en el reciente congreso del PRD
no sólo que tienen una irrefrenable afición a los fraudes electorales, sino que
nadie que quiera tener un hueso en ese partido o en los gobiernos emanados de
(¿o excretados por?) ese partido puede siquiera sonarse las propias narices sin
antes obtener el visto bueno y el “nihil obstat” del cacique perturbado. Imagínense: Si alguien
contradice algún punto o alguna coma de las palabras reveladas por el Supremo
López será excomulgado “ipso facto”, el Señor le
retirará la palabra, lo vomitará de su boca como traidor y será arrojado al
llanto y crujir de dientes.
Así las cosas, los priístas como Manlio
Fabio Beltrones o Emilio Gamboa deberían agradecerle
a López ese magnífico regalo: Gracias al Supremo López en este país no se mueve
la hoja de un árbol sin la venia del PRI. Conforme el PRD se sujetaba con
mansedumbre bovina a los delirios lopistas, el PRI le subía al gobierno el
costo de la negociación de la reforma fiscal. Negocio redondo… para los
priístas y pura pérdida para la dizque izquierda mexicana.
Por su parte, el gobierno federal jugó sus cartas en la
negociación de la reforma de acuerdo con las restricciones que le impone la
realidad política dura y prosaica: Con el PRI hay que negociar aunque salga
caro, con el PRD no hay nada qué hacer.
Otros que deberían hacerle un monumento al Supremo López son
los adinerados negociantes a quienes la propuesta original del gobierno les
mordía, ya que la ausencia del PRD en las negociaciones reales les dejó el
terreno despejado para negociar concesiones –mediante el consabido chantajito-
no sólo con el gobierno de Calderón sino con sus amigotes del PRI. De esta
forma, a la original CETU –que ahora, dicen, volverá a llamarse Impuesto de
Tasa Única ó ITU- le tumbaron dos o tres dientes y morderá menos. Eso y no otra
cosa es lo que dice el PRI cuando nos avisa que, con los cambios propuestos por
ellos, la recaudación será menor a la esperada, pero “más realista”. Lo cual,
por cierto, aleja al nuevo impuesto –quién sabe cuánto- de un “flat tax” y lo acerca –quién sabe
cuánto- a un ISR pero con menos agujerotes para la elusión y la evasión. Esperemos.
Nadie sabe para quién trabaja: cuando el supuesto partido de
la izquierda en México se prohíbe a sí mismo hacer política institucional y
renuncia a usar sus posiciones en el Congreso para legislar –hoy día sólo les
sirven dichos espacios para cobrar y hacer declaraciones abismalmente idiotas e
ininteligibles- el camino del cabildeo se les allana a los grandes negociantes.
Por justicia poética el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios debería
bautizar algún salón de juntas o un pequeño auditorio -¡tampoco hay que
exagerar!- con el nombre del Supremo López.
Pero los que se sacaron la lotería con la reforma fiscal –que
ahora sí ya viene imparable- son los gobernadores, mayoritariamente priístas:
Van a recibir más recursos y no van a asumir ningún costo político ante sus
ciudadanos. Otra vez, el gobierno federal hará el desagradable papel de “cobrón” de impuestos y ellos –los gobernadores- harán el
siempre anhelado papel de Santa Claus.
La propuesta original del gobierno, lógica y de acuerdo con
las tendencias del auténtico federalismo en todo el mundo, preveía que los
estados pudiesen cobrar, si así lo determinaban las legislaturas locales por
iniciativa propia o a propuesta de cada gobernador, impuestos adicionales en aquellos rubros en los que el
gobierno federal tiene impuestos especiales: gasolinas, tabacos, refrescos,
bebidas alcohólicas…
Los gobernadores del PRI y los legisladores del mismo
partido le dieron la vuelta a dicha propuesta en términos muy sencillos y
descarados: “Nos gusta mucho lo de recibir más dinero, pero no nos gusta nada
eso de que nosotros tengamos que dar la cara y decidir qué impuestos locales
cobramos o cuáles no y en qué proporción”. O, todavía más clarito: “Queremos
más dinero, pero no más responsabilidades”.
Y dicho y hecho. Por lo menos en el caso de las gasolinas la
propuesta del PRI –que seguramente será aprobada- quedó como sigue: Que el
gobierno federal cobre un impuesto especial de unos
Así, transitamos –verbo favorito de los políticos- del
federalismo limosnero de los últimos priístas que fueron presidentes de la
república (en el cual los gobernadores acudían al “Señor Presidente” pidiéndole
que les diera “lo que sea su voluntad” a cambio de sumisión y adhesión
política, recuérdese que en ese entonces el “Señor Presidente” era también el
primer priísta del país y del cosmos entero) al federalismo infantil: “Mira,
gobernador o gobernadora, como eres tan bruto o bruta que ni siquiera sabes
cobrar impuestos y para evitar que hagas tonterías como cobrar más o menos
impuestos que tus vecinos, generando, ¡horror de los horrores!, competencia
entre los estados, mejor vamos a decirle a los del gobierno federal que sean ellos
los que cobren más impuestos y que te entreguen lo recaudado rapidito y de buen
modo para que tú te lo gastes”.
Esto de evitar la competencia entre los estados es toda una
joya de pensamiento centralista y arcaico. Los gobiernos locales sólo son “soberanos”
para gastarse el dinero, pero jamás para determinar sus políticas públicas y
darle la cara a sus electores. Y es tan tonto como decir que las externalidades negativas o costos sociales que causan
millones de automóviles circulando en el Distrito Federal son los mismos que
las externalidades que ocasiona medio centenar de
vehículos de motor circulando en
El argumento tiene,
sin duda, su vertiente implícita de desdén respecto de la capacidad intelectual
y política de los gobernadores y gobernadoras para asumir sus responsabilidades
ante los ciudadanos –de ahí, el infantilismo-, pero sus consecuencias son tan
inmensamente seductoras que los gobernadores y gobernadoras deben estar
brincando de gusto: ¿No que no había comidas gratis, mister Friedman?,
basta declararse menor de edad o incompetente y extender la mano. Mexicano,
típicamente mexicano.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.