El tema de la legalización y reglamentación del consumo de drogas es polémico. En los últimos Pesos y Contrapesos lo he tratado y muchos han sido los comentarios de lectores, razón por la cual considero conveniente seguir respondiendo, sobre todo, a las objeciones.

Martha Gayón de Rocha, retomando mi siguiente afirmación - "...la tarea de prevención para que mis hijos no caigan en las drogas me corresponde principalmente a mi...", me dice que “ningún padre puede darse el lujo de adolecer de tal arrogancia, para suponer que (sus) hijos no van a hacer tal o cual cosa porque los hemos "bien educado"”, afirmación con la cual estoy de acuerdo, por una razón muy sencilla: la libertad de los hijos, para quienes llega el momento de decidir y elegir, existiendo la posibilidad de lo que hagan mal. Pero de la misma manera le digo que ningún padre puede ser tan irresponsable para suponer que sus hijos no van a caer en las drogas porque el gobierno las prohíbe. La publicidad del gobierno nos dice que está trabajando para que las drogas no lleguen a nuestros hijos, pero los padres debemos trabajar para que nuestros hijos no lleguen a las drogas, siendo este segundo trabajo mucho más importante que el primero.

Por su parte Gustavo Arrieta me dice que “bajo (mi) peculiar óptica, sería loable legalizar las violaciones, fraudes, robos, secuestros y demás delitos…” Seguramente el señor Arrieta no ha leído la serie completa de estos Pesos y Contrapesos a favor de la legalización y reglamentación del consumo de drogas, porque, si así fuera, sabría que mi punto de partida es el hecho de que el consumo de drogas no es una acción delictiva por su propia naturaleza, lo cual quiere decir que quien las consume, haciéndose un enorme daño a sí mismo, y poniendo en juego su vida, no atenta contra la vida, la libertad o la propiedad de alguien más, cosa que no sucede con los ejemplos que cita: violaciones, fraudes, robos, secuestros y “demás delitos”, es decir, acciones delictivas por su propia naturaleza. No hay que confundir vicios con delitos: los segundos deben ser prohibidos por el gobierno, los primeros no.

Adrián Nava comentando las siguientes preguntas - "¿Qué es menos malo? La farmacia de la esquina vendiendo legal y reglamentadamente drogas, a la vista de todos, o, a la vuelta de la esquina, el narcotraficante acechando en lo oscurito. ¿Cuál es el mal menor?" -, me dice que ni él ni yo “tenemos la facultad de discernir si algo es ‘menos malo’ o ‘más malo’”, señalando que “lo malo es malo, y lo bueno es bueno”, pidiéndome que tenga más cuidado con lo que escribo y que “no intente engañar al lector”. Señor Nava, respóndame: qué es menos malo, ¿que le roben su cartera o que lo secuestren? ¿Que a su esposa o a su hija, suponiendo que las tenga, las insulten con un piropo vulgar o que las violen? En todos los casos, obviamente, se trata de males, pero unos son menores que otros, ¿o no? Por favor, tenga usted más cuidado con lo que escribe y no trate de engañarme.

Por último, Juan Ignacio Durán me escribe lo siguiente: “La idea (de legalizar y reglamentar el consumo de drogas) no es mala, pero creo que en este país hay suficiente corrupción como para pensar que esta nueva industria será una mina de oro para las autoridades a las que se les asigne su vigilancia. ¿Que piensa usted?” Lo que pienso es que la prohibición ha tenido como consecuencia, precisamente, eso: hacer del tráfico de drogas una mina de oro, de entrada, para quienes están encargados de combatir al narcotraficante, habiendo generado una enorme corrupción. ¿O no? ¿No hay una sola autoridad que no se haya corrompido frente al narco? ¿Qué eso que se llama crimen organizado, una de cuyas expresiones más conspicuas es el narcotráfico, no es posible, solamente, con la complicidad de las autoridades, complicidad que es fruto de la corrupción?

En fin, mucho más podría yo responderle a mis lectores, a quienes agradezco su interés, pero, por falta de espacio, aquí debo parar.