El mundo sólo puede esperar que el premio Nobel empuje a Al Gore a postularse de nuevo para la presidencia. Él recibió este premio por su locura con respecto al clima. Ahora él puede defender el premio Nobel debatiendo solamente con aquellos que son fáciles de derrotar.
Al Gore finalmente ganó el premio Nobel,
al igual que la pequeña proverbial nuez que evolucionó hasta convertirse en un
roble gigante. Ahora sólo podemos esperar que se lance como candidato a
presidente, un puesto que, dada la historia reciente, seguramente lo merece.
¿Dónde más
sino quizás a través del Protocolo de Kyoto sobre calentamiento global -el cual
Gore negoció- se puede lograr tan poco gastando
mucho? Pero para llegar ahí, o por lo menos para ser nominado, Al Gore tendría que hacer algo que hasta el momento ha evitado
diligentemente: debatir.
La regla
que Al Gore ha utilizado para salir en televisión es
clara; no puede haber cuestionamientos. La última vez que fue candidato a
presidente en el 2000, tuvo éxito contra George Bush, un peso liviano en el tema de calentamiento global.
En esta ocasión hay debate de verdad.
Esto
sucede porque Al Gore representa un partido que ha
perdido la cordura en lo que concierne el cambio climático y que ha elaborado
la legislación más ridícula de la historia, la cual, espera un veto de Bush y una firma de Al Gore.
Es
importante considerar lo que el senador Bernie Sanders (“Independiente” de Vermont)
tiene en el expediente: Una varita mágica legislativa que requerirá de cada uno
de nosotros una reducción de emisiones de dióxido de carbono del 90% en 42
años. Considerando desde
Cada uno
de estos proyectos tiene oportunidad de ser aprobado por el Senado y todavía
una mejor oportunidad de ser vetado. Ahora que tiene su Nobel
Sr. Gore, salga y pelee como un hombre, no se
preocupe siquiera de escoger a alguien de su tamaño.
Lo cierto
es que Gore ha evitado cada oportunidad de mantener
un debate razonado con algún científico experto en el calentamiento global que
no sea de su elección. El Heartland Institute, un centro de estudios en Chicago, ha gastado más
de un millón de dólares en anuncios colocados en el Wall
Street Journal y el New York Times, suplicándole a Al
Gore que acepte debatir. No lo han logrado. En un
lugar menos público, el Cato Institute mandó una
serie de cartas invitándolo a compartir su auditorio en
Aquí está
el problema: si cualquier oposición fuera tan fácil de vencer, Gore disfrutaría la oportunidad. Obviamente existe un
argumento sustantivo y convincente que él no puede atacar. En esencia, éste es
que Al Gore ha abandonado la corriente científica
dominante en el calentamiento global, aún cuando esa comunidad puede estar
influenciada por el financiamiento que enfatiza los aspectos negativos.
Por
ejemplo, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de las Naciones
Unidas (del cual soy miembro y Gore no) predice un
ascenso del nivel del mar de
¿Cómo es
posible alcanzar tal desconexión de la realidad científica?
Al Gore sólo tiene un científico, James Hansen
de
Ningún
otro científico está dispuesto a arriesgarse, pues ese argumento simplemente no
está respaldado por la historia climática observada en Groenlandia
desde el fin de la última era glaciar. Durante la mayor parte de seis milenios,
concluyendo hace 3,000 años, estuvo más caliente, y aún así, el hielo
permaneció pegado como una goma. La respuesta asombrosa de Hansen,
que usted puede leer en su blog, documentado en http://www.realclimate.org (no es
exactamente un diario científico) es que otros científicos no están de acuerdo
con él porque sufren de lo que él llama la "reticencia científica".
En otras palabras, todos sus colegas son unos cobardes porque no están de
acuerdo con él.
¿Y qué hay
del otro polo? Cada modelo computarizado mencionado por las Naciones Unidas
muestra que en este siglo,
El mundo
sólo puede esperar que el premio Nobel empuje a Al Gore a postularse de nuevo para la presidencia. Él recibió
este premio por su locura con respecto al clima. Ahora él puede defender el
premio Nobel debatiendo solamente con aquellos que
son fáciles de derrotar.
*Artículo cortesía de Cato Institute
para Asuntos Capitales.
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