Este artículo me lo sugirió el Saltapatrás, del admirado Guillermo Scheridan (¡leánlo!), publicado en la revista Letras Libres de este mes, en el cual cita a Maurice Baring (el poeta y novelista inglés, amigo del gran Chesterton y del prolífico Belloc), en un muy poco afortunado comentario en torno al dinero. Dice Baring: “Para saber qué piensa Dios del dinero basta con ver a quién se lo da…”, afirmación que, como muchas otras, de muchos otros intelectuales, muestra la opinión que Baring tenía del dinero como algo esencialmente inmoral, sin olvidar el primer error: Dios no da dinero, y los milagros económicos, si por ellos entendemos la intervención divina a favor de la satisfacción de las necesidades de la persona, intervención que bien puede tomar la forma de “dar dinero”, han sido la excepción y no la regla: el último milagro económico que registra la historia fue la multiplicación de los pescados (porque ya habían sido pescados los peces, ¿o no?) y los panes en tiempos de Cristo y, antes de éste, la lluvia de maná en el éxodo de los israelitas en los tiempos de Moisés. La gran mayoría de las veces los buenos resultados económicos no son producto de algún milagro divino sino del trabajo humano y, de manera muy importante, del uso del dinero que, va de nuevo, Dios no da.

¿Qué responde usted, lector, si le digo que el dinero es una cosa maravillosa? ¿Usted es de los que piensan que, en el mejor de los casos, el dinero es un mal necesario y, en el peor, una maldición? ¿Usted es de los que exclaman: “El maldito dinero”, o “El sucio dinero”, o “El dinero corruptor” o cualquier otra afirmación por el estilo, razón por la cual estaría de acuerdo con afirmaciones como la de Baring? Si así lo hace tenga cuidado, porque sus afirmaciones en torno al dinero serían de la misma naturaleza que estas otras - “Maldito desarmador”, o “Sucia computadora”, o “Llave corruptora” -, y lo serían por una razón muy sencilla: el desarmador, la computadora, la llave y el dinero son herramientas, y como tales no pueden ser ni malditas, ni sucias (en el sentido ético del término), ni corruptoras, siendo que corruptoras, malditas y sucias y pueden ser las maneras en las que el ser humano las use, algo distinto a lo usado: una cosa es la herramienta y otro el uso que se le da. Maldita, sucia o corruptora puede ser la manera de obtener dinero, o la forma de gastarlo, pero no el dinero en sí. No culpemos al dinero de faltas, delitos o pecados nuestros.

Vuelvo a la pregunta: ¿qué responde usted, lector, si le digo que el dinero es una cosa maravillosa?, y que lo es, no solamente a la Rico McPato, es decir, por la posibilidad que nos da comprar bienes y servicios, y por la seguridad que nos brinda, sino por el tipo de economía y de relación económica que hace posible, tipo de economía (de mercado) y de relación económica (intercambio) que son las únicas que hacen posible el progreso económico, definido como una mayor producción, de mejores bienes y servicios, para un mayor número de gente. ¿Qué me responde, lector, si le digo que, si el dinero llegara desaparecer, el tipo de organización económica que tenemos hoy desaparecería con él y que la involución económica sería brutal, al grado de que volveríamos a las épocas en las cuales el reto era sobrevivir, no alcanzar más seguridad económica, no pretender mayores niveles de bienestar material? ¿Es usted consciente, lector, de la maravilla que es el dinero, al grado de poder afirmar que es una de las más eficientes herramientas al servicio el ser humano? Para comprenderlo hagamos un breve ejercicio de economía ficción: supongamos que mañana amanecemos en todo el país, desde Tijuana hasta Cancún, desde Matamoros hasta Tapachula, sin dinero: sin billetes, sin monedas, sin chequeras, sin tarjetas de crédito o débito, sin nada de lo que, usualmente, usamos como dinero. Usted lector, ¿qué haría?

Continuará.