(Continuación del último Pesos y contrapesos)

Ya dije, en la primera entrega de esta serie, que el tema de la misma me lo sugirió el Saltapatrás de Guillermo Scheridan, publicado en el más reciente número de la revista Letras Libres, en el cual cita al escritor inglés Maurice Baring quien, refiriéndose al dinero, dijo lo siguiente: “Para saber qué piensa Dios del dinero basta con ver a quién se lo da…”, afirmación con la cual Baring da entender que Dios no tiene muy buena impresión del dinero, razón por la cual ha de ser sucio, inmoral o corruptor, siendo que el dinero, como medio de intercambio que es, no puede ser nada de ello: se trata, exclusivamente, de una herramienta y, por cierto, de las más eficientes con las que contamos los seres humanos, sobre todo si se mantiene sano y fuerte, es decir, si preserva su poder adquisitivo. Lo que puede ser sucio, inmoral o corruptor es, o la manera de ganarlo, o la forma de gastarlo, pero no el dinero en sí.

Afirmaciones como la de Baring son frecuentes entre intelectuales, entre quienes el dinero, al menos en teoría (en la práctica, guardado en la billetera de cada uno de ellos, o en sus cuantas bancarias, o en sus inversiones financieras, es otra cosa), no tiene buena prensa. Sin embargo, ha habido excepciones, siendo una de ellas Borges, escritor excepcional entre los que lo son.

En El Zahir (que “es una moneda de uso común, de veinte centavos”), cuento que forma parte de El Aleph,  Borges nos dice lo que sigue: “Insomne, poseído, casi feliz, pensé que nada hay menos material que el dinero, ya que cualquier moneda (una moneda de veinte centavos, digamos) es, en rigor, un repertorio de futuros posibles. El dinero es abstracto, repetí, el dinero es tiempo futuro, puede ser una tarde en las afueras, puede ser música de Brahms, pueden ser mapas, puede ser ajedrez, puede ser café, puede ser las palabras de Epicteto, que enseñan el desprecio del oro; es un Proteo más versátil que el de la isla de Pharos. Es tiempo imprevisible, tiempo de Bergson, no duro tiempo del Islam o del Pórtico. Los deterministas niegan que haya en el mundo un solo hecho posible, id est un hecho que pudo acontecer; una moneda simboliza nuestro libre albedrío”.

¡Una moneda simboliza nuestro libre albedrío! No conozco mejor explicación de lo que es el dinero, que la dada por Borges en El Zahir: ni de filósofo, ni de economista, ni, ¡mucho menos!, de financiero alguno. El dinero es cualquiera de los futuros que, su poder adquisitivo, hace posible, razón por la cual es herramienta eficientísima de nuestra libertad. Lo he dicho muchas veces: la propiedad es la condición de posibilidad de la libertad, comenzando por la propiedad de nuestro dinero, convertible en todo aquello que sea convertible en él: un libro de poemas de Borges (“Zeus no podría desatar las redes / de piedra que me cercan. He olvidado / los hombres que antes fui; sigo el odiado / camino de monótonas paredes / que es mi destino. / Rectas galerías…”); un cd con el triple concierto para piano, violín y cello de Beethoven; un dvd con la película Los duelistas, de Ridley Scott, basada en la novela del mismo nombre de Joseph Conrad; un plato de caracoles a la bordalesa en Le Petit Resto, o cualquier otra mercancía que se pueda adquirir a cambio de dinero, sin olvidar la manera en la que se adquiere el dinero: a cambio de un trabajo productivo, lo cual quiere decir que hubo alguien dispuesto a pagar una suma de dinero por el mismo, o por el producto del mismo, lo cual solamente es posible si valora lo que le ofrecemos o, dicho de otra manera, si somos capaces de producir, o participar en la producción de, mercancías valiosas, que satisfacen necesidades de otras personas…, que satisfacen necesidades de otras personas. Pensémoslo bien la próxima vez que nos dispongamos a maldecir al dinero, no vaya a ser que, en realidad, nos maldigamos a nosotros mismos, ya sea por la manera en la que obtuvimos nuestro dinero (sucia, inmoral, corruptora), ya por la forma en la que lo gastamos: viciosa, deshonesta o desvergonzada.