La magnitud de las mentiras que se han dicho –y se seguirán diciendo– acerca de Pemex es pasmosa e indignante, especialmente por parte de quienes se oponen a cualquier transformación estructural de esa “empresa”. Dos ejemplos.
Primera mentira: Durante los últimos años no
se ha invertido en Pemex y los recursos excedentes, derivados de
mayores de precios del petróleo, se han desperdiciado.
La realidad: De
Lo que sí es cierto es que la inversión en Pemex durante el último gobierno del PRI –Ernesto Zedillo- fue magra: sólo 29 mil millones de dólares en todo
el sexenio 1994-2000.
Segunda mentira: El fisco –la Secretaría de Hacienda– ha exprimido a Pemex;
otras petroleras nacionales, como Petrobras en Brasil,
no pagan tantos impuestos.
La realidad: Todas las compañías petroleras
del mundo pagan altos impuestos a los gobiernos por la extracción de
energéticos. Específicamente, Petrobras en 2007 pagó
“impuestos de producción” por 60.3% del valor de cada barril de petróleo o
equivalente al gobierno brasileño (ver informe anual de Petrobras:
El costo promedio de “lifting” sin impuestos en 2007
fue de 7.70 dólares; con “impuestos de producción” fue de 19.39 dólares).
La principal diferencia entre Pemex y Petrobras –que también es
controlada por el Estado- es que la brasileña sí es una empresa pública cuyas
acciones se cotizan en los mercados internacionales, con ejemplares prácticas
de gobierno corporativo, que no tiene restricciones para asociarse con otras
petroleras y empresas de servicios para explorar y explotar yacimientos en
Brasil y en todo el mundo. Pemex ni siquiera es
jurídicamente una empresa sino un organismo público descentralizado que está
sujeto a inflexibles y absurdas restricciones para establecer asociaciones –por
ejemplo, contratos de riesgo– con empresas privadas
nacionales o extranjeras.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.