¿Dadas las condiciones para "deslizar" la paridad? Lo que sorprende de las declaraciones a favor de una depreciación del tipo de cambio no es que no hayamos aprendido la dolorosa lección, sino que chocan con dos datos contundentes.
En definitiva, las
navidades y el tipo de cambio peso-dólar no comulgan; y por ello no sorprende
que, de nueva cuenta, estemos en presencia de otra disputa cambiaria, y, por lo
mismo, de otro error de diciembre (incluso, hasta podríamos decir, “oso de
diciembre”). En esta ocasión, la edición presente del nuevo error cambiario
pertenece al Secretario de Economía, Sergio García de Alba, quién se declaró a
favor de una intervención por parte de las autoridades monetarias en el mercado
cambiario para depreciar la paridad, y con ello dar estímulo a las
exportaciones.
Es el viejo mito genial
de “devaluación competitiva”—una de las posiciones más seductoras, pero más
perniciosas, en la gama de falacias económicas contemporáneas. La respuesta del
primer mandatario fue contundente: absolutamente nadie intervendrá en los
movimientos de la paridad dentro de nuestro sistema de flotación. Empero, se
dieron otras objeciones que, en nuestra opinión, se quedaron cortas,
particularmente aquellas que dicen que el ámbito cambiario esta fuera de las
responsabilidades de Estado de García de Alba.
Si lo está, o no, no
tiene mayor importancia. Es la idea la que se debe cuestionar, no la fuente de
una de sus manifestaciones más recientes. La idea en sí, es, como decía el gran
editorialista Robert Bartley,
del Wall Street Journal, “la peor en este siglo después del comunismo.”
Más allá de las pasiones cambiarias, sin embargo, lo que sorprende de las
declaraciones a favor de una depreciación de la paridad, en esta ocasión, es
que chocan con dos datos contundentes.
Primero, no se puede
hablar que la paridad actual desfavorece a las exportaciones, cuando la estimación
de las mismas sobrepasa un volumen histórico de 210 mil millones de dólares.
Ciertamente, hay mucho más que se puede hacer para estimular la venta de los
productos nacionales en el mercado extranjero, por ejemplo, mayor
desregulación, u otras iniciativas que reduzcan costos de transacción, y con
ello aumenten la productividad de la mano de obra. Este tipo de acciones, mucho
más difíciles de realizar que un simple ajuste contable en la paridad, por
cierto, sí es responsabilidad de
Segundo, el tan abusado
argumento de la sobrevaluación cambiaria, ya ni
siquiera tiene relevancia. Vaya, ¿contra qué medimos la “fortaleza” del peso?
La inflación local es igual, hasta incluso menor, que las de nuestros socios
comerciales.
Uno de los principios
capitales de la flotación es no meter la mano, sopena
de sufrir las consecuencias del caninismo cambiario,
o el voluntarismo iluminado que supone poder manipular la trayectoria de un
precio que depende de millones de decisiones cotidianas, o sea, decisiones
sobre el flujo de capitales. Ciertamente, hay cosas que podemos hacer para
influir en la trayectoria. Si inflamos más, o gastamos más de lo que tenemos,
la tendencia será hacia una depreciación de la moneda. Una recesión, como la
que se dio después del primer error de diciembre, es una estupenda receta para
depreciar la paridad. O, si somos un poco más sofisticados, podríamos pensar en
acumular más reservas—claro, ganancia de exportador que se financia con el
bestial costo que implica el diferencial de tasa interna requerida para
levantar los recursos locales mediante los cuales compramos dólares en el
mercado, mismos que se invierten en una tasa externa.
Esa es, al final del día, la trampa
genial de la devaluación competitiva—quitarles a unos para privilegiar a otros.
O vaya, en las palabras de una persona que cosechó una muy dolorosa curva de
aprendizaje, poco después del desastre cambiario generado por el error del ’94,
cuando se decidió adoptar la flotación: “Haber
intentado manipular en cualquier sentido la paridad habría significado el
abaratamiento artificial de nuestros productos, lo que implica un subsidio al
exterior y una mayor inflación, con su consiguiente impacto en las tasas de
interés y la actividad económica...” (Ernesto Zedillo,
1996).
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.