Alguien convenció al presidente de que mostrar miedo era un muy mal comienzo en el esfuerzo por impulsar una reforma crucial. Por fin, la iniciativa ya está ahí y puede ser objeto, por primera vez, de una discusión en detalle y no de simple especulación ideológica. Lo que no podemos aceptar es que un caudillo político, por poderoso que sea, amenace con paralizar la economía del país si no se hace lo que él dice en este tema.
Finalmente el presidente sometió una iniciativa de reforma energética
al Congreso de la Unión. Con anterioridad había dicho que dejaría esta tarea a
los legisladores del PAN. Al parecer el presidente no quería incurrir en los
costos políticos de presentar la propuesta cuando Andrés Manuel López Obrador
amenazaba con paralizar al país en el momento mismo en que se sometiera la
iniciativa. Pero alguien –aparentemente-- convenció al presidente de que
mostrar miedo era un muy mal comienzo en el esfuerzo por impulsar una reforma crucial.
La iniciativa ya está ahí y puede ser objeto, por primera vez, de una
discusión en detalle y no de simple especulación ideológica. Como lo había
prometido, y ante la posición de los legisladores priistas,
cuyos votos son indispensables para cualquier reforma, Calderón no está
pidiendo que se hagan modificaciones a la Constitución, aun cuando muchas
habrían sido quizá positivas para mejorar el desempeño de la industria
petrolera nacional. Busca el presidente, sin embargo, darle mayor autonomía de
gestión a la paraestatal frente al gobierno.
La iniciativa no contempla contratos de riesgo, ni siquiera en
operaciones de aguas profundas, pero sí la posibilidad de que Pemex contrate los servicios de terceros a cambio de pagos
en efectivo. Ésta no es necesariamente la opción que más le conviene a nuestro
país. Los contratos de riesgo, introducidos por primera vez en el mundo por el
presidente Lázaro Cárdenas en la Ley Reglamentaria del Artículo 27
Constitucional en 1939, pueden ser una opción menos riesgosa y más favorable
para los intereses de los mexicanos; pero obligarían a una modificación de la
Constitución, cosa que el propio presidente Calderón sabe que por ahora es
imposible. Los contratos en efectivo son ya una práctica común en Pemex, aunque la nueva legislación les daría un mejor
sustento legal. Habrá que ver si estos contratos, por otra parte, son
suficientes para atraer a especialistas en exploración y explotación de
petróleo en aguas profundas.
Para las refinerías, la iniciativa de Calderón propone una apertura a
la inversión privada, pero sin que el petróleo o sus derivados dejen de ser en
algún momento propiedad del Estado mexicano. El asunto parece complejo. Las
nuevas refinerías serían construidas y operadas por empresas privadas, las
cuales “adquirirían” crudo en el mercado sin nunca comprarlo realmente y
“entregarían” después gasolina sin nunca venderla. ¿Barroco? Por supuesto. Pero
éste es el tipo de maromas al que nos obliga la legislación mexicana.
Hay mucho sin duda que discutir en las iniciativas de reforma
presentadas por el presidente. Ésta es quizá la propuesta de reforma más
significativa y controvertida que ha surgido del actual gobierno… y de los inmediatamente
anteriores. Todos sabemos que la producción petrolera está declinando y que las
reservas probadas se están agotando. Sin una buena reforma, estaremos
importando petróleo en unos cuantos años.
Lo importante, sin embargo, es que
el debate se realice de manera pacífica y democrática. Lo que no podemos
aceptar es que un caudillo político, por poderoso que sea, amenace con
paralizar la economía del país si no se hace lo que él dice en este tema.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.