La democracia, entendida como la toma de decisiones en función de la voluntad de la mayoría, supone inseguridad en cuanto al resultado (¿a favor de qué opción votará la mayoría?) y seguridad en cuanto a la manera de llegar al resultado (por el voto de la mayoría), y funciona cuando todos los participantes aceptan las reglas del juego, mismas que deben establecer, de entrada, qué sí, y qué no, se resolverá de manera democrática y, muy importante, quiénes tienen, y quiénes no, derecho a votar y, por lo tanto, a conformar esas mayorías y minorías propias de la democracia.

En México las reglas del juego establecen, uno, que las modificaciones a las leyes deben llevarse a cabo de manera democrática, es decir, en función del voto de la mayoría y, dos, que quienes deben votar en tales menesteres son los legisladores. Esas son las reglas del juego, mismas que los demócratas aceptan, independientemente de qué se esté votando y al margen de cuál sea el resultado de la votación. Sin esa aceptación, de parte de cada uno de los involucrados, no hay democracia que valga, involucrados que son de dos tipos: los legisladores (directamente involucrados) y aquellos quienes eligieron a los legisladores (involucrados indirectamente).

La reforma de PEMEX, tal y como la propuso el Ejecutivo, pasa por la modificación de algunas leyes - ¡sin tocar la Constitución, faltaba más! – modificación que debe hacerse de manera democrática, razón por la cual sabemos cuál es la manera de hacerla, pero no cuál va a ser el resultado, siendo ésta una de las características de la democracia: seguridad en la manera de llegar al resultado e inseguridad en cuanto al mismo.

Así opera la democracia, y esa manera de operar es la que los demócratas respetan, razón por la cual cualquier expresión del tipo “Sobre mi cadáver, pero la reforma X no pasará”, solamente puede ser dicha por alguien no demócrata, alguien que no reconoce que, en la democracia, hay que esperar a ver cuál es la voluntad de la mayoría, y que, en la democracia, hay que aceptar la voluntad de esa mayoría, aunque no coincida con la nuestra, lo cual no quiere decir que en los momentos previos a la votación, momentos de debate, diálogo, negociación, estira y afloja, ceder y conceder, obtener y retener, cada cual no pueda expresar sus puntos de vistas, defender sus intereses (no seamos tan ingenuos como para creer que no existen, comenzando por los pecuniarios, y que no juegan un papel importante en este tipo de cuestiones) e intentar convencer a los demás de que el camino a seguir es el que él propone. Pero una vez terminado ese tiempo llega el momento de la votación que, al final de cuentas, se reduce a una cuestión aritmética y a un asunto de principio: contar votos (cuestión aritmética) y reconocer el triunfo de la opción que obtuvo la mayoría de los mismos (asunto de principio). Así de sencillo, por más difícil que a veces resulte, dificultad provocada por quienes, en contra de la democracia, exaltados exclaman “Sobre mi cadáver, pero la reforma X no pasará”, exclamación de los exaltados a la cual los demócratas, con serenidad, deben responder “Pasará, si así lo decide la mayoría, y en los términos que decida la mayoría, que esas, y no otras, son las reglas del juego.”

Reglas del juego; respeto a las reglas del juego; respeto a las reglas del juego, no solamente cuando se gana, sino sobre todo cuando pierda. Democracia; método conocido, resultado desconocido y, sin embargo, la mejor manera que hemos inventado los seres humanos para resolver aquellas cuestiones que bien pueden resolver en función de la voluntad de la mayoría, tal y como es el caso de la reforma petrolera. Así las cosas, cómo calificar a quien, exaltado, exclama: “Sobre mi cadáver, pero la reforma no pasará”. ¿Demócrata?