El precio de algunos alimentos se ha incrementado considerablemente en los últimos meses. Tal es el caso del maíz, arroz, frijol, trigo y soya, lo cual, desde el momento en el cual algunos de esos granos se usan para alimentar ganado, ha tenido como consecuencia el aumento en el precio de otros alimentos como las carnes y los lácteos, todo lo cual está tomando, en algunas regiones del planeta, la dimensión de un desastre, tal y como lo señala, en artículo publicado por The Economist, Josette Sheeran, quien encabeza el Programa Mundial de Alimentos de la ONU, quien afirma que el encarecimiento de los alimentos ha significado, para la clase media, recortar gastos dedicados a la atención médica; para aquellos que viven con dos dólares diarios ha significado reducir el consumo de carne y sacar a los hijos de la escuela; para quienes sobreviven con un dólar al día ha significado reducir el consumo de carne y vegetales para comer únicamente cereales, y hacerlo solamente una vez al día; para aquellos que logran sobrevivir con cincuenta centavos de dólar diarios significa el desastre total. En algunos países, el incremento en el precio de los alimentos ha dado como resultado la pérdida de lo ganado, en la guerra contra pobreza, en los últimos diez años.

Independientemente de cuáles sean las causas del aumento en los precios de los alimentos (muchas de las cuales tienen que ver, ¡faltaba más!, con la intervención de los gobiernos en la producción de alimentos), el verdadero problema que enfrentan quienes se han visto afectados por dicha alza no es el nivel que han alcanzado los precios de ciertos alimentos, sino el nivel de sus ingresos, que oscila entre los cincuenta centavos de dólar y los dos dólares diarios. Se estima que mil quinientos millones de seres humanos satisfacen sus necesidades con un ingreso no menor a un dólar, pero no mayor a dos, lo cual, independientemente de cuál sea el precio de los satisfactores básicos (los que se destinan a satisfacer las necesidades básicas, que son aquellas que, de quedar insatisfechas, atentan contra la salud y la vida del ser humano), no alcanza para mucho.

Por supuesto, si el precio de esos satisfactores es bajo, la satisfacción de las necesidades será mayor, pero el principal problema seguirá siendo el de un ingreso que, independientemente de cuál sea el precio de los satisfactores básicos, comenzando por los alimentos, resulta insuficiente, algo que, a estas alturas del partido, con millones de seres humanos que han logrado, no solamente superar la pobreza, sino alcanzar niveles elevados de bienestar material, resulta doblemente preocupante. Existen suficientes muestras, desde las clásicas (que datan de los tiempos de la Revolución Industrial en Inglaterra) hasta las recientes (producto de la globalización de las últimas décadas, con todo lo que ello supuso en materia de reformas estructurales y cambios institucionales) de que sí es posible salir de la pobreza y alcanzar niveles de bienestar material que, hace un par de siglos, eran impensables, y que hoy están al alcance de la mano de las clases medias de los países avanzados.

Lo anterior quiere decir que, en materia de progreso económico, no hay que inventar el hilo negro o descubrir el agua tibia, sino analizar, sin prejuicios ideológicos, el camino que han seguido los países llamados avanzados y, ¡muy importante!, hacerle caso a la lógica económica que, más allá de la evidencia empírica que nos proporcionan los países avanzados, nos indica cuál es el camino del progreso económico.

Por lo pronto hay que tener muy claro que el problema de fondo no es el alza en el precio de los alimentos sino el ingreso, no mayor a dos dólares diarios, de 1.5 miles de millones de seres humanos.