Hay niños en el mundo. A veces se hacen adultos. Muchos crecen del cuerpo y adquieren facha y forma de adultos, pero siguen siendo niños. También hay países que no crecen: países niños.

Como pueblo somos niños chiquitos. Si alguien se ofende por esto que digo, evidenciará cuánta razón tengo.

Se ve prístinamente en la discusión sobre el petróleo. Digamos que si un adulto habla de patines, dientes postizos, pasta de dientes o petróleo, los considera como bienes. Sopesa ventajas y desventajas. Se basa en hechos y en ciencia. Estudia posibilidades en el mundo real. Evalúa si la decisión A o la decisión B o la decisión C harán que el negocio sea mejor negocio. Calcula geopolíticamente si A o B o C arriesgan o no el dominio que corresponde a los mexicanos sobre su territorio pues toma como premisa (a diferencia de la pasta de dientes) que los mantos petroleros son patrimonio nacional; y estudia si A o B o C reducen o preservan o mejoran el aprovechamiento racional de esos bienes.

Un experto en las realidades del mundo real —un empresario— hace eso todos los días, y Pemex es empresa, aunque no sea cualquier empresa. No podría haber empresas de las que sí funcionan si no hubiese empresarios tomando decisiones, asaz difíciles a veces, con algo que se aprende con la edad: el uso de la razón.

Un patriota racional pensará si conviene, por ejemplo, hacer nuevas paraestatales que compitan con Pemex. O aliarse con quien ponga dinero o técnica; verá si es relevante su extranjería o mexicanidad, o si son más eficaces y protegen mejor los derechos de la nación unos arreglos legales y contractuales muy claros, vinculantes, sujetos a las salvaguardas y tribunales de todo contrato serio. El mexicano adulto no supondrá (grave prejuicio) que es mejor y más eficaz y económico y patriótico que el patrimonio esté al arbitrio del gobernante, que al imperio soberano de la ley; y los contratos son ley entre los contratantes.

Un patriota adulto supondrá que no es condición suficiente la exclusiva propiedad gubernamental para garantizar el buen manejo del negocio, ni la independencia de sus decisiones, ni la efectividad responsable, ni la celebérrima “soberanía”. Y ningún patriota querrá vender, antes de sacarlo, lo que hay bajo la tierra (Santa Anna sí haría algo así). El patriota adulto, libre de prejuicios, verá que ni Pemex ni México son soberanos si el soberano es el sindicato y el menos soberano es el mexicano “propietario”.

Los patriotitas se conforman con símbolos, mitos y adjetivos. Esos patriotas niños —los patrioteros— exigen “justas demandas”, y creen que lo que viene del gobierno es gratis y obtenerlo regalado es su derecho o su conquista irrenunciable. Los niños que se envuelven en la bandera antes de hablar y al hacerlo desconectan su aún no bien alambrado cerebro —los mexicaneros— se quedan en los símbolos, la pintura, la decoración, los adornos de la discusión: adjetivos, acusaciones y resentimientos. Dicen con supina cursilería “Pemex es el mascarón de proa del nacionalismo mexicano”, y hasta se hacen llamar intelectuales. Los adultos ven hechos, proyecciones, datos, tecnología, y no son intelectuales sino inteligentes. Los niños con cara de adultos no entienden de eso pero qué bien gritan, se indignan y rompen la ropa y acusan de traición a la patria con sus flamígeros dedos chiquitos.

Por eso México no es un país serio. No ha sabido crecer. La educación enseña mitos, no hechos. Enseña a odiar a otro y culparlo de nuestras desventuras. No ha enseñado prácticas esenciales para una vida efectiva: pensar; la ley de la causa y el efecto; matemáticas; lógica; cultura financiera que haga preguntar de dónde saldrá el dinero para A o B o C. Tampoco se enseña a los niños que todo peso que gaste el gobierno nos lo quitó antes de nuestros bolsillos. Que todo gasto lo pagamos todos. Que si el sindicato de Pemex es una inmundicia, su porquería nos empobrece directamente a todos.

A los politiqueros eso les conviene. El sindicato es el primer interesado en que el status quo se conserve (algún malpensado supondrá que está financiando la campaña del Frente Progresista para que todo siga igual). Y el sistema educativo no sólo viene de la incompetencia o la estupidez. Es para la manipulación: para mantener niño al pueblo. El niño mayor de edad vota; asiste a mítines —o motines—, “asambleas informativas” y se deja utilizar. Es niño, pero tiene carne para cañón. Es púber que sale a mentar madres a las calles. A pintarrajearlas. A tirar basura. Y se siente lo máximo. Pobres adolescentes vitalicios. Serán idiotas, pero son útiles.

Lo dijo López Obrador y se supo: “el debate es una vacilada”. Lo importante es su movimiento para asaltar el poder, y que fracase Calderón. Se arruine la patria, pero el pueblo niño aprenderá en los futuros textos de historia cómo se llamaba el prócer de bronce que salvó a la patria de la iracundia y la soberbia y la codicia de las grandes potencias internacionales, culpables de la ruina que (esos textos callarán) él provocó, al encender cerillazos sobre un pasto que estaba bien seco.

Así ha pasado en toda nuestra historia. Así puede seguir pasando (si los adultos nos dejamos). México es un pueblo que no quiere crecer. No está listo para gobernarse a sí mismo. No está listo para la democracia, el peor sistema de gobierno excepto cualquier otro, pero peor aún si los votantes son mayoritariamente niños, prepúberes o adolescentes malcriados. Para lo que sí está listo México es para la efebocracia (gobierno de los niños). Y sobre todo, está listo para la demagogia.