¿Cuántas de las personas que marcharon el sábado exigiendo el fin de la impunidad estarán dispuestas a garantizar que por ningún motivo le pagarán a los delincuentes a cambio de no perder su vida o la vida de aquellos a quienes quieren? Si la inmensa mayoría nos negamos a pactar cosa alguna con la delincuencia, la criminalidad dejará de ser negocio.
Es cierto. Las autoridades en México
no han hecho su trabajo básico, que es garantizar la integridad física de
cualquier persona en el territorio a su cargo –incluida la vida de las personas
aún no nacidas– frente a las amenazas de terceros.
También es cierto que hay autoridades más culpables que otras; el récord de
impunidad de las autoridades del Distrito Federal o del estado de México es
mucho mayor que el de las autoridades federales, sin que ello implique que
podamos confiar del todo en estas últimas.
La marcha fue respetable, pero
insuficiente e ineficiente para terminar con la criminalidad. La cara dura de
algunos de los políticos es tal que esa manifestación puede muy bien pasar sin
que altere la podrida conciencia de los responsables de la impunidad.
La lógica criminal de quien
secuestra personas para obtener algún beneficio es exactamente la misma lógica
del funcionario que pide una retribución al margen de la ley para hacer su
trabajo, para no obstruir el trabajo de los demás o para reconocer derechos
elementales que no deben estar a su arbitrio, como el respeto a la propiedad,
el cumplimiento de los contratos o la atención debida cuando se demanda el
cumplimiento de una ley.
Y el error que cometemos los
ciudadanos, lo mismo cuando pagamos a una banda de secuestradores a cambio de
la vida preciosa de un ser humano que cuando pagamos una “mordida” para que nos
dejen trabajar o para que no nos fastidien, es alimentar la ganancia de los
criminales con nuestra arraigada cultura de la transacción con el delito.
Mi vida y la de mis seres queridos es invaluable, por eso NO tiene precio. Cada cual debería
armarse de valor y de valores auténticos para proclamar firmemente que nadie
recibirá ni un centavo partido por la mitad a cambio de no matarnos o de no
hacernos daño. Es duro, pero es el único camino para terminar con la cultura de
la impunidad.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.