No parece haber escapatoria. La inseguridad en general, pero el secuestro en particular, se han convertido en los principales problemas de nuestro país. Y la clase política no podrá resolverlos simplemente con discursos. Se requieren soluciones. Y para obtenerlas la clase política ya no puede buscar solamente su provecho electoral.
No parece haber escapatoria. Cuando el horror empieza a olvidarse, el
miedo se apodera de nosotros. Un día nos enteramos del secuestro y ejecución de
Fernando Martí, el chico de 14 años por quien se había pagado ya un rescate.
Unas cuantas semanas después es el caso de Silvia Vargas, secuestrada antes,
más de 11 meses atrás, pero cuya familia había guardado silencio esperando que
esa fuera la forma adecuada de conseguir su retorno.
No parece haber escapatoria. Mucha gente que me reconoce como
periodista se me acerca en la calle para contarme, no sus puntos de vista sobre
la reforma petrolera o sobre la economía como antes, sino sobre el secuestro
del que fue objeto el hijo de un amigo o de un pariente. La capacidad
adquisitiva no importa. Los secuestros que llaman la atención son los de
familias prominentes, la de Alejandro Martí o la de Nelson Vargas. Dolorosos
son también, sin embargo, los secuestros y ejecuciones de miembros de familias
menos conocidas. La fiebre de secuestros, revela Carlos Alberto Pérez Cuevas,
presidente de la comisión de justicia del Congreso del Estado de México, se ha
contagiado a Ecatepec y otros municipios conurbanos
de la ciudad de México, donde familias de escasos recursos entregan televisores
o computadoras a cambios de los seres queridos.
No parece haber escapatoria. Incluso la clase política, que sólo se
interesa en la inseguridad cuando el agua le llega al cuello, optó por montar
una gran reunión política con tres horas de discursos y la promesa de aplicar
75 medidas contra la inseguridad. Entre los farragosos, incomprensibles
discursos políticos se distinguió sólo la voz pausada pero enérgica de un padre
cuyo hijo fue ejecutado por secuestrados, Alejandro Martí, quien ante la
incomodidad de muchos políticos, exigió que aquellos que no estén a la altura
del reto renuncien a sus cargos, porque permanecer en un puesto público sin
hacer nada es otra forma de corrupción.
No parece haber escapatoria. Aunque los encargados de la seguridad
pública nos aseguren que los secuestros representan apenas el 0.04 por ciento
de todas las denuncias que se presentan ante el ministerio público, nosotros
sabemos que la mayor parte de los secuestros no se denuncian. Pero además no
importa qué tan numerosos sean. Sabemos que si un simple robo a mano armada nos
deja inseguros durante meses o años, un secuestro acaba con nuestra
tranquilidad toda la vida o termina en la mayor de las angustias con la muerte
del familiar en circunstancias que nunca se aclaran.
No parece haber escapatoria. Los políticos han tratado de utilizar la
reacción de la sociedad ante secuestros y homicidios como el del joven Martí
para su provecho. Y es lógico que lo hagan. No hay causa más popular en estos
momentos en nuestro país que el combate a la delincuencia. Pero el fracaso en
esta ocasión tendrá un costo muy por encima de cualquier otro.
No parece haber escapatoria. La inseguridad en general, pero el
secuestro en particular, se han convertido en los principales problemas de
nuestro país. Y la clase política no podrá resolverlos simplemente con
discursos. Se requieren soluciones. Y para obtenerlas la clase política ya no
puede buscar solamente su provecho electoral.
EntrarDurante siglos se ha debatido quién debe detentar el poder y no los límites de ese poder.