Hay quienes afirman que López Obrador, al enterarse del asesinato de Fernando Martí, exclamó “¡Qué bien, un punto malo para Calderón y un pirrurris menos!”. No puedo creer que una persona carezca de la mínima humanidad requerida para simpatizar con los padres de la víctima, y por ello abstenerse de hacer tal comentario, y que un político sea tan imbécil como para hacer tal afirmación, y hacerla ante terceros, uno de los cuales la filtró a la prensa. Pero, según lo dice más de uno, desde Óscar Mario Beteta hasta Jaime Sánchez Susarrey, eso fue lo que López Obrador dijo, dicho ante el cual más de uno se ha preguntado ¿qué culpa tuvo Fernando Martí de haber nacido en una familia rica, en una familia de empresarios y, por lo tanto, ser calificado de “pirrurris”?, pregunta a partir de la cual yo pregunto ¿qué tiene de malo ser empresario y ser rico?

Lo malo no es ser rico, sino pobre, y si no me creen pregúntenle a cualquiera que no sea capaz de generar un ingreso que le permita, por lo menos, satisfacer sus necesidades básicas, que son aquellas que, de quedar insatisfechas, atentan contra la salud y la vida del ser humano. Lo malo no es ser rico, sino pobre.

Lo malo no es ser rico, sino ciertas maneras de llegar a serlo, porque no es lo mismo enriquecerse ofreciendo bienes y servicios al consumidor, que violando los derechos de la persona por robo, secuestro, fraude, por todo lo que supone obligar a uno, por medio de la violencia o el engaño, a ceder parte del producto de su trabajo a otro. Lo malo no es ser rico, sino ciertas maneras de llegar a serlo.

Lo malo no es ser empresario, al contrario, ser empresario es bueno, ya que sin los empresarios no hay progreso económico que valga, sobre todo si lo definimos (al progreso), como la producción de más y mejores bienes y servicios, para un mayor número de gente, más y mejor producción de mercancías que, sin la participación de los empresarios, resulta imposible, sobre todo porque sin inversión, definida como cualquier gasto destinado a producir más y mejor, no hay progreso económico posible, y esa inversión la llevan a cabo los empresarios, quienes tienen como tarea esencial inventar más y mejores maneras de satisfacer las necesidades de los consumidores. Lo malo no es ser empresario, al contrario, serlo es bueno, sobre todo cuando se es un buen empresario.

Lo malo no es ser empresario, y generar riqueza, entendida como bienes y servicios para la satisfacción de las necesidades, sino serlo a la manera mercantilista, es decir, al amparo de algún privilegio gubernamental, desde un subsidio hasta una concesión monopólica, que limite o elimine la competencia que el empresario pueda enfrentar, lo cual va en contra de los intereses de los consumidores, promoviendo una mala asignación de los factores de la producción y el despilfarro de los mismos. Lo malo no es ser empresario, sino serlo a la usanza manera mercantilista, mercantilismo que muchos empresarios le piden al gobierno, gobernantes que muchas veces lo otorgan.

Lo malo no es ser rico, sino serlo de mala manera, violando los derechos de los demás, muchas veces con la complicidad del gobierno. Lo malo no es ser empresario, sino serlo a la manera mercantilista, siempre al amparo de algún privilegio gubernamental. En ambos casos la culpa es del gobierno: en el primero por defecto (no garantiza la seguridad contra la delincuencia) y en el segundo por exceso (otorga privilegios a algunos empresarios, que más que empresarios son negociantes de prerrogativas).

Lo malo no es ser empresario y rico, sino la manera como se llegó a serlo, y si López Obrador realmente dijo lo que dicen que dijo, entonces se ubica en el peldaño más bajo de la escala humana, pudiendo ser su lema “Primero los pobres, ¡y que mueran los ricos!”