En tiempos de Luis Echeverría se solía decir: “estábamos al borde del abismo, pero afortunadamente dimos un paso hacia adelante”.

A veces añoro la estabilidad, orden y prosperidad de aquellos aciagos tiempos, en este México que se acerca a un caos mucho peor. A un desorden generalizado. Perdiendo casi todo sentido de orden. Rampante degradación. Corrupción moral y económica que rebosa las atarjeas del más profundo drenaje nacional. La vida pública conoce de la delincuencia pública. La vida privada sufre la delincuencia desorganizada.

Las definiciones antiguas parecen diseñadas para hoy. Los griegos llamaban khaos a un abismo que se abre, ancho y vacío. Ovidio distinguió el khaos del kosmos, totalidad de lo que existe y ha existido. Según Hesíodo el caos era el vacío original: antes de algo, hubo caos. Alguna interpretación antigua de la Biblia tomó el nombre de caos para ese estado primigenio de total vacío, previo a la Creación. Se deduce entonces que si lo primero fue el caos, para que hubiese caos se necesitaban políticos.

La política tricolor, blanquiazul, amarilla, verde y naranja degrada la vida nacional mirando sólo una fecha: 5 de julio. Su visión de tan largas miras sólo mira los plazos trienales en que nuestra democracia crece mientras el ciudadano común decrece hacia el coraje, la indignación, el desaliento, la angustia, la desesperanza, la desconfianza, la duda y el miedo.

Un rayito de esperanza, ocupadísimo en salvar a México, no dice si traerá la salvación con prohombres como su cliente-proveedor Bejarano, baluarte de honradez y heraldo de esperanza. Otro candidato perdedor, corredor y autor, hace un libro-shampoo para lavar su imagen de paladín de la democracia. Opaca tan limpiante intento en esos mismos días el quemado autor de otro libro que muestra (con su autorizada voz de gran beneficiario) la degeneración política en el gobierno defequeño, revelando de paso ciertas truhanerías de la honestidad valiente.

Inmediatamente, una pejentrevistadora suelta una bomba atómica que acalla periodísticamente las feas revelaciones de la ahumada putrefacción con otras peores: un expresidente proclama, ante la inminencia del fin de su vida, una especie de testamento político; parece un mea culpa tratando de limpiar su nombre y papel ante la historia luego de una presidencia de color gris grisáceo.

Ese obús nuclear se dirige a los también autores editoriales Raúl y Carlos Salinas. Éste se enoja con la mensajera pero nadie desmiente las acusaciones. Ridiculizan al expresidente al descalificar su inequívoca y articulada voz, ideas y pensamiento. Y más ajustes de cuentas, de los que no se dirimen a balazos sino a periodicazos.

Mientras tanto, los monopolistas de la política –los partidos– contradicen la propia ley en que degradaron a rango constitucional el verbo “denigrar” y se denigran con verdades y mentiras, acusaciones y diatribas mientras ultrajan su oficio hasta los niveles del albañal, con cargo a nuestro dinero. Y agarran a un célebre polítiquero con las manos en toneladas de yerba mientras a su gobernadora se le escapan 53 presos en unos minutos.

Esto en un ambiente no saludable: una novedosa cepa de virus provoca un lío que otros países se toman en serio y echan a perder una industria turística que producirá menos de la mitad de las divisas usuales. Se adereza así una crisis económica que apenas comienza, donde los únicos que rebosan de dinero son los tres grandes monopolios: los partidos, los sindicatos burocráticos, y los monopolios empresariales.

Luego de que las finanzas gringas –de bananera calidad– devalúan la economía global y acá se destruyen empleos por docenas de miles, los rectores priistas de la economía nacional no articulan nada que suavice la carga regulatoria y fiscal y estorbos que impiden trabajar al sector productivo. No ven que la más productiva empresa es la pequeña y el mayor empleador es el micro; somos despreciablemente pequeños para sus grandes ojos tecnocráticos. Dan trato fiscal y regulatorio de superempresa a la micro, cuya única salida para sobrevivir es la informalidad-ilegalidad.

Carstens no es buen secretario de Hacienda para crisis. El padrino Michael Corleone tuvo que cambiar de asesor porque no era de guerra. El presidente necesita un secretario de Hacienda (¡y uno de Economía!) que se enteren de que la situación es de emergencia.

A la mayor parte de los legisladores y dirigentes de partidos es demasiado pedirles unos miligramos de pertinencia y de grandeza. Sí a veces se atisban cualidades de liderazgo en el presidente Calderón, pero no en su equipo ni en sus redactores de discursos. ¿De dónde sale, por ejemplo, que el país tiene rumbo claro? Es tan claro que nadie lo ve.

Pero Calderón es hombre de retos. ¿Por qué no manifiesta la generosidad histórica que podría tener? ¿Por qué no lo vemos al frente del timón económico? ¿Por qué delega eso al PRI? ¿Por qué no evoca a Churchill, para carácter? ¿Por qué no busca a Gabriel Zaid, para saber qué hacer?