Por cada peso de subsidio fiscal que recibe el que menos tiene, se dejan de recaudar cuatro pesos por el segmento que sí puede pagar.
La gran parte del consenso económico
dice que una reforma fiscal debe buscar unificar el impuesto al valor agregado,
y evitar las distorsiones de los regímenes de exención. Empero, la gran parte
del consenso político es unánime en su veredicto que cualquier unificación
sería un golpe al gasto de los hogares de recursos escasos—“los pobres.”
En este impasse, el consenso de
todos es que no hay solución: no hay forma de alinear los incentivos. Es, dice
el mismo consenso, un caso paradigmático de cómo lo deseable choca con lo
posible.
Totalmente falso. El dilema es entre
conservadores fiscales, que ya encontraron una causa populista probada y sonada
(¡no al IVA!); y los abogados del posibilismo, cuyo derrotismo de entrada evita
que busquen una solución creativa para desatorar la fuente del choque entre lo
posible y lo deseable.
La idea no es rebasar por la
izquierda (“whatever that means…”), sino alinear incentivos en un esquema de juegos
donde todos los participantes (popular, político, económico) puedan ser
ganadores.
De hecho, la razón por la cual se
debe unificar el impuesto al valor agregado, no reside en que habrá mayor
recaudación, o más para repartir, sino que se eliminarían injusticias derivadas
de un sistema diferenciado, donde los que más tienen se llevan la mayor parte
del privilegio, mientras que los que menos tienen dejan de recibir lo que se
podría generar por medio de la unificación tributaria.
El sistema de tasas diferenciadas
implica que dejamos recursos fiscales sobre la mesa, al no recaudar de aquellos
que sí podrían pagar el impuesto en alimentos y en medicinas. Por cada peso de
subsidio fiscal que recibe el que menos tiene, se dejan de recaudar cuatro
pesos por el segmento que sí puede pagar. Esta desproporción merece el
calificativo de “hood-robinismo”:
lo que no pueden, subsidiando a los que sí pueden.
La solución, por ende, es encontrar
un medio de apoyo a los golpeados por la tasa única (o sea, los primeros seis deciles de la población) en la etapa de transición. El
desafío, pues, es idear una forma de hacer llegar recursos a la población
objetivo antes de que entre en vigor el nuevo régimen fiscal, y con ello
subsidiar por la vía del gasto el impacto sobre el ingreso familiar de la
unificación.
La forma de hacer esto es por medio
de una operación de factoraje fiscal, es decir, usar las facturas de futuros
ingresos fiscales esperados (aquellos que hoy se dejan sobre la mesa) como
garantía para financiar un instrumento de deuda, a una tasa razonable.
Los recursos se destinarían a un fideicomiso que sería responsable en otorgar
los subsidios correspondientes. El bono se podría ir amortizando en la medida
que se vayan captando nuevos recursos tributarios derivados del aumento
proyectado en la recaudación.
De esta forma, ya no se podría
explotar la excusa de “los pobres” para evitar el paso que debemos dar en la
nueva reforma fiscal. ¿No que no?
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.