Los derechos de propiedad, y la mera posibilidad de formar un patrimonio, son prácticamente imposibles en un entorno de inestabilidad económica. La inflación –y su inevitable acompañante, la avidez de los gobiernos por hacerse de los recursos de la sociedad- expropia cotidianamente sin audiencia previa, sin juicio y sin causa a todos, especialmente a quienes menos tienen.
La reconstrucción de la economía mexicana,
que aún no concluye, se inició hace 22 años (no 12 como equivocadamente escribí
en la entrega del jueves pasado) con el gobierno de Miguel de
Hoy la economía mexicana disfruta de nuevo de
la estabilidad económica. La inflación anual de 2005 fue ligeramente superior a
3 por ciento; las finanzas públicas, en su medición tradicional, están en el
umbral del equilibrio entre ingresos y gastos. Como resultado de dicha
estabilidad, las tasas de interés han disminuido, ha aumentado la
disponibilidad de recursos crediticios y de capitales para la inversión
productiva (que es la que realizan las personas y las familias, no el
gobierno), lo que a su vez ha permitido que en México volvamos a ver fenómenos
que no se vivían hace décadas: un crecimiento sólido de la construcción y venta
de viviendas, la adquisición en gran escala de bienes duraderos –como
automóviles-, la reactivación –después de años de letargo- del crédito bancario
y no bancario.
Las personas, las familias, las empresas
pueden planear y trazarse objetivos de largo plazo (uno de los efectos sociales
más nocivos de la inflación es que acorta los plazos a tal grado que la
actividad económica se enfoca a la mera subsistencia o a la maquinación de
actividades predatorias): Se puede planear, con razonable certidumbre, la educación
de los hijos, la construcción de una casa, la adquisición de un auto, el
emprendimiento de un negocio, el desarrollo de una carrera profesional.
Sin embargo, esta estabilidad aún es
precaria. Las finanzas públicas se han beneficiado, en los últimos años, de una
situación extraordinariamente favorable (tasas de interés internacionales bajas
y precios del petróleo altos) que sin duda NO será permanente; más todavía: a
falta de una reforma fiscal, las finanzas públicas siguen lastradas por la
dependencia del petróleo. Por su parte, los logros de la política monetaria en
el combate a la inflación distan de ser definitivos y podrían revertirse si en
el futuro el Poder Ejecutivo atenta de facto contra la autonomía de la política
monetaria (por ejemplo, manipulando el tipo de cambio) o si la intervención del
gobierno en la fijación de precios –al margen del mercado libre- genera nuevas
distorsiones en la asignación de recursos.
Nada puede ser más aberrante, cuando estamos
cerca de consolidar la reconstrucción, que abandonar el esfuerzo y volver al
modelo equivocado.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.