Más importante que el ganador de la contienda presidencial que empezó formalmente este pasado 19 de enero, es saber cuál de los candidatos podrá realmente hacer las reformas estructurales que necesita el país. Estos son los cambios que nos permitirían tener una economía más competitiva y, por lo tanto, generar un mejor nivel de vida para los mexicanos.

Cuando escuchamos las propuestas de los candidatos y consideramos la situación política de nuestro país, sin embargo, debemos tener dudas serias de que estas reformas, las cuales no se pudieron llevar a cabo en este sexenio, se lograrán en el siguiente. Y es que Felipe Calderón quiere pero no puede hacerlas porque no tendría mayoría en el Congreso, Roberto Madrazo no aclara si realmente intentaría hacerlas y Andrés Manuel López Obrador dice claramente que no las desea.

Las reformas estructurales no son posiciones ideológicas: son medidas que aumentan la competitividad de los países. Si un país tiene impuestos más bajos y con mejor recaudación, si cuenta con mayores inversiones que reduzcan los costos de los energéticos para las empresas, si tiene infraestructura más amplia y de mejor calidad, si cuenta con una mano de obra mejor calificada, podrá tener una mayor capacidad para competir en el mundo y para darles a sus trabajadores un mejor nivel de vida.

En México los políticos han detenido muchas de estas reformas por absurdas posiciones dogmáticas. Su propósito parece ser el de impedir cualquier medida que, al mejorar el nivel de vida de los mexicanos, apoye políticamente al gobierno en funciones. Así, los panistas impidieron algunas de estas reformas durante el gobierno del priista Ernesto Zedillo mientras que los priistas, aliados con el PRD, detuvieron esas mismas reformas cuando las propuso el gobierno panista de Vicente Fox.

No todos los países del mundo están haciendo todas las reformas estructurales, pero casi todos están haciendo cuando menos algunas y aumentan así su competitividad. La apertura de la electricidad y los hidrocarburos a la inversión privada, por ejemplo, es cada vez mayor en el mundo. Los gobiernos de muchos países están reduciendo y simplificando el impuesto a la renta, con lo cual se promueve la inversión, y basan la recaudación cada vez más en impuestos al consumo, como el del valor agregado, con lo cual incentivan el ahorro. Las naciones que han logrado mejorar la calidad de sus sistemas educativos, por otra parte, han logrado una enorme ventaja competitiva en una economía globalizada.

En México las reformas estructurales han quedado en buena medida detenidas. El resultado ha sido un deterioro en la competitividad y una disminución en el potencial económico del país. México fue, por ejemplo, uno de los países emergentes que menor expansión tuvo en el mundo en el 2005. Y no es un problema de un solo año, sino una tendencia que se viene acumulando de manera constante.

Lo peor de todo es que no se ve que las cosas vayan a mejorar en el sexenio que viene. Quienes quieren hacer las reformas no pueden hacerlas y los que podrían no quieren. Esto significa que no se crearán empleos suficientes para los mexicanos y que nuestros trabajadores tendrán que seguir buscando empleo en los Estados Unidos.