Los legisladores se han rasgado las vestiduras, anunciando su oposición a los nuevos impuestos. Pero esta es una hipocresía gigantesca.
La célebre
máxima del patrimonialismo (hankismo)
mexicano, “un político pobre es un pobre político,” ha adquirido un significado
muy diferente en nuestra transición a un sistema de pesos sin contrapesos.
La sabiduría
oficialista se sorprende ante el rechazo tajante, tanto popular como político,
que ha sufrido la propuesta económica para el año entrante. Esta sorpresa es
asombrosa. Los fabulosos desperdicios actuales, combinados con la perversa
herencia de depender de ingresos (petroleros) no renovables, han orillado al
gobierno actual a generar una propuesta diseñada para tapar los hoyos negros
presupuestales. Si bien el recorte anunciado es un paso importante en la
dirección correcta, dista mucho de la necesidad de acabar con el financiamiento
recurrente de una clase política pobre, pero llena de privilegios.
El aumento a
los impuestos especiales, más el nuevo impuesto general “contra la pobreza”,
han sido interpretados como un paso atrás de la promesa de campaña de
desarrollar un sistema de impuesto único. Pero la lógica de estos impuestos
parece ser meramente recaudatoria. Resalta, en especial, el impuesto a las
telecomunicaciones, el cual castiga la inversión en uno de los sectores más
importantes para el futuro de la economía mexicana (y mundial).
Los
legisladores se han rasgado las vestiduras, anunciando su oposición a estos
nuevos impuestos. Pero esta es una hipocresía gigantesca. ¿Acaso existen
propuestas de cómo reducir el gasto, o acabar con el despilfarro? ¿Quién se
atreverá a decir que debemos abrir la electricidad a la competencia, en todos
sus sectores, y dejar que Luz y Fuerza (junto con su hoyo negro de 40 mil millones
de pesos al año) muera por la paz, o vaya, por la libre elección de millones de
consumidores desgastados por el mal servicio, los apagones y corrupción?
Al final,
los hoyos negros son consecuencia del pobre uso que hacen políticos, de ninguna
forma pobres, de recursos derivados de una base cautiva de causantes. Los
políticos, legisladores, gobernadores, presidentes municipales, piden más
gasto, pero rehúsan identificar la fuente de estos recursos. Habrá que pagar;
y, si no hay una fuente identificable de financiamiento, habrá que caer en la
trampa del déficit fiscal, que al final del día significa un endeudamiento a
generaciones futuras—“passing the
buck (peso).”
Los
legisladores cometen una gran irresponsabilidad al rechazar sin proponer; y
esta complacencia patrimonialista sí merece una condena terminal.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.