El auténtico liberalismo, el clásico de origen europeo y con inconfundible acento británico más que francés, tiene a mis ojos un atractivo intelectual irresistible: nunca subordina los hechos a la doctrina. Eso es tanto como decir que el liberalismo vale lo que vale justamente porque no es ideología.
El auténtico liberalismo, el clásico de origen europeo y con inconfundible acento británico más que francés, tiene a mis ojos un atractivo intelectual irresistible: nunca subordina los hechos a la doctrina. Eso es tanto como decir que el liberalismo vale lo que vale justamente porque no es ideología.
Cualquier liberal medianamente informado sabe que de la intervención de los gobiernos en los mercados fijando precios no se puede esperar nada bueno, y sabe también que la perversidad intrínseca del intervencionismo gubernamental no radica en la maldad o en la bondad de los burócratas intervencionistas (que, por lo demás, hasta podrían ser, se han dado casos, personas encantadoras, amables y pletóricas de altruismo), sino del hecho de que resulta imposible que la voluntad de una persona o de un grupo reducido de personas sustituya con eficiencia la prodigiosa suma de millones de voluntades libres que concurren en los mercados –cada cual con su carga personalísima de deseos, necesidades, temores y percepciones- ofreciendo y demandando bienes o servicios.
La moneda es un bien como cualquier otro, por el cual estamos dispuestos a pagar tanto más cuanto (demanda) o a cobrar, si es que estamos del otro lado del mostrador, tanto más cuanto (oferta), cada cual decide con la información de la que dispone y ha sabido allegarse si le conviene comprar ese bien y a cuánto, o si le conviene vender ese bien y a cuánto.
En México tardamos muchos años en darnos cuenta de que también en el llamado mercado de cambios –en el intercambio específico de pesos por dólares o viceversa- lo que mejor funciona es dejar en libertad a los mercados. Fue hasta los aciagos días de diciembre de 1994 cuando comprendimos cabalmente que lo mejor es dejar que la libre oferta y la libre demanda de dólares fijen el precio de los billetes verdes en pesos. Y el arreglo ha funcionado muy bien. Ni se generó la temida y anunciada volatilidad, ni se sobrevaluó o se subvaluó la moneda; más aún: comprendimos –aunque esto es un decir muy optimista, como se verá- que esas nociones de subvaluación o sobrevaluación son paparruchas de mercantilistas alimentadas por la inveterada arrogancia de algunos economistas que creen “saber” mejor que la gente lo que de veras quiere la gente y le conviene. En un sistema de libre flotación, la divisa vale lo que dicen los mercados que vale y punto. Siempre habrá malos jugadores –que no saben perder ni asumir las consecuencias de sus decisiones libres- a quienes el dólar parecerá muy barato o demasiado caro, y querrán justificar su disgusto subjetivo con alguna conjetura falsamente científica. Entonces dirán: “¡Oh, el peso se ha sobrevaluado y no podemos exportar!, ¡el gobierno tiene que hacer algo para evitar esa sobrevaluación!”, o por el contrario se quejarán: “¡Oh, es que el dólar ya está muy caro, el gobierno debe hacer algo!”. Intervencionistas embozados que desearían que algún burócrata iluminado los llevara de la mano. ¡Ilusos e insensatos!, lo más probable es que la mano del burócrata los conduzca al precipicio.
Durante 2008 y 2009, en los días más calamitosos de la crisis global, la Comisión de Cambios en México –que integran tanto la Secretaría de Hacienda como el Banco Central- tuvo que vender miles de millones de dólares de su reserva internacional para evitar que colapsaran empresas endeudadas y hasta irresponsables (por ejemplo, algunas que jugaron desaprensivamente en los mercados de derivados sin conocer a ciencia cierta el funcionamiento de tales productos financieros) y NO para mantener un tipo de cambio determinado, sino para darle un aire de normalidad a un mercado que amenazaba colapsarse. Hoy, en 2010, la situación es exactamente la inversa y la misma Comisión de Cambios ha decidido “acumular reservas” aprovechando la baratura relativa de la divisa verde y en prevención de que el futuro próximo aparece plagado de riesgos. Esta intención transparente (un jugador fuerte en el mercado de cambios local, el gobierno, anuncia que está dispuesto a comprar tal cantidad de dólares al mes, en concreto $600 millones) tampoco prejuzga sobre el precio de la divisa, ni tiene forma de que alguna capillita de iluminados burócratas (en Los Pinos, en Hacienda o en el Banco de México) determinen cuál debe ser ese precio. Por otro lado, la realidad se ha mostrado mucho más avasalladora –como suele suceder- que las previsiones, y la cantidad de dólares que acumula cada mes el Banco Central para sus reservas ha resultado más bien marginal respecto del caudal de ingresos que entran a las principales economías emergentes, como México, a causa de que la Reserva Federal de Estados Unidos mantiene las tasas de interés de referencia de ese país a un nivel cercano a cero. El día que ese “estímulo monetario” cese, que habrá de cesar y cambiar de signo, esos mismos capitales tenderán a salir de los países emergentes para refugiarse en Bonos del Tesoro de los Estados Unidos.
El punto a destacar es que en ambos casos, cuando vendió dólares y cuando compró dólares, la actuación de la Comisión de Cambios ha sido impecable desde el punto de vista de la libre flotación, nadie que conozca de veras el mecanismo (no que hable de oídas porque le da flojera informarse) podría acusar a la Comisión de Cambios de México de manipular el tipo de cambio (ni para ayudar a los exportadores, ni para perjudicarlos) porque no hay forma de que esas actuaciones en el mercado –comprar y vender dólares- sean capaces de fijar de antemano un precio “ideal” soñado o calculado por algún burócrata.
Y aquí es donde algunos cuantos sedicentes liberales mexicanos pierden la brújula. Acostumbrados a juzgar el entorno que los rodea sin más auxilio que algunas “convicciones” aprendidas de lecturas desatentas y apresuradas, y alérgicos al estudio de los datos duros y de los hechos desnudos, sustituyen el análisis crítico por la especulación de sobremesa del lector de periódicos jubilado.
Así, por ejemplo, hace unos días leía las reflexiones de uno de estos “liberales” en un periódico, donde el autor critica la política de “acumulación de reservas” por las razones equivocadas. Su crítica parte de varias presunciones erróneas: 1. Supone que tal decisión –la de acumular reservas- fue tomada exclusivamente por el Gobernador del Banco Central (es decir, ignora o finge ignorar la composición real de la Comisión de Cambios), 2. Supone que tal decisión implica la búsqueda deliberada de un determinado precio para el dólar, en beneficio de los exportadores, lo cual es manifiestamente imposible, 3. Desdeña un montón de declaraciones explícitas del Banco de México a últimas fechas en las que se descarta tajantemente la intención de depreciar deliberadamente el peso o de fijar un precio determinado para el dólar, 4. Desdeña los datos duros que muestran, en lo que va del año, NO una depreciación de la moneda mexicana, sino su apreciación relativa. Esto es: desprecia olímpicamente a los mercados que son los que están mandando y que hoy dicen que el dólar debe valer poco más de 12 pesos, de la misma forma que el año pasado llegaron a decir que el dólar debía valer casi 15 pesos y de la misma forma que en julio de 2008 parecían insistir en que el dólar sólo valía 10 pesos mexicanos a lo sumo.
Curioso “liberalismo” que detesta tanto los “caprichos” de los mercados.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.