Hay una razón por la cual Calderón omite decir por qué los desaparecidos durante el priato lo fueron. Y explicarls es algo muy incómodo para quien está obsesionado con la alianza electoral con la izquierda, pues resulta que ésta ha tenido un largo compromiso con la violencia y ha carecido, hasta ahora, de elemental lealtad democrática.
En su discurso en la Universidad de Stanford, Felipe Calderón aseguró:
“(Bajo los gobiernos del PRI) cuando los estudiantes como ustedes protestaban, eran masacrados. Muchos oponentes del régimen, simplemente fueron desaparecidos".
Estas afirmaciones falsifican tanto la historia del priato como la historia de la relación que con la violencia ha tenido la nueva mejor amiga de Calderón: la izquierda.
Que el régimen priísta fue autoritario, represivo, corrupto y ejerció un opresivo control sobre los medios de comunicación, son verdades inobjetables. Pero aún cuando estas afirmaciones son en general ciertas, deben ver matizadas: si el gobierno priísta de Ernesto Zedillo hubiera sido autoritario, simplemente no hubiera entregado el poder a Vicente Fox, electo por la mayoría de los ciudadanos en 2000. De modo que, como escribió Jaime Sánchez Susarrey el 18 de junio en Reforma: ni los gobiernos priístas fueron homogéneos ni el régimen priísta se mantuvo inmutable de principio a fin.
Asimismo, la afirmación de que cada vez que los estudiantes se manifestaban eran masacrados, como si México hubiera vivido durante 70 años lo que hoy vemos se vive en Siria, es falaz.
Nadie puede atreverse a negar las masacres del 2 de octubre de 1968 y el 10 de junio de 1971 (o antes la del 30 de diciembre de 1960 en Chilpancingo, Guerrero). Pero antes de las masacres de Chilpancingo y Tlatelolco hubo cientos de manifestaciones de estudiantes y de otros actores sociales, que no fueron masacradas (unas fueron reprimidas ciertamente, pero otras fueron permitidas).
Después del 10 de junio no hubo más masacres estudiantiles y simplemente bajo el gobierno de Luis Echeverría cada intento de realizar mítines o marchas en la ciudad de México era impedido por la policía (salvo unas pocas excepciones, como las manifestaciones de la Tenencia Democrática del Sindicato Único de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana).
A partir del gobierno de José López Portillo la policía dejó de impedir las manifestaciones en vía pública. No hubo masacres estudiantiles bajo los gobiernos de López Portillo, De la Madrid, Salinas, ni Zedillo, todos ellos priístas.
Las masacres estudiantiles del 2 de octubre y el 10 junio no se pueden comparar en su magnitud con las masacres en Siria, donde en unas semanas de protestas ya van, cuando menos, 1,400 manifestantes asesinados. Sin proponérselo la Fiscalía Especial sobre Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (FEMOSPP), creada por el gobierno de Fox, acabó con los mitos sobre el número de caídos el 2 de octubre: 68, uno de ellos soldado, no 400 como contó la propaganda izquierdista por años.
La cifra de víctimas del 10 de junio de 1971 no pudo ser establecida con precisión, de modo que la FEMOSPP dio por buena la cifra de un informe hasta hace poco secreto de la Dirección Federal de Seguridad: 40 manifestantes asesinados.
Estas no fueron las únicas masacres bajo los gobiernos priístas, por supuesto. Para no ir más atrás en la historia, el 7 de julio de 1952 en el Hemiciclo a Juárez en el Distrito Federal, partidarios del candidato Miguel Henríquez Guzmán (ex priísta apoyado por una coalición variopinta y a trasmano por el ex presidente Lázaro Cárdenas), fueron reprimidos a balazos por policías y militares vestidos de civil. Hay estimaciones exageradas y no documentadas sobre el número de víctimas, pero un testigo presencial me aseguró que cuando menos 40 personas fueron asesinadas y decenas más en el resto del país.
El 30 de diciembre de 1961 el ejército reprimió a estudiantes que formaban parte de un movimiento que demandaba la autonomía para la Universidad de Guerrero y dio muerte a una decena de ellos aproximadamente (se habla de hasta 19 víctimas, pero esta cifra no ha podido ser documentada), en una acción al aparecer no planeada que se salió de control.
El 20 de agosto de 1967 en Acapulco chocaron dos facciones de la Unión Regional de Productores de Copra del Estado de Guerrero, pero la facción oficialista utilizó armas de fuego y asesinó a 27 de sus rivales. Los asesinos no fueron castigados, sino encubiertos por el gobierno estatal.
Pero aún sumadas las víctimas de estas masacres a las de las masacres estudiantiles, la magnitud de la represión del régimen priísta está muy por debajo de regímenes como el de Siria o el de Cuba, por ejemplo.
La dictadura castrista ha sido presentada como el régimen comunista que tiene las manos limpias de sangre. Y es cierto que la matanza dentro de la isla no es comparable con los genocidios o democidios bajo la mayoría de regímenes comunistas, pero los Castro y sus secuaces son responsables de haber asesinado a cuando menos 10 mil personas en su país, según ha documentando la organización “Cuba Archive”. Y decimos que ha documentado pues no se trata de una estimación, sino de una cifra que se basa en la identificación precisa de cada víctima.
En sus últimos 50 años el régimen priísta no asesinó a 10 mil personas y ni siquiera se acercó a esa cifra. Pero además, sería erróneo comparar las cifras absolutas de víctimas mortales de la represión haciendo abstracción de las diferencias demográficas de los países.
En virtud de que México ha tenido una población 10 veces superior a la de Cuba, si la matanza castrista hubiera ocurrido aquí, entonces habrían sido 100 mil las víctimas. Y si el PRI no llegó a 10 mil víctimas, menos a 100 mil.
Por supuesto que cualquiera que haya sido el número de víctimas de la represión, se trata de crímenes sin la menor justificación, pues fueron asesinadas personas desarmadas, que se manifestaban pacíficamente. Y sin importar cuánto tiempo haya transcurrido desde que se cometieron estos crímenes, sus autores deben ser llevados ante la justicia y castigados, sin miramientos ni atenuantes.
Pero una cosa es hacer justicia y muy otra falsificar la historia. Y si es falsa la afirmación de que toda manifestación era reprimida, no lo es menos afirmar que “muchos oponentes del régimen, simplemente fueron desaparecidos". Y la falsedad no estriba en que no haya habido desaparecidos, pues por supuesto que los hubo y por cientos, sino en pretender hacer creer que la mera oposición hizo a las víctimas merecedores de tan extrema forma de represión criminal.
¿Podría Felipe Calderón mencionar algún militante del PAN, el principal partido de oposición por décadas, que haya sido desaparecido? No, no podría, porque ninguno lo fue. Incluso tampoco podrían hacerlo los anteriores líderes del Partido Comunista, salvo en el caso de un obrero que desapareció hacia 1980 en Querétaro, pero al parecer por confusión de sus verdugos.
Hay al parecer una razón por la cual Calderón omite la circunstancia en que los desaparecidos lo fueron: que habían optado por la oposición armada.
Y explicar esta circunstancia es algo muy incómodo para quien está obsesionado con la alianza electoral con la izquierda, pues resulta que ésta ha tenido un largo compromiso con la violencia y ha carecido, hasta ahora, de elemental lealtad democrática.
La izquierda mexicana ha creado una mitología justificatoria sobre ese compromiso, aduciendo que actuó en reacción a la represión y que no había otro camino. Pero no es cierto ni lo uno ni lo otro. La izquierda no recurrió a la violencia como venganza contra los represores (pues en realidad victimizó a muchos inocentes no a los verdugos), sino porque creyó que la violencia la llevaría al poder, inherente a su proyecto totalitario, el cual buscaba hacer de México algo muy parecido a la Cuba de los Castro, con el baño de sangre incluido obviamente.
(Continuará.)
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.