La corrección política es la corrupción de la integridad moral, moda destructiva de esta época, norma móvil de los intelectuales orgánicos, negación del diálogo, muerte del debate, rechazo a la opinión ajena para quedar bien con todos pero mal con la conciencia.
En la franja medianera entre el sueño y el desvelo —cuando no estoy dormido ni despierto, sino todo lo contrario— mi mente cabalga a rienda libre y me pasan cosas raras.
Semidormido yo, llegó un conocido inglés con semblante de bulldog, una copa de champaña y su tremendo puro. Platiqué más o menos así:
—¡Sir Winston, buenas noches! Mucho he leído sobre usted pero me encanta conocerlo a todo color. ¡Y en México! ¿Cómo nos ve? ¿Hay futuro?
—No lo puedo predecir. México es una adivinanza envuelta en un misterio dentro de un enigma. Pero hay una clave. Esa clave es el interés personal de los políticos.
—¡Esa clave no sirve! A los partidócratas sólo ellos les importan. ¿Qué hacer?
—Entonces ellos ofrecerán sangre, sudor y lágrimas. Pero agrego: un pesimista ve dificultades en cada oportunidad; un optimista ve una oportunidad en cada dificultad.
—¡Hombre! Usted sí fue estadista pero aquí de esos no hay… esas pulgas no brincan en nuestro petate. Acá los optimistas son pesimistas mal informados… ¿y qué piensa de la guerra contra los criminales?
—Es una guerra necesaria. De ella depende la vida mexicana y la continuidad de vuestras instituciones. Si no, la furia del enemigo se tornará contra vosotros.
—¿Y la estrategia?
—No vale la pena criticarla ahora; las dificultades la criticarán por su cuenta. Nunca me preocupo de la acción; sólo de la inacción. Tener valentía significa ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo. Antes de El Alamein sólo tuve derrotas; después sólo tuve victorias.
—¿Y daría amnistía a los criminales? ¿Pactaría con ellos?
—No hay peor error que suponer que los lugares comunes, las palabras suaves y las políticas tímidas conducirán a la seguridad. Si los criminales invadieran el infierno yo diría un discurso a favor del diablo en la Cámara de los Comunes.
—¿Y cómo pediría leyes contra la delincuencia a nuestra Cámara?
—Como se lo dije a Roosevelt: “No fallaremos ni vamos a flaquear. Dénos las herramientas legales y nosotros terminaremos el trabajo.” No basta con hacer lo mejor que podamos; a veces hay que hacer lo necesario.
—Pero el Congreso jamás hará eso…
—Ese Congreso simplemente no puede ponerse de acuerdo, de modo que entra en una extraña paradoja: decidido a ser indeciso, resuelto a ser irresoluto, porfiado en la deriva, sólido en la fluidez, todopoderoso en su impotencia. Entonces vais perdiendo más meses o años preciosos, acaso vitales para la grandeza de México. Si seguís así, algún día os enfrentaréis a un terrible llamado a cuentas. Espero que el Congreso se eleve sobre las consignas de sus partidos y entienda que saber dónde estáis parados afecta vuestras libertades y vuestras vidas. Gracias a tal desdén, y ante las más claras llamadas de atención, habéis entrado en un período de mayor peligro. El tiempo de dejar las cosas para mañana, de las medidas a medias, de los expedientes tranquilizadores y de los retrasos, ha llegado a su fin. Habéis entrado a un período de consecuencias.
—Además, hay un señor al que un célebre intelectual llama “profeta bíblico”. Guarda minutos de silencio, critica todo y exige perdón. ¿Qué opina de él?
—Una vez llegó a mi oficina un taxi vacío, y al abrirse la portezuela, salió ese señor. No puedo suscribir la idea de enterrarnos sin más preparación que la defensa pasiva; ésa es la teoría de la tortuga. Un apaciguador es alguien que alimenta a un cocodrilo, con la esperanza de que se lo coma al último.
—Hay críticas a la labor del gobierno…
—Puede llegar el momento en que tendréis que pelear con todo en contra y una precaria posibilidad de sobrevivir o sin esperanza de victoria, porque es mejor perecer que vivir como esclavos. Nunca encontraréis la victoria tomando la línea de menor resistencia.
—…y al presidente lo critican muchísimo.
—Dile a tu presidente: hace falta valentía para pararse y hablar; también hace falta valentía para sentarse y escuchar. El pueblo británico y el mexicano son peculiares a este respecto: les gusta saber cuán mal están las cosas; les gusta que les digan lo peor. Pero cuidado: somos amos de las palabras que callamos, pero esclavos de las que dijimos.
—Y usted sí que dijo y escribió muchas palabras, ¿verdad?
—Sí; recuerdo a Lady Astor: “Si usted fuese mi marido le pondría veneno en su té” y respondí “Señora, si yo fuese su marido, me lo bebería”. Y cuando Mrs Braddock me reclamó estar borracho, le dije “Sí, señora, pero yo mañana estaré sobrio y usted seguirá siendo fea”.
—¡Pues sí que fue políticamente incorrecto! ¿Y qué opina de la corrección política?
Como entre brumas, oí:
—¿Corrupción o corrección? La corrección política es la corrupción de la integridad moral, moda destructiva de esta época, norma móvil de los intelectuales orgánicos, negación del diálogo, muerte del debate, rechazo a la opinión ajena para quedar bien con todos pero mal con la conciencia y…
¡Fade out! ¡Se fue! Ya no sé si el último rollo fue de mi cosecha, porque me estaba despertando a la realidad real del mundo real, tras tan fructífera charla con tan fructífero personaje…
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.