Para Ikram Antaki

Ikram Antaki es más necesaria hoy que nunca para México, su país de elección. Es ésta la tierra que recoge sus restos, desde su prematura muerte en 2000. Es aquí donde hizo la mayor parte de su carrera, en un país cuya decadencia quería atestiguar y paliar. Nos comparó con la época de Juliano el Apóstata (331-363).

Más necesaria que nunca es una mente que ayude a entender qué pasa, cómo encontrar nuestro camino, y evitar que México se nos eche a perder en definitiva. Por eso hay que revisar qué dijo, y qué nos hizo ver. Tuve la fortuna inmensa de ser su amigo y beneficiario de su generosidad intelectual: quiso, con el rigor intelectual de su mente francesa, enseñarme a pensar. Lástima de discípulo…

No resisto la tentación de referir una anécdota. Una vez oyó a gente de radio, fuera de micrófonos, hablar de ella. “La doctora Antaki no tiene mayor mérito; ¡todo lo saca de los libros!” Uno de los que me recomendó: L’ivresse démocratique (Gallimard, 1995). Alain Minc dice allí que esa embriaguez marca el descrédito de la democracia, su perversión, su degeneración hacia la democracia de opinión.

La opinión es “una realidad insaciable y dúctil” con “su escoria: el culto de los sondeos” y una influencia desmedida de la prensa. Se hunde la representación democrática y sus contrapesos, y aparece una trinidad envilecedora de la democracia: los jueces, los medios, y la opinión.

La opinión en encuestas y sondeos tiene “efectos devastadores para el narcisismo de los políticos. Esclavos de las cifras, ya no viven más que para esperar el siguiente barómetro; se preguntan durante el día cómo ganar más puntos, cómo apuntalar su progreso, cómo consolidar sus rentas… Su horizonte acaba limitándose al mes que fluye entre dos sondeos… sus discursos y sus acciones se dirigen al más fuerte impacto sobre el barómetro… el poder se convierte en técnica para los sucesivos deseos de la opinión. Es pasmoso el análisis: la opinión sustenta poco a poco el carácter democrático de los sondeos; ayuda a la impresión tranquilizadora de que el orden político aprovecha cada vez las metamorfosis de la sociedad, y que por tanto, tenderá hacia el mejor de los mundos posibles… Así, de encuesta en encuesta, toma forma una especie de vox populi tan irresistible como incierta, y tan irrefutable como incompetente.”

Veo a la democracia de opinión penetrar al hediondo terreno de la corrección política. Es incorrectísimo criticar la opinión pública, la democracia participativa, o el “mandar obedeciendo”. ¿Quién puede ir contra la iniciativa popular, las encuestas y los sondeos?

Y claro: la revocación del mandato. Pero ningún estadista nace de la medianía; conduce a sus pueblos porque se les adelanta. Un gobernante responsable, consciente, patriota, necesita tiempo y quizá sacrificios. Despedir al mandatario impopular suena bonito pero puede ser una grave irresponsabilidad. En 1942 habrían revocado el mandato a Churchill.

Nuestros multicolores políticos parecen buscar el mejor de los mundos con recetas “correctas” pero nos niegan la opción de reelegir a un buen representante o presidente municipal, o castigarlo con el despido al concluir su término. Quien piense que la reelección legislativa sirve para tener tres años más a Fernández Noroña ha entendido al revés: reelegir o despedir es un derecho del ciudadano, no del político. Es sospechoso someter a consulta un derecho. Curiosa disyuntiva: “¿Quieres, o no quieres, poder elegir a quien prefieras?”

Querré saber entonces: uno, si México no será ya una democracia representativa sino un grupo de ventrílocuos de consultas; dos, ¿para qué pagar diputados y senadores, si es fácil consultar a “la gente” y ser harto democráticos? ¿Por qué no una democracia vía Twitter? ¿No se reflejaría efectivamente la voluntad popular?

Aparece la vieja advertencia de Ortega y Gasset, desde 1929, sobre la omnipotencia de las masas; y la de Antaki: atender la opinión de la masa hace perder profundidad para la tarea de gobierno, la educación política, la formación de consensos. Será veleidosa una masiva “voluntad general” manipulada y difundida por tv, radio y redes sociales. Perderán espacio las ideas creativas que abran posibilidades para el mañana; no hay tiempo para reflexionar, para quien necesite estar atenido a la volátil voluntad de una masa, sujeto a la tiranía de la popularidad de corto plazo.

Ikram solía decir “a México no han llegado los griegos” por la flaca cultura política de este país. Brincamos de un autoritarismo blando a una democracia disfuncional que prohijó desde 1997 a diputados paralíticos; y desde 2000, una alternancia que parece preparar un saltapatrás. De la dictadura perfecta a la democracia de opinión. A la embriaguez democrática. A la demagogia correcta. Aunque la “eleven” a rango constitucional, la opinión es evanescente: un absoluto relativo, de antojadiza solidez y variable permanencia.

Habla Minc de borrachera: los políticos están ahogados de democracia. Beodos de consultas populares, encuestas, sondeos. Ebrios de desmanes y desplantes, propaganda, latrocinios, complicidades, espectáculos, críticas, descalificaciones y distractores.

Los reventones y accidentes ocurren en los círculos báquicos de esa dipsomanía: la inefable Cámara de Diputados; el otrora prestigioso IFE, hoy ángel exterminador y glotón; nuestra versión de los indignados (los marchistas profesionales); las redes sociales; las encuestadoras; las oenegés; los conquistadores sindicales; los vecinos. Los poderes representativos se paralizan; se mueven para su cortoplacero provecho: su imagen, intereses, cuotas de poder, prerrogativas. Y el melting pot de todos ellos: el radio y la televisión.

Unos se ahogan de tanta democracia y ya no saben qué hacer con ella o para qué sirve; para otros, ese circo es carísimo. El mexicano no está politizado sino empoliticado, víctima ahíta de esa intoxicada exuberancia cuyo denominador común es que él paga (vía impuestos o extorsiones) gastos y sueldos de una inmensa caterva de presupuestívoros. Y está decepcionado de la democracia. ¡Qué raro!

Si dejan de funcionar los contrapesos; si las leyes y hasta la Constitución son instrumentos de plastilina a merced de legisladores de ocasión; si reinan las consultas populacheras; si el que “mande obedeciendo” no será esclavo de la ley sino de la opinión y hasta del Twitter, ¿qué tirano nos salvará del ineludible caos? ¿Quién nos defenderá de nosotros mismos?