Grandes expectativas estaban puestas sobre Vicente Fox, y éstas definitivamente no se han cumplido, pero ¿qué resultados esperaba él obtener con una estrategia política de “dejar hacer y dejar pasar”?
La misión del actual presidente no
era sacar al PRI de los Pinos, sino gobernar un país después de un siglo de
hegemonía partidista. Al asumir la dirección técnica, tenía la responsabilidad
de cambiar o no a los jugadores y la estrategia. Y si bien muchas de las
expectativas incumplidas vienen de las promesas hechas cuando estaba en
campaña, otras tantas se derivan del primer año de gobierno, en el que una reingeniería
del gabinete al estilo empresarial de gobernar y la propaganda oficial mandaban
un mensaje claro: “ya no es como antes”.
Definitivamente ya no lo es, porque
“todo cambió para seguir –casi- igual”; aun cuando ganarle una elección
presidencial al PRI fue una victoria histórica, consentida quizá desde el
poder, Fox no conoce desde entonces la fórmula del éxito. Ante la imposibilidad
de jugar con las mismas reglas, y más aún de crear otras, optó por hacerlo con
los mismos jugadores, y en el ínter se fue su sexenio, su gobierno, su capital
político y su legitimidad.
Él no era el único que no estaba
preparado para gobernar, su partido tampoco tenía experiencia previa en la
silla presidencial. Quien sí sabía gobernar, lo que no quiere decir que lo
hiciera bien, era el PRI, que ha demostrado lo bien que conoce el arte de no
dejar gobernar. La primera muestra de poder fue una marcha a principios del
sexenio de cientos de miles de burócratas en la capital, orquestada por líderes
de filiación priísta; de ahí en adelante han ido ganando el terreno que el
presidente y los demás partidos no han sabido cubrir. Más tarde las calles del
Distrito Federal serían tomadas por maestros sindicalizados, identificados con
el antiguo régimen, y en este último año las movilizaciones masivas ciudadanas
obligaron al presidente a retractarse del desafuero.
Para ganar una batalla, hay que
conocer al enemigo, y el presidente derrochó demasiado tiempo y recursos en
enfrentarse al Jefe de Gobierno de
Vicente Fox fortaleció el
federalismo sin haberlo planeado, ya que los gobernadores de oposición se
organizaron en
Fox también fue derrotado en el
ámbito legislativo, donde no sacó adelante una sola de las reformas estructurales
que se planteó, y de esta manera dejó pasar la oportunidad de institucionalizar
el cambio prometido, esperado. La derrota no sólo se tradujo en falta de
logros, sino también en la reducción a mitad del sexenio de la presencia de su
partido en
Fox tampoco supo controlar a su propio
gabinete, cada vez más tricolor e indisciplinado; nunca corrió a un solo ritmo,
luchó por un solo objetivo ni tuvo una sola voz, sino que al parecer cada quien
se dedicó a “llevar agua a su molino”. Si a esto agregamos que en casa no
siempre fue local, podemos entender lo solo que está el presidente de México
ante las elecciones presidenciales de 2006. Un proceso en el que están
compitiendo con amplios recursos aquellos actores, que representan a todos y
cada uno de los factores de poder en México -que apuestan por uno, por dos o
por varios de los precandidatos independientemente de su filiación partidista-,
a los que cedió poder intencionalmente o que se lo arrebataron, aprovechando su
política de “dejar hacer y dejar pasar”.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.