En la entrega anterior analicé, para el primer año del gobierno de Peña Nieto, el comportamiento del mercado de valores, del tipo de cambio, del riesgo país, del precio del petróleo, de la tasa de interés, y concluí que el mismo puede calificarse, en términos generales, de aceptable, en sintonía con la que ha sido una de las características de la economía mexicana en los últimos años: la estabilidad (a ver si, a partir del mayor déficit presupuestario en las finanzas gubernamentales, propuesto irresponsablemente por el Ejecutivo, y aprobado también irresponsablemente por el Legislativo, no se pierde).

Pero la estabilidad económica es sólo la mitad del todo, siendo la otra mitad el dinamismo de la actividad económica, mismo que en las últimas tres décadas ha dejado que desear, falta de dinamismo que se agravó a lo largo del primer año de la administración de Peña Nieto: menor crecimiento en la producción de bienes y servicios (3.9 por ciento en 2012 y 1.3 en 2013[1]); consecuencia del menor crecimiento en la producción de bienes y servicios, menos generación de ingreso (los datos son los mismos: 3.9 por ciento en 2012 y 1.3 en 2013); relacionado con el menor crecimiento en la producción de bienes y servicios, una tasa de desempleo abierto, como porcentaje de la población económicamente activa, que no cede (5.0 por ciento en 2012 y, nuevamente, 5.0 por ciento en 2013[2]), todo ello combinado con una inflación que, sin ser aquella de hace apenas algunos años, tampoco cede (3.6 por ciento en 2012 y 3.7 por ciento en 2013[3]), pérdida del poder adquisitivo del dinero que, combinada con una menor generación del ingreso, consecuencia de un menor crecimiento en la producción de bienes y servicios, y con un desempleo que no cede, integran un escenario de estancamiento, consecuencia, principalmente, de la falta de dinamismo en la inversión directa, que es la que abre empresas, produce bienes y servicios, crea empleos, y genera ingresos, inversión directa de la que destaca, por proveer la infraestructura física para llevar a cabo los procesos de producción, la inversión fija bruta en instalaciones, maquinaria y equipo, misma que, entre enero y agosto del 2012 registró una tasa de crecimiento promedio mensual del 6.9 por ciento, para, un año después, entre enero y agosto pasados, ¡decrecer 0.9 por ciento!

De todas las posibles variables, tal vez la que mejor muestre el desempeño económico sea, por todo lo que supone, tanto detrás (empleo, ingreso) como adelante (satisfacción de necesidades), sea el consumo familiar[4], que durante el tercer trimestre de 2012 creció, en promedio mensual, 3.5 por ciento para decrecer 1.6 un año después.

Tales son los resultados en materia de actividad económica, y la pregunta es: ¿hasta qué punto los mismos, que dejan que desear, son responsabilidad del gobierno?

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