Rusia, una vez más, fortalece su posición geopolítica sin haber disparado un solo tiro, frente a un Occidente fragmentado y dubitativo que no ha sabido reaccionar con talento y oportunidad.
No pretendo conocer íntimamente Ucrania pero por azares del destino tengo mucha información sobre lo que ocurre en esa sufrida nación desde la caída del imperio soviético, pues mi querido compañero de la Universidad de Chicago e íntimo amigo, Roger Vaughan, vive allí desde hace dos décadas.
He tenido la oportunidad de visitar Ucrania en dos ocasiones. La primera, en un crucero por el Mar Negro que hizo escala en la magnífica ciudad de Odesa, fundada por Catalina la Grande y con arquitectura reminiscente del Paris decimonónico, y en Yalta, lugar de recreo de los zares de la Rusia Imperial donde Stalin, Roosevelt y Churchill dibujaron las fronteras de lo que habría de ser la Europa post-1945.
A pesar que mi visita ocurrió después del desmembramiento de la URSS, encontré heroicas estatuas de Lenin y un sistema de ventas de ineficiencia también épica: por cada producto elegido en una tienda de abarrotes, el empleado me daba un pedazo de papel con el precio, que debía pagar en la caja, y regresar a recogerlo con el papel sellado por el cajero, proceso repetido tantas veces como productos adquirí.
Años después regresé, esta vez a Kyiv, como se llama en ucraniano la capital, y me sorprendió que salvo el centro de la ciudad, donde se había conservado parte de la magnífica arquitectura pre-soviética, y el equivalente de nuestro Chapultepec, en el que se ubica un magnífico monasterio del siglo XII, el resto era peor que Tlatelolco.
Percibí, sin embargo, una sociedad dinámica y cambios radicales, incluyendo visitas a un almacén que operaba como Costco y a un supermercado como los nuestros, ¡Qué diferencia del sistema anterior! Había construcción por doquier y los horribles multifamiliares que delineaban el horizonte urbano empezaban su transformación.
Mi amigo Roger estaba construyendo la que hoy es una espléndida “dacha” a la vera del gran rio Dnieper, que Catalina la Grande navegó con una flota de 80 lujosos galeones hasta Crimea en 1787 para celebrar su victoria sobre Turquía, y conocer la hermosa península conquistada. Crimea se volvió parte de Ucrania cuando el líder soviético Nikita Kruschev se la cedió en 1954, pero los rusos la consideran suya.
Por su parte, la economía ucraniana, que sufrió un severo colapso al disolverse la Unión Soviética, siguió el destino fatal de muchas de sus ex-repúblicas que en la transición a una economía de mercado, acabaron con un fatal capitalismo de compadrazgo, donde unos cuantos lograron apropiarse de la mayoría de la riqueza.
Tuve la ocasión de conocer la casa de un oligarca en las afueras de Kyiv, un palacete no muy distinto al del depuesto Presidente Víctor Yanukovich, que pudimos ver en televisión luego de que salió huyendo, también con su laguito y campo de golf, en ese estilo decorativo recargado, ostentoso y cursi que tanto gusta a los nuevos ricos.
Me pasmó también que reglas básicas de urbanidad y tránsito vehicular no se aplican a los oligarcas, que circulan en sus lujosos Mercedes con muchos guaruras en la dirección que les da la gana, aún en las calles con sentido opuesto, y que en los restaurantes hacían desalojar a quien estuviera ocupando la mesa que ellos querían.
En México pensamos que cuando logremos educar bien a la población, habremos dado el paso definitivo para conquistar el desarrollo económico, pero mi experiencia en Ucrania pone entredicho esta conclusión: un pueblo con una educación envidiable acepta la ley de la selva sin chistar mientras su precaria economía se desploma.
En adición, el desempeño de nuestra clase política, que hasta sus admiradores más leales reconoce como lamentable, es un ejemplo de pulcritud y capacidad de gestión frente a los políticos ucranianos que son de una venalidad e incompetencia sin fin, lo que se refleja en una situación económica desesperada: estancamiento e inflación.
Ucrania no puede pagar su deuda a Rusia por el gas que le vende, razón por la que su líder Vladimir Putin ofreció a Yanukovich un préstamo de 15 mil millones de dólares, a cambio de no firmar el convenio de libre comercio con la Unión Europea en noviembre, lo que dio lugar a las protestas callejeras que culminaron con su fuga.
El fin de este enredo es que Rusia, una vez más, fortalece su posición geopolítica sin haber disparado un solo tiro, frente a un Occidente fragmentado y dubitativo que no ha sabido reaccionar con talento y oportunidad, mientras Putin sigue adelante con su proyecto de restaurar la Gran Rusia de Catalina la Grande.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.