El jabalí de la política desplumó sin misericordia a uno de los pavos reales de la intelectualidad, viendo la escena el resto de los pavos reales se agitan y lanzan, aterrorizados ante tamaña indignidad, voces de alarma y condena. Trato de poner en palabras la certera caricatura de Paco Calderón sobre el incidente de la inmarcesible Elena atacada por la plebe de la “ultraderecha” por haber defendido al indestructible Andrés.

En los últimos días hemos podido leer y escuchar todo tipo de voces “políticamente correctas” defendiendo a la pobrecita Elena Ponitowska de ¿qué? Bueno, ese es el primer problema, no queda claro de qué o contra qué defienden a la escritora; ni siquiera queda claro que la señora necesite ser defendida porque tampoco queda claro, de veras, que haya sido atacada injustamente o que haya sido objeto de escarnio. Hasta donde se puede saber, la señora fue criticada por usar su prestigio –poco o mucho, eso es otro asunto- para intervenir inopinadamente en una guerrita electoral en defensa de algo indefendible para quien tenga alguna honestidad intelectual: Ni las pensiones a “los viejecitos”, ni los “segundos pisos” se construyeron con buen gobierno, sino con dinero público; dilucidar si ese dinero salió del cajón que dice “deuda” o del cajón que dice “participaciones y aportaciones del gobierno federal” o del cajón que dice “trueques inconfesables de bultos de cemento por terrenos codiciados” o del cajón que dice “aportaciones secretas de contratistas privados para allegarse favores del gobierno capitalino” o, en fin, del cajón que dice “recaudación local por predial, tenencia y agua”, es misión imposible dada la deliberada opacidad de las cuentas públicas del gobierno del Distrito Federal. Dinero de los contribuyentes, al fin y al cabo. No dinero que el indestructible Andrés recibiese por su esforzado trabajo y que después, en un alarde de filantropía y generosidad, hubiese regalado a “los viejecitos” o a la infraestructura vial de la ciudad. Dinero público, que pagamos usted y yo, no la inmarcesible Elena ni el indestructible Andrés.

Cuando la dictadura militar que asolaba Argentina sacó en 1982, en medio de su peor crisis, la bandera de “¡las Malvinas, argentinas!” y embarcó a ese  país en una guerra estúpida, Margarita Michelena, quien sí era una intelectual congruente, poetisa con oficio, talento y pulcritud, además de combativa periodista, escribió en México que la maniobra le recordaba a la que hacían esos malos cómicos de carpa que -a la vista del inminente desastre de una mala función y ante los silbidos y abucheos del público-, exhibían en el escenario la imagen de la Virgen de la Guadalupe, para acallar las protestas y apaciguar al público que exigía la devolución del importe de sus boletos. La maniobra es tal cual la que en mala hora se le ocurrió hacer a los publicistas del PRD: “Saquemos a Elenita, llorosa y de vocecita humilde reprochándoles a estos bárbaros de la derecha sus críticas al indestructible Andrés. ¡A ver si se atreven a criticar a Elenita, la inmarcesible!”. Así lo hicieron como confesó, con falso candor, en un primer momento la propia Elena: “Me llamaron porque soy viejita, supongo y porque yo no busco obtener nada en esta contienda” dijo, palabras más o palabras menos.

Así lo hicieron y así les fue. La maniobra no calmó al indignado público. Y los malosos de la derecha repitieron la dosis. Cometieron el sacrilegio de cuestionar la pertinencia de esa llorosa petición de Elenita, suplicando que no se calumnie al segundo mayor calumniador público que hoy tenemos en México (el indestructible Andrés; el primer calumniador es Federico Arreola a quien Dios conserve a la vera del indestructible).

Así que Elenita no resultó tan inmarcesible. Así que ni esos símbolos sagrados, gloria de las letras nacionales, baluarte de la femineidad liberada, ejemplo de las mujeres comprometidas, “Sara García” (abuelita) de la izquierda nacional, respetan estos barbajanes de la ultraderecha. ¡Qué horror!

La pregunta es si Elenita es acaso todo lo que han dicho que es, la pregunta es si esta vocera inopinada que se inventaron los desesperados estrategas del indestructible Andrés, es tan excelsa, inmaculada, intocable, infalible, como ahora se nos dice tachándonos de ignorantes. Veamos, pues, si Elena Poniatowska es o no, en efecto, inmarcesible. (Breviario cultural para la izquierda ignorante: Inmarcesible es la cualidad de nunca marchitarse; en sentido figurado, desde luego).

Ya comenté la semana pasada el episodio en el que el escritor Luis González de Alba resultó víctima. Doy más datos para ilustración de los seguidores del nuevo mito helénico (por Elena Poniatowska, no por Grecia):

“El 20 de octubre de 1997 La Jornada censuró la columna La ciencia en la calle, donde Luis González de Alba solicitaba a Elena Poniatowska corregir imprecisiones en las que ella incurrió en su libro La noche de Tlatelolco. González de Alba comprobó que la escritora reprodujo varios párrafos de su libro Los días y los años, pero los alteró en algunos aspectos. El texto se publicó en Nexos. Poniatowska renunció al Consejo Editorial de esa revista y el autor de la columna fue despedido de La Jornada  (Fuente: revista Etcétera mayo de 2003 en http://www.etcetera.com.mx/pag02ne31.asp).

Otra “joyita” en el historial “inmaculado” de la inmarcesible Elena es la falsa atribución de un poema –bastante malito- a Jorge Luis Borges, con el que la Poniatowska quiso adornar una entrevista que le hizo al escritor argentino. Así lo narra Daniel de la Fuente de Grupo Reforma en un largo reportaje que homenajeaba a Elenita en octubre de 2005:

“Pese a esta larga trayectoria, el trabajo periodístico de Poniatowska ha sido cuestionado.

 “Ya el crítico Iván Almeida, en su texto "Jorge Luis Borges, Autor del Poema "Instantes"" ha señalado la posible manipulación de la autora sobre el popular texto atribuido a Borges que inicia: "Si pudiera vivir nuevamente mi vida" y que concluye "Pero ya tengo 85 años y sé que me estoy muriendo".

 “Poniatowska afirma en su entrevista con Borges que ella le recita el poema de "Instantes" y "Borges escucha con incredulidad, con atención, acostumbra escuchar con seriedad, no se distrae, sin el bastón, sus dos manos sobre la colcha, se ve más desamparado. Sonríe...", y le responde el argentino: "¿Qué puede importarme ser desdichado o ser feliz? Eso pasó hace ya tanto tiempo... Estos poemas son demasiado inmediatos, autobiográficos, son remordimientos".

 "¿Y Tolstoi y Dostoievski y Balzac y Proust?", le pregunta abruptamente Poniatowska.

 “Y sigue la entrevista, dejando en el aire una duda: ¿Cómo podía haber dicho Borges "eso pasó hace ya tanto tiempo" si cuando fue la entrevista, 1973, él tenía 77 y no 85 años?

 “Por cierto, Poniatowska fecha la entrevista en 1976.

 “Y lo cierto es que la verdadera autora del poema, según María Kodama y otros especialistas, es la escritora Nadine Stair, originaria de Kentucky y fallecida en 1988... A la edad de 86 años.”

Pecadillos que apuntan, sin embargo, cierta propensión a la “deshonestidad intelectual” de esta presunta gloria de las letras nacionales. Por cierto, hace unos años la propia Poniatowska se quejaba de ser vista, en ciertos círculos literarios, como “una pinche reportera” (textual) y no como una gran escritora. Cito sus palabras: “Era el tiempo en que a (la escritora) Ulalume González de León le pedían hacer un poema y a mí un reportaje sobre el aborto. Sabía entonces que las excelsitudes de la literatura no eran para mí".

Tampoco se vio a doña Elena comportarse como una viejecita dulce durante su participación, activa y pasiva (dejando hacer, sin protestar), en las maniobras políticas –que algunos califican de truculentas- al interior del periódico “La Jornada” que encumbraron a su gran amiga Carmen Lira como única y suprema directora de ese diario, en sustitución de Carlos Payán, y que a la postre provocarían de una u otra forma la desbandada de varios intelectuales y periodistas.

Tampoco se recuerda que doña Elena haya siquiera alzado la voz en defensa del articulista de “La Jornada” cuya colaboración se censuró a fines de 1999, porque dicho colaborador editorial se atrevió a  escribir que Andrés Manuel López Obrador carecía de los requisitos constitucionales –específicamente la residencia- para ser candidato al gobierno del Distrito Federal. Ese articulista y político de izquierda se llama Pablo Gómez y, desde luego, dejó de escribir en “La Jornada”. Y tampoco alzó la voz Elenita para defender la libre expresión de Héctor Aguilar Camín (censurado en el mismo diario “La Jornada” por atreverse a escribir que otro diario diferente, “Crónica”, dirigido también por un ex-jornalero, Pablo Hiriart, era el único que había cubierto con objetividad y decoro un asunto controvertido; ver misma referencia de la revista Etcétera).

El gran éxito editorial de Elenita fue “La noche de Tlatelolco”, recopilación de imágenes y denuncias sobre la matanza del 2 de octubre de 1968, así como de sus antecedentes inmediatos. Cito la opinión que sobre este libro se ofrece en el sitio “Amazon” por parte de un lector que muestra estar bien informado y juzgar con conocimiento de causa:

“Además de ser un libro recopilatorio de testimonios propios de la autora y de otras gentes, no pasa nada más. La escritora de hecho no acepta críticas ni comentarios acerca de su libro.”

Y sigue la reseña criticando el tono “fresa” del libro de la Poniatowska.

Pero no es mala escritora Elena. Frente a personajes como Guadalupe Loaeza brilla como una estrella, pero frente a un Octavio Paz, un José Emilio Pacheco, un Salvador Elizondo, un Gabriel Zaid, una Margarita Michelena, un Guillermo Sheridan, un Luis González de Alba, una Emma Godoy, y frente a muchos más, la inmarcesible Elenita parece muy chiquita y muy propensa a las triquiñuelas y a la manipulación de esa imagen de tierna abuelita de la izquierda nacional, incapaz de romper un plato.