¿Habremos caído en la cuenta de la importancia de los límites en la vida del ser humano? Pensémoslo un momento: ¿cómo sería una vida ilimitada, por ejemplo, en lo temporal o, todavía más importante, en lo moral? Algunos límites, por ejemplo, los temporales, se nos imponen; otros, es el caso de los morales, debemos imponérnoslos a nosotros mismos. Ya lo dijo Ortega y Gasset: el hombre excelente es aquel capaz de ponerse límites a sí mismo y, lo más importante, respetarlos. El filósofo se refiere, obviamente, a los límites morales.

El hecho es que, en todos los ámbitos de la vida, y en todos los campos de la acción humana, existen límites, unos producto de la naturaleza, otros efecto de las decisiones personales, sin los cuales resulta imposible, entre otras cosas, calificar la acción humana, comenzando con las políticas económicas del gobierno. ¿Cómo calificarlas? En función de los objetivos propuestos, mismos que encausan y, por ello mismo, limitan: el tener que cumplir un objetivo limita la acción humana, cualquiera que sea.

Dicho lo anterior debemos reconocer que, en los últimos años, el Banco de México, encargado de la política monetaria, ha hecho una buena tarea: en el 2000 la inflación fue 8.96 por ciento y, cinco años después, en el 2005, se ubicó en 3.33 puntos porcentuales, lo cual nos coloca a treinta y tres centésimas de punto porcentual de la estabilidad monetaria que es, sin más, la estabilidad económica, condición necesaria del crecimiento y el progreso económico. 

Sin embargo, en materia de inflación falta el último paso: conseguir y mantener una inflación anual no mayor a los tres puntos porcentuales, afirmación a la cual se le puede criticar el rigorismo, ¿qué tanto son treinta y tres centésimas de punto porcentual?, crítica a la cual yo respondo con lo dicho, en los dos primeros párrafos de este artículo, en torno a los límites: en algún porcentaje hay que establecer la frontera entre la estabilidad y la inestabilidad monetaria, y, por lo general, los economistas aceptan que esa frontera se encuentra en los tres puntos porcentuales.

No hay que olvidar que en noviembre del año pasado la inflación anual se ubicó en 2.91 por ciento, que repuntó a 3.33 en diciembre y a 3.94 en enero, y que bajó a 3.75 y 3.41 en febrero y marzo, respectivamente. Solamente en noviembre del 2005, desde enero de 1971, mes y año en los cuales se inició la época de la inflación, conseguimos una situación de estadidad monetaria que es, al final de cuentas, la estabilidad económica. A partir de entonces la inflación ha rondado, desde la antesala de la estabilidad monetaria, los tres puntos porcentuales, con un mínimo de 3.33 en diciembre y un máximo de 3.94 en enero. ¿Qué falta? Los dos últimos pasos: conseguir y mantener una inflación anual no mayor a los tres puntos porcentuales.

Se puede argumentar, insisto, que bien se puede aceptar, como de hecho lo hacen las autoridades monetarias, un error de más menos (sobre todo más) un punto porcentual alrededor del tres por ciento. ¿Qué tanto es un punto porcentual? Veámoslo: una inflación de cuatro puntos porcentuales es 33 por ciento mayor que una de tres. ¿Cuál es la diferencia entre una inflación del tres y otra del cuatro por ciento? Veámoslo: una inflación de tres por ciento durante un sexenio da como resultado una inflación acumulada del 19.4 por ciento; una del cuatro por ciento, durante seis años, da como resultado una acumulada del 26.5 por ciento, 36.6 por ciento mayor que aquella. Con una inflación del 3.0 por ciento anual, durante un sexenio, el dinero pierde una quinta parte de su poder adquisitivo; con una del 4.0 la pérdida es de una cuarta parte.

¿Qué tanto es un punto porcentual? ¿Cuál es la diferencia entre una inflación del tres y otra del cuatro por ciento? Las respuestas están calaras y la conclusión también: en materia de inflación quedan pendientes los dos últimos pasos: conseguir y mantener una inflación no mayor a los tres puntos porcentuales.