Las democracias no son estables por tener una ciudadanía participativa, sino por tener instituciones capaces de mantener un vínculo entre las preferencias políticas del electorado y la efectiva instrumentación de políticas públicas.
Con la colaboración de Orlando Otero y Edgar Moreno
La
participación de la ciudadanía es esencial para la existencia de la democracia
representativa. El activismo y la deliberación por parte de los ciudadanos son
actividades que resultan valiosas por sí mismas. Así, la cultura política y el
activismo de la sociedad civil, dependen en gran medida de la identificación de
los ciudadanos con los ideales democráticos.
En México: lo que todo ciudadano quisiera (no)
saber de su patria, que comentamos en este mismo espacio la semana pasada, Dresser y Volpi se suman a esta corriente al depositar su esperanza,
ante una oferta política tan pobre como la que tiene el país en la actualidad, en la sociedad civil.
Suponen la cultura cívica de una ciudadanía que en el peor de los casos no
tiene que ser participativa, pero lo es al menos potencialmente; los individuos
esperan resultados del proceso político, lo conocen, se involucran en él y
sobre todo, se asumen como agentes de cambio. Sin embargo la vida cívica de una
sociedad está definida por variables institucionales que la alientan o inhiben.
En el México contemporáneo la apuesta de estos autores tiene límites claros y
alcances reducidos.
El apoyo
público a la democracia se relaciona con la confianza de la ciudadanía en las
instituciones políticas del Estado. El apoyo de la ciudadanía al gobierno varía
según se perciban los logros obtenidos; sin embargo, cuando se detectan
patrones persistentes que indican que la percepción de las personas es negativa
en lo referente a la eficacia y funcionamiento del gobierno, a la integridad y
eficiencia de los gobernantes y a la legitimidad de los procesos electorales,
se tienen consecuencias que pueden socavar los ideales democráticos.
En México
diversos estudios revelan que existe una dicotomía entre los ideales políticos
y la efectiva práctica de la política de los ciudadanos. Por una parte la alabanza
y orgullo por el sistema político, así como la manifestación de aspiraciones
por participar en la vida política del país, por la otra, los ridículamente
bajos niveles de actividad política y de participación en asociaciones de
afiliación voluntaria e información política.
En un país
como el nuestro, acostumbrado por 70 años de tiranía partidista a caudillos y a
héroes defensores del progreso, donde el discurso político de los partidos depende
de la moda y no de ideales, donde las legisladoras tras un trabajo titánico de
retoque de fotografía y modificación de imágenes por computadora, se presentan seductoras
en revistas para hombres, el abstencionismo de las personas en los procesos
electorales aparece como una consecuencia inevitable.
Las instituciones generan cultura política. En la
medida en que las instituciones dan cauce a las demandas ciudadanas, se genera
el entendimiento colectivo de la capacidad de influir en los asuntos públicos.
Es decir, los individuos que participan con la intención de influir en el
proceso político son los que saben que pueden hacerlo, no así aquellos que
observan en la estructura institucional un impedimento para ello.
La cultura
política de México es la consecuencia natural de sus instituciones: 1) los
bajos niveles de confianza interpersonal entre mexicanos, no son sino el
producto de un poder judicial ineficaz e ineficiente; 2) la apatía hacia la
participación no es sino el efecto de la ausencia de canales institucionales para hacerlo, y; 3) la falta de interés de los ciudadanos en
los asuntos públicos sólo ha sido resultado de su poca capacidad de influir en
ellos. Los tres elementos se ven alimentados, también, por una institución
superior: la no-reelección en todos los cargos de elección popular, que genera
una clase política amateur, cuyos intereses no son sujetos a la rendición de
cuentas de sus electores.
Las
democracias no son estables por tener una ciudadanía participativa, sino por
tener instituciones capaces de mantener un vínculo entre las preferencias políticas
del electorado y la efectiva instrumentación de políticas públicas. La cultura
cívica no es, como muchos dicen, un predictor de calidad
y estabilidad democráticas sino un indicador de la eficacia de las
instituciones. Solo así puede evitarse que haya actores políticos con la
capacidad de poner en riesgo la continuidad democrática.
La sociedad
civil, para convertirse en una protagonista de la vida política debe ser capaz
de articular demandas claras, objetivos concretos. La pluralidad de la
sociedad, sin embargo, dificulta el logro de esos consensos. La apuesta de la sociedad
civil debe ser una apuesta política, donde es posible que se articule como un
grupo de interés. La sociedad debe luchar por incrementar su posibilidad de
influir en los asuntos públicos, más allá de su participación deliberativa, a
través de la selección y control de sus gobernantes.
EntrarDurante siglos se ha debatido quién debe detentar el poder y no los límites de ese poder.